Fragmentos de libros. JUSTINE de Lawrence Durrell Comienzo I:
Un lugar difícil en donde los vientos se funden para crear un solo viento grande, unidireccional, incesante y poderoso. Un viento que aturde las mentes y comba los arbustos escuálidos que contra el horizonte parecen de piedra. Es el punto geográfico en donde la costa lusitana se quiebra y el Atlántico se abre pleno a su magnitud liberado de las tierras. Y allí, en la última roca, la quimera de creer que pueden pescarse los reflejos de su sol frío, de plata, de luna grande.
Edit.: web editorial
Comienzos de libros
«Empiezo a creer que todo acto sexual
es un proceso en el que participan
cuatro personas. Tenemos que discutir
en detalle este problema.»
S. FREUD, Cartas.
«Hay dos soluciones posibles: el crimen
que nos hace felices, o la soga que nos
impide ser desdichados. Respóndame,
querida Thérèse. ¿se puede dudar un
solo instante? ¿Y qué argumento podría
aducir su pobre inteligencia en contra de aquél»
D.A.F. DE SADE, Justine
Primera parte
Otra vez hay mar gruesa, y el viento sopla en ráfagas excitantes: en pleno invierno se sienten ya los anticipos de la primavera. Un cielo nacarado, caliente y límpido hasta mediodía, grillos en los rincones umbrosos, y ahora el viento penetrando en los grandes plátanos, escudriñándolos…
Me he refugiado en esta isla con algunos libros y la niña, la hija de Melissa. No sé por qué empleo la palabra «refugiado». Los isleños dicen bromeando que solamente un enfermo puede elegir este lugar perdido para restablecerse. Bueno, digamos, si se prefiere, que he venido aquí para curarme…
De noche, cuando el viento brama y la niña duerme apaciblemente en su camita de madera junto a la chimenea resonante, enciendo una lámpara y doy vueltas en la habitación pensando en mis amigos, en Justine y Nessim, en Melisa y Balthazar. Retrocedo paso a paso en el camino del recuerdo para llegar a la ciudad donde vivimos todos un lapso tan breve, la ciudad que se sirvió de nosotros como si fuéramos su flora, que nos envolvió en conflictos que eran suyos y creíamos equivocadamente nuestro, la amada Alejandría....
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