UN BUEN LIBRO PARA LEER: Retrato del artista adolescente. (1916)
James Joyce
Editorial Argos Vergara.
Traducción: Dámaso Alonso
Leyó los versos del revés, pero así dejaban de ser poesía. Y luego leyó de abajo a arriba lo que había en la guarda hasta que llegó a su nombre. Aquello era él: y entonces volvió a leer la página hacia abajo. ¿Qué había después del universo? Nada. Pero, ¿es que había algo alrededor del universo para señalar dónde se terminaba, antes de que la nada comenzase? No podía haber una muralla. Pero podría haber allí una línea muy delgada, muy delgada, alrededor de todas las cosas. Era algo inmenso el pensar en todas las cosas y en todos los sitios. Sólo Dios podía hacer eso. Trataba de imaginarse qué pensamiento tan grande tenía que ser aquél, pero solo podía pensar en Dios. Dios era el nombre de Dios, lo mismo que su nombre era Stephen. Dieu quería decir Dios en francés y era también el nombre de Dios: y cuando alguien le rezaba a Dios y decía Dieu, Dios conocía desde el primer momento que era un francés el que estaba rezando. Pero aunque había diferentes nombres para Dios en las distintas lenguas del mundo y aunque Dios entendía lo que le rezaban en todas las lenguas, sin embargo, Dios permanecía siempre el mismo Dios, y el verdadero nombre de Dios era Dios.
… Ni la vida de la juventud se había agitado en él como en ellos. No había conocido ni el placer de la camaradería, ni la ruda salud viril, ni la piedad filial. Nada se agitaba en su alma fuera de una sensualidad fría, cruel y sin amor. Su niñez estaba muerta o perdida, y con ella, el alma propicia a las alegrías elementales. Y estaba derivando por la vida como la cáscara estéril de la luna.

… ¿Por qué se había detenido en los escalones del pórtico para oír aquel grito doble y agudo, para contemplar aquel vuelo? ¿En busca de algún augurio adverso o favorable? A través de su mente pasó una frase de Cornelio Agripa y luego revolotearon aquí y allá, por su espíritu, algunos pensamientos borrosos de Swedenborg acerca de la semejanza de los pájaros y de las cosas de la inteligencia, y de cómo las criaturas del aire tienen su entendimiento propio y conocen las diferentes horas y estaciones, porque, a diferencia del hombre, permanecen dentro del orden de su vida sin haberlo pervertido por la razón.
Y edades tras edades, los hombres habían levantado la vista para contemplar el vuelo de los pájaros.
-Mira, Cranly –dijo-. Me has preguntado qué es lo que haría y qué es lo que no haría. Te voy a decir lo que haré y lo que no haré. No serviré por más tiempo a aquello en lo que no creo, llámese mi hogar, mi patria o mi religión. Y trataré de expresarme de algún modo en vida y arte tan libremente como me sea posible, tan plenamente como me sea posible, usando para mi defensa las solas armas que me permito usar: silencia, destierro y astucia.
…
-Me has hecho confesar los miedos que siento. Pero te voy a decir ahora cuáles son las cosas que no me dan miedo. No me da miedo de estar solo, ni de ser pospuesto a otro, ni de abandonar lo que tenga que abandonar, sea lo que sea. No me da miedo cometer un error, aunque sea un error de importancia, un error de por vida, tan largo tal vez como la misma eternidad.
Tal mentalidad, diría Lépido, nace del barro humano por la acción del sol.
¿Y la mía? ¿No nace del mismo sitio? Entonces: ¡Al cieno del Nilo con ella!.
Abril, 1. Desapruebo esta última frase.
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