Fragmentos de libros. OPINIONES DE UN PAYASO de Heinrich Böll Final I
(final del cap. 24)
... Lo sentí por la muchacha. Seguramente era católica, y debía ser penoso para ella esconderse en una casucha, con un antiguo sacerdote y soportar los detalles de la "concupiscencia carnal": sábanas, calzoncillos, tirantes, platillos con colillas, entradas de cine rotas, incipiente escasez de dinero, y si la muchacha bajaba a buscar pan, cigarrillos o una botella de vino, una patrona hostil abría la puerta, y ella ni siquiera podía proclamar: «Mi marido es un artista, sí, un artista.» Ambos me dieron lástima, pero la muchacha más que Heinrich. Las autoridades eclesiásticas se mostraban seguramente muy severas en tales casos, en que se trataba de un cura no sólo insignificante, sino antipático. Con un Sommerwild debían cerrar con pertinacia los ojos. Ciertamente no tenía un ama de llaves que anduviera con muletas, sino una criatura linda y exuberante que él llamaba Maddalena, excelente cocinera, siempre atildada y contenta.
«O sea», dije, «que de momento no podré contar con él.»
«Dios mío», dijo Leo. "tienes una cínica manera de tomarte las cosas».
«Ni soy el obispo de Heinrich ni me concierne el caso», dije, «sólo los detalles me duelen. ¿Tienes por lo menos la dirección de Edgar o su número de teléfono?»
«¿Te refieres a Wieneken? »
«Sí», dije, «¿no te acuerdas de Edgar? En Colonia os habéis encontrado con nosotros, y en casa jugábamos siempre con los Wieneken y comíamos su ensalada de patatas.»
«Sí, naturalmente», dijo, «naturalmente que me acuerdo, pero Wieneken no está en el país, por lo que me han dicho. Me han contado que está en viaje de estudios con no sé qué comisión en la India o Tailandia, no lo sé exactamente.»
«¿Estás seguro?», pregunté.
«Me parece», dijo, «¡ah, sí!, ahora me acuerdo bien, me lo dijo Heribert.»
«¿Quién?», grité, «¿quién dices que te lo contó?»
Calló y ya no le oí suspirar, y comprendí por qué no quería venir a mi casa.
«¿Quién?», grité una vez más, pero no hubo respuesta.
También se había acostumbrado a esa tosecilla de confesionario que a veces oí cuando esperaba a Marie en la iglesia.
Ansichten eines Clowns. Fotograma de la película del director alemán Zbigniew Stok
«Será mejor», dije en voz baja, «que no vengas mañana por la mañana. Sería una lástima que faltases a clase. Dime tan sólo que también has visto a Marie.»
Por lo visto no había aprendido más que a suspirar y a toser. Ahora volvió a suspirar largo y profundo, con inquietud. «No necesitas responderme», dije, «saluda de mi parte al individuo amable con quien hablé hoy dos veces por teléfono.»
«¿Struder?», preguntó quedamente.
«No sé cómo se llama, pero al teléfono me resultó amable».
«Pero si nadie se lo toma en serio», dijo, «está acogido, por así decirlo, por caridad». Leo consiguió emitir una especie de risa. «A veces por teléfono dice disparates».
Me levanté y a través de una rendija en las cortinas miré al reloj de la plaza. Eran las nueve menos tres minutos.
«Ahora tienes que irte», dije, «o te lo ponen en el expediente. Y no pierdas la clase de mañana».
«Pero compréndeme, hombre», suplicó.
«Maldita sea», dije, «te comprendo. Sólo que demasiado bien».
«Pero, ¿qué clase de persona eres tú?», preguntó. «Soy un payaso», dije, «y colecciono momentos. Adiós». Y colgué...
...
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