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Fragmentos de libros. EL MERCADER DE VENECIA de William Shakespeare  Fragmentos II:  

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GRATIANO.- Permitidme que yo haga el de bufón y que me salgan las arrugas entre alegrías y risas, y que el vino caliente mi hígado antes de que mi corazón se enfríe con mortificantes quejidos. ¿Por qué un hombre, por cuyas venas corre sangre caliente, debería comportarse como la fría estatua de alabastro de sus mayores? ¿Por qué dormir si siente estar despierto y llenarse de hiel por su mal humor? Te diré algo, Antonio, yo te quiero y es mi amor el que te habla. Hay una clase de hombres cuyos rostros se confunden y se ocultan como agua estancada, y que mantienen una quietud testaruda, con el próximo de alcanzar un halo de sabiduría, gravedad, profunda vanidad y que dirían: Yo soy el señor Oráculo, y cuando despego los labios que no ladren ni los perros… Oh, Antonio, conozco a esto que así ganan una reputación de sabios, sin decir nada… cuando estoy seguro de que si hablaran ofenderían los oídos de lo que, al oírlos, llamarían a sus hermanos tontos. Te contaré más sobre esto en otro momento. Y no pesques con el anzuelo de la melancolía, reputación que es el cebo de los necios…

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De la  ESCENA II

PortadaEdicion1Una sala de la casa de PORTIA en Belmont; en la parte de atrás una galería y junto a ella la entrada de una alcoba oculta por una cortina.

PORTIA.- En verdad, Nerissa, que mi pequeño cuerpo esta exhausto de la carga de este gran mundo.

NERISSA.- Lo estaríais con justicia, mi dulce señora, si vuestras miserias fueran tan abundantes como vuestras fortunas; mas, por lo que veo, tan enfermos están los que tienen demasiado como los que se mueren de hambre. No es, pues, poca felicidad la de tener lo justo; el exceso hace que los cabellos se vuelvan canos con mayor celeridad y, sin embargo, la moderación alarga la vida.

PORTIA.- Grandes verdades y muy bien dichas.

NERISSA.- Serían mejores si se siguieran.

PORCIA.- Si fuera tan fácil obrar como saber cómo hay que obrar, las ermitas serían iglesias y las cabañas de los pobres, palacios de príncipes. El mejor predicador es aquel que sigue sus propias máximas. Me resultaría fácil enseñar a veinte lo que deben hacer, que ser una de esos veinte y seguir mis propios consejos… El cerebro puede dictar leyes contra la sangre, pero un temperamento ardiente pasa por encima de un frío decreto, igual que una liebre es la loca juventud, que se salta las trampas de la deteriorada prudencia…

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De la ESCENA III

… ANTONIO.- Daos cuenta, Bassanio, el diablo puede citar las Escrituras para utilizarlas en su favor. Un alma maligna, que menciona santos testimonios, es como un villano con cara sonriente, como una manzana buena podrida en el corazón… ¡Qué apariencia tan buena puede tener la hipocresía!

SHYLOCK.- Tres mil ducados es una buena suma… Tres meses de doce; entonces, dejadme calcular la tasa.

ANTONIO.- Bien, Shylock; entonces, ¿podemos contar con vos?

SHYLOCK.- Señor Antonio, muchas veces, y a menudo en Rialto me habéis regañado por mis negocios y mis usuras: siempre lo he soportado sin darle demasiada importancia, por el sufrimiento es el distintivo de nuestra tribu. Me llamasteis hereje, perro callejero y escupisteis sobre mi levita hebrea, y todo por hacer uso de lo que es mio… Y bien, parece que vos ahora necesitáis mi ayuda: entonces, venís a mí y decís: «Shylock, necesitamos un préstamo» ¡Así me lo decís! Vos que me habéis escupido a la cara y me habéis echado de vuestra casa como a un pero de mala raza; dinero es lo que pedís. ¿Y qué debería yo deciros? No debería deciros ¿tiene dinero un perro? ¿Es posible que un perro de mala raza pueda prestar tres mil ducados? ¿O debería hacer una reverencia ante vos y; en tono de esclavo, con respiración contenida y susurrando humildemente decir: Buen señor, me escupisteis el miércoles por última vez, me desdeñasteis tal día, otra vez me llamasteis perro: por todas estas cortesías os presto tanto dinero?

ANTONIO.- Soy capaz de volvértelo a llamar, de escupirte otra vez y de desdeñarte también. Si me prestas este dinero, no lo hagas como si fuera tu amigo, porque, ¿Cuándo un amigo se ha aprovechado por un pedazo de árido metal de otro amilo? Préstamelo más bien como a tu enemigo, a quien si no cumple podéis exigir la pena exacta con mejor cara.

SHYLOCK.- ¡Mirad cómo os enfurecéis! Me gustaría ser vuestra amilo y tener vuestro respeto, olvidar las ofensas que habéis hecho contra mí, satisfacer vuestras necesidades presentes y no tomar ni un centavo de interés, y os obstináis en no escucharme. Es una generosa oferta.

ANTONIO.- Sería la generosidad misma.

SHYLOCK.- Os mostraré esa generosidad, Venid conmigo a un notario, sellaremos allí con nuestra garantía y, como si se tratara de un juego, si no me pagáis en tal día, en tal lugar, tal suma o sumas como se expresen en la condición, pongamos como prenda que se os corte un pedazo de vuestra carne equivalente a una libra de peso de la parte de vuestro cuerpo que yo elija.

ANTONIO.- Contento, a fe mía, sellaré tal pagaré. Y diré que hay mucha generosidad en el judío…

Ven 159

Del ACTO II

De la ESCENA VI

Salen GRATIANO Y VALERIO disfrazados

GRATIANO.- Esta es la casa ante la que Lorenzo quería que nos presentásemos.

SALERIO.- La hora casi ha pasado.

GRATIANO.- Y es sorprendente que se retrase, porque los amantes siempre se adelantan a su cita.

SALERIO.- Diez veces más deprisa vuelan las palomas de Venus para sellar los vínculos del amor recién creado que cuando se trata de salvar la fe comprometida.

GRATIANO.- Eso siempre se observa. ¿Quién se levanta de un banquete con un apetito mayor del que tenía cuando se sentó? ¿Dónde está el caballo que tota de nuevo sobre sus cansados pasos con la misma furia que cuando los recorrió por primera vez? Todas las cosas que existen con más pasión se persiguen que se disfrutan. ¡De qué forma se parece un joven o pródigo a la nave engalanada que sale desde su bahía natal, entre abrazos y caricias de viento lascivo! ¡Cómo al igual que el pródigo vuelve ella, con los flancos destrizados y las velas rasgadas, ladeada, hendida y arruinada por el viento lascivo!...

Gold Silver Lead

DE LA ESCENA VII

Los sirvientes corren las cortinas y descubren
una mesa y tres cofrecillos encima.
    

PORTIA.-… Ahora podéis hacer vuestra elección (MARRUECOS examina los cofrecillos)

MARRUECOS.- El primero, de oro, lleva esta inscripción: «El que me elija ganará lo que desean muchos hombres»… El segundo, de plata, tiene grabada esta promesa: «Quien me elija a mí obtendrá lo que se merece»… El tercero, de plomo común, con un mensaje igual de corriente: «Quien me elija a mí debe dar y arriesgar todo lo que tiene»… ¿Cómo sabré si elijo el verdadero?

PORTIA.- Porque llevará mi retrato, príncipe; si elegís ése, entonces seré vuestra.

MARRUECOS.- ¡Que los dioses me guíen en mi elección! Veamos, examinaré las inscripciones de nuevo. ¿Qué dice le cobre de plomo? : «Quien me elija a mí debe dar y arriesgar todo lo que tiene». Debe dar, ¿por qué? ¿Por plomo? ¿Arriesgar todo por plomo? Este cobre da miedo. Los hombres que lo arriesgan todo lo hacen con la esperanza de obtener buenas ventajas: una mente brillante no se detiene ante la escoria. Por tanto yo no daré ni arriesgaré nada por plomo… ¿Qué dice el de plata con su tono virginal?: «Quien me elija a mí obtendrá lo que se merece». ¡Lo que se merece! Detente, príncipe de Marruecos, y pesa tus méritos con mano imparcial. Si te juzgas bien, mereces bastante, pero, sin embargo, dudar de lo que me merezco sería un débil menosprecio de mí mismo… ¡Tanto como merezco! Pero, ¡eso es la dama! La merezco por linaje, fortuna, gracia y educación; pero más aún me la merezco porque la amo. ¿No espero más y elijo éste? Veamos una vez más lo que está grabado en el oro: «El que me elija a mí ganará lo que desean muchos hombres»… Pero eso es la dama: el mundo entero la desea. De los cuatro confines del mundo vienen a besar la imagen de esta casta, de esta santa mortal. Los desiertos de Hircania y las vastas soledades de la gran Arabia son ahora como grandes rutas por las que los príncipes vienen a ver a la bella Portia. El reino de los mares, cuya ambiciosa cabeza escupe el cielo en la cara, no es obstáculo para detener a los espíritus extranjeros, sino que lo cruzan, como si fuera un riachuelo, para ver a la bella Portia… Uno de estos tres contiene su celestial retrato. ¿Es el de plomo el que lo contiene? Sería un insulto tener un pensamiento tan bajo, sería demasiado burdo incluso para envolver su sudario en la oscura tumba. ¿O debería, pues, pensar que está prisionera entre muros de plata, que vale diez veces menos que el oro? ¡Ay, pecaminosos pensamientos! Nunca una gema tan rica fue engastada sino en otro… Tienen en Inglaterra una moneda que tiene la figura de un ángel estampado en oro, pero ésa está esculpida solo en la superficie. Mas aquí un ángel yace con todo él dentro de un lecho de oro… Entregadme la llave: ¡Voy a hacer mi elección, y que sea lo que Dios quiera!

PORTIA.- Ahí va, cogedla, príncipe, y si mi figura yace ahí, seré vuestra (Abre el cofre de oro)

MARRUECOS.- ¡Demonios! ¿Qué tenemos aquí? ¡Una calavera de la muerte, que tiene en el hueco de una de sus órbitas un rollo escrito! Leeré el mensaje.

 _ 

«No es oro todo lo que reluce,

A menudo lo habréis oído decir

Muchos hombres han vendido su vida

Al solo contemplar el exterior.

Doradas tumbas albergan gusanos…

Si hubierais sido además de osado sabio,

Joven de miembros, anciano en juicio,

Vuestra respuesta no habría estado en este rollo.

Que os vaya bien, vuestra petición ha sido fallida.»

Fallida, en verdad, y el trabajo perdido.

Así pues, adiós al calor y bienvenido al hielo.

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DE LA ESCENA IX

Entra PORTIA con el príncipe de ARAGÓN y su séquito

PORTIA.- Mirad, ahí están los cofres, noble príncipe. Si elegís aquel en el que está mi efigie, al instante se celebrarán nuestros ritos nupciales, pero si falláis, sin más palabras, mi señor, debéis abandonar este luegar de inmediato.

ARAGÓN.- Y así se me ha comunicado a mí. ¡Qué la suerte acompañe ahora a mi esperanzado corazón! (Se vuelve para mirar los cofres) Oro, plata y plomo corriente… «Quen me elija a mí debe dar y arriesgar todo lo que tiene.» Deberéis parecer más hermoso antes de que yo dé o arriesgue… ¿Qué dice el cofre de oro? Ah, dejadme ver: «El que me elija ganará lo que desean muchos hombres» ¡Lo que desean muchos hombres! Ese «mucho» puede significar la tonta multitud, que elige al contemplar la apariencia, no averiguando más de lo que pueden revelar los ojos, sin fijarse en el interior, sino que como el vencejo construye su nido a la intemperie en la pared extrema, expuesto a los peligros y en medio de ellos. No elegiré yo lo que muchos hombres desean,  porque yo no me confundiré con espíritus comunes ni me mezclaré con la grosera multitud… Entonces, quedas tú, plateada casa del tesoro. Dime una vez más el mensaje que tú llevas: «El que a mi elija obtendrá tanto como merece.» Y bien dicho además; porque, ¡quién irá por ahí tentando a la fortuna y pretendiendo ser honorable sin el sello del mérito! Que nadie presuma de una inmerecida dignidad… Oh, si honor fuera obtenido con el mérito del que lo exhibe, ¡cuántos entonces podría cubrir ese desnudo estado en el que se encuentran! ¡Cuántos deberían obedecer órdenes más que mandar! ¡Cuánto bajo villano debería separarse de la verdadera semilla del honor y cuánto honor se recogería de la escoria y ruinas de estos tiempos, para recobrar su antiguo brillo…! Bueno, pero en cuanto a mi elección… «El que a mí me elija obtendrá tanto como merece», asumiré mi destino… (Coge el cofre de plata.) Dadme la lleve de éste. Al instante voy a descorrer los cerrojos de mi fortuna aquí. (Abre el cofre y retrocede atónito.)

PORTIA.- Una pausa demasiado larga para lo que encontráis ahí.

ARAGÓN.- ¿Qué hay aquí? ¡El retrato de un idiota guiñando, que me entrega un rollo! Lo leeré… ¡Qué diferente eres tú de Portia! ¡Qué poco te pareces a mis esperanzas y merecimientos! «El que me elija tendrá tanto como merece.» ¿No merecería yo más que la cabeza de un tonto? ¿Es ese mi premio? ¿No merezco nada mejor?

PORTIA.- Ofender y juzgar son oficios distintos, y de naturalezas opuestas.

ARAGÓN (desdobla el papel). -¿Qué dice aquí?

Ven 166«El fuego siete veces me probó,

Siete veces pasó esta prueba el juicio,

De quien nunca eligió erróneamente.

Algunos debe haber que besan las sombras,

Ésos no tienen más que la dicha de sombras:

Hay tontos vivientes, yo lo sé,

Cubiertos de plata, y así era éste…

Llevaos a la cama a la mujer que deseéis,

Yo siempre seré vuestra cabeza:

Así pues, marchad, estáis despedido.»

Aún más tonto pareceré

Cuanto más tiempo merodee por aquí.

Con la cabeza de un tonto vine a pretender,

Pero me voy con dos…

¡Dulzura, adiós! Mantendré mi juramento,

Pacientemente soportaré mi desgracia.

                    (Se va con su séquito.)

PORTIA.- Así ha quemado la vela a la polilla. ¡Oh, estos tontos que razonan! Cuando eligen, es la sabiduría la que les hacer perder a fuerza de astucia.

NERISSA.- El antiguo dicho no es herejía: a la horca y al matrimonio nos conduce.

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Del ACTO III

De la ESCENA I

SHYLOCK.- Digo que mi hija es de mi propia carne y sangre.

SALERIO.- Hay más diferencia entre tu carne y la suya que entre el azabache y el marfil, y más distinta es vuestra sangre que el vino tinto y el vino del Rin… Pero decidnos, ¿habéis oído si Antonio ha tenido alguna pérdida en los mares o no?

SHYLOCK.- Ahí tengo otro feo asunto, una bancarrota; un pródigo que se atreve a mostrar su cabeza en el Rialto, un mendigo que estaba acostumbrado a venir con un aire muy altanero al mercado…, que mire su compromiso! Solía llamarme usurero, ¡que mire ahora su pagaré! Solía prestar dinero por caridad cristiana, ¡que mire ahora su pagaré!

          SALERIO.- Pero estoy seguro que si él pierde su derecho, tú no cogerás su carne. ¿Qué bien ves en ello?

          SHYLOCK.- Como cebo para peces. Aunque no sirva para nada más, saciará mi venganza… Me ha traído la desgracia y me ha hecho perder medio millón, se ha reído de mis pérdidas, se ha burlado de mis ganancias, ha despreciado mi raza, ha desbaratado mis negocios, ha alejado a mis amigos, ha alentado a mis enemigos  y ¿por qué motivo? Soy judío… ¿No tiene ojos un judío? ¿No tiene un judío manos y órganos, medidas, sentidos, afectos y pasiones? ¿No se alimenta de la misma comida, se hiere con las mismas armas, está expuesto a las mismas enfermedades, se cura con los mismos medios, se acalora y se enfría en los mismos inviernos y veranos que un cristiano? Si nos picáis ¿no sangramos? Si nos hacéis cosquillas, ¿no nos reímos? Si nos envenenáis, ¿no morimos? Y si nos hacéis mal, ¿no vamos a vengarnos? Si somos como vosotros en lo demás, nos pareceremos en esto también… Si un judío hace mal a un cristiano, ¿cuál es la humillación que sufre? Venganza. Si un cristiano hace mal a un judío, ¿cuál debería ser su sufrimiento según el ejemplo cristiano? Sí, venganza. La vileza que me enseñasteis yo la llevaré a cabo y será dura; quizá supere a mis maestros...

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De la ESCENA II

CarteTheMerchantBASSANIO.- Así puede suceder que el exterior de las cosas nos engañe. El mundo vive engañado por su ornamento. En la corte, ¿qué causa  tan despreciable y corrupta existe que, siendo tamizada por un voz gentil, no pueda ocultar su esencia maligna? En la religión, ¡qué maldito error, que un personaje digno no pueda bendecir y aprobar con un texto, escondiendo su gravedad bajo un bello ornamento? No hay ningún vicio tan simple que no muestre alguna señal de virtud en su exterior. ¿Cuántos cobardes, de corazones tan falsos como escaleras de arena, llevan sobre sus caras las barbas de Hércules y la ira de Marte, y luego en su interior se hallan hígados blancos como la leche’ Y éstos no asumen más que excrementos del valor para darse una apariencia temible… Contemplad la belleza y veréis que puede comprarse al peso, y que obra un milagro de la naturaleza, pues hace más ligeras a aquellas que llevan la mayor parte: así son esos bucles dorados serpenteantes, que caprichosos juguetean al viento, sobre dudosas cabezas, que a menudo no son sino heredad de otra cabeza, estando ya en el sepulcro la calavera que los sustentó… Así el ornamento no es más que la orilla engañosa de un mar más peligros; el bello velo que oculta a una belleza india; en una palabra, la aparente verdad que los astutos tiempos asumen para entrampar a los más sabios… Así pues, de ti, llamativo oro, alimento de Midas, no quiero saber nada. Ni tampoco de ti, pálido u vulgar agente entre hombre y hombre; per tú, tú, vil plomo, que más amenazas que prometes, tu sencillez me mueve más que tu elocuencia, y así te elijo: ¡que el contento sea la consecuencia! (El criado le da la llave).

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Del ACTO IV

De la ESCENA I

DUQUE.- …Shylock, el mundo piensa, y yo también, que tú has llevado esta malicia tuya al último extremos, y se piensa que mostrarás piedad y remordimiento Shylock2más extraordinarios que tu extraña crueldad aparente, y así donde tú ahora exiges el cumplimiento de la pena, que es una libra de carne de este pobre mercader, no solo renunciarés, sino que, tocado or la gentileza humana y el amor, perdonarás una parte de la suma, al contemplar con pena sus pérdidas, que tanto pesan a sus espaldas, suficientes para arruinar a un mercader real y para inspirar conmiseración por su estado a pechos de bronce y duros corazones de piedra, a tercos turcos y tártaros, nunca entrenados en los oficios de la tierna cortesía… Todos esperamos una gentil respuesta, judío.

SHYLOCK.- He compartido con vuestra merced lo que me propongo, y por nuestra santo Sábado he jurado obtener el cumplimiento de mi pagaré. ¡Si me lo negáis, que el peligro se cierna sobre vuestro fuero y la libertad de vuestra ciudad! Me preguntaréis por qué prefiero la carroña a recibir tres mil ducados: no contestaré a eso. Pero digamos que es lo que me apetece. ¿Queda contestado? ¿Qué sucedería si en mi casa hubiera un rata y yo estuviera a dar diez mil ducados para librarme de ella? ¿Queda contestada tu pregunta? Hay hombres a los que no agrada un cerdo rajado, algunos que se vuelven locos si contemplan un gato y otros que cuando oyen la gaita ante sus narices no pueden contener la orina; porque el instinto, maestro de nuestras pasiones, las gobierna hasta el punto de hacerles decidir lo que aman y lo que odian. Ahora, para contestaros, como no hay razón firme para dar cuentas de por qué uno no puede soportar un cerdo rajado; por qué el otro un gato inofensivo; por qué aquél un gaita de madera más que tener que ceder por la fuerza ante una vergüenza inevitable, y ofender, porque él mismo es ofendido, pues así no puedo daros yo una razón, ni lo haré; solo diré que un cargado odio y una segura aversión siento por Antonio, y por eso sigo contra él un proceso del que yo también saldré perdedor. ¿Quedáis contestado?

BASSANIO.- Esta no es respuesta, hombre sin sentimiento, para excusar el torrente de tu crueldad.

SHYLOCK.- No estoy obligado a agradaros con mi respuesta.

BASSANIO.- ¿Matan todos los hombres las cosas que no aman?

SHYLOCK.- ¿Odia algún hombre aquello que no mataría?

BASSANIO.- No todas las ofensas significan odio al principio.

SHYLOCK.- ¿Dejarías que una serpiente te mordiera dos veces?

PORTIA.- Cualidad de  la  clemencia no es obligación. Cae como la gentil lluvia del cielo sobre el lugar que está debajo. Es dos veces bendita: bendice al que la concede y al que la recibe; es lo más poderoso entre los más poderosos, le sienta al monarca en su trono mejor que la corona; el cetro muestra la fuerza del poder temporal, es atributo del respeto y la majestad, y donde se asiente el temor y miedo que inspiran los reyes; pero la clemencia está por encima del dominio de este cetro, está grabada en los corazones de los reyes, es un atributo del mismo Dios. Y el poder terreno entonces se parece más al de Dios, cuando la compasión modera a la justicia: así pues, judío, aunque la justicia sea lo que pides…

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