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...También me he visto contagiado por un extraño sentimiento de satisfacción, desconocido hasta ahora. Soy bastante obediente; no tanto como Kraus, que es un maestro en ejecutar celosamente cualquier tipo de órdenes. Hay un punto en el que nosotros, los alumnos (Kraus, Schacht, Schilinski, Fuchs, Peter el larguirucho, yo, etc.), PerformanceJVGnos parecemos todos: el de nuestra pobreza y dependencia absolutas. Somos humildes, humildes hasta la indignidad total. Quien recibe un marco de propina pasa por ser un príncipe privilegiado. Quien, como yo, fuma cigarrillos, despierta preocupación por sus hábitos de despilfarro. Vamos uniformados. Pues bien, este hecho de llevar uniforme nos humilla y nos encumbra al mismo tiempo: tenemos aspecto de gente no libre, lo que posiblemente sea una ignominia, pero también nos vemos bonitos, y eso nos ahorra la profunda vergüenza de quienes se pasean en ropas personalísimas y, sin embargo, sucias y ajadas. A mí, por ejemplo, vestir el uniforme me resulta bastante agradable, pues nunca he sabido muy bien qué ropa ponerme. Pero incluso a este respecto sigo siendo un enigma para mí mismo. Acaso en mi interior resida un ser vulgar, totalmente vulgar. O tal vez por mis venas corra sangre azul. No lo sé. Pero de algo estoy seguro: el día de mañana seré un encantador cero a la izquierda, redondo como una bola. De viejo me veré obligado a servir a jóvenes palurdos jactanciosos y maleducados, o bien pediré limosna, o sucumbiré.

  _  

Nosotros, los alumnos o internos, tenemos en verdad muy poco que hacer, casi no nos dan tareas. Aprendemos de memoria los reglamentos que rigen aquí dentro. O leemos el libro ¿Qué objetivo persigue la escuela de muchachos Benjamenta? Kraus estudia además francés, totalmente por su cuenta, ya que las lenguas extranjeras o asignaturas AulaDifusasimilares no figuran en nuestro plan de estudios. Sólo hay un curso único que se repite constantemente: «¿Cómo debe comportarse un muchacho?» Y toda la enseñanza, en el fondo, gira en torno a esta pregunta. Conocimientos no se nos imparte ninguno. Como ya he dicho, falta personal docente, es decir, que los señores educadores y maestros duermen, o bien están muertos, o lo están sólo en apariencia, o quizá se han petrificado, lo mismo da; el hecho es que no nos aportan realmente nada. En lugar de los maestros, que por alguna extraña razón están ahí tumbados, como muertos, y dormitan, quien nos da las lecciones y nos dirige es una mujer joven, Fräulein Lisa Benjamenta, hermana del señor director del Instituto. A la hora de la lección entra en el aula con una varita blanca en la mano. Todos nos levantamos de nuestros puestos al verla entrar; no bien ha tomado asiento, también nosotros podemos sentarnos. Con su varita da tres golpes breves e imperiosos contra el borde de la mesa, y la clase comienza. ¡Vaya clase! Aunque mentiría si dijera que la encuentro extraña. Institute BenjamentaNo, lo que Fräulein Benjamenta nos enseña me parece digno de consideración. Es poco y no paramos de repetirlo, aunque tal vez haya un secreto detrás de todas esas naderías irrisorias. ¿Irrisorias? Nosotros, los muchachos del Instituto Benjamenta, no somos lo que se dice reidores. Nuestros rostros y modales son muy serios. Hasta Schilinski, que en realidad es todavía un niño, se ríe muy raramente. Kraus nunca se ríe, o bien lo hace un instante, cuando ya no puede contenerse, y luego se enfurece por haberse entregado a un comportamiento tan antirreglamentario. En general, a los alumnos no nos gusta reír, o, mejor dicho, apenas podemos hacerlo. Nos faltan la alegría y el relajamiento necesarios. ¿O me equivoco? Dios mío, a veces llego a sentir toda mi estancia aquí como un sueño incomprensible.

  _  

El más joven y pequeño de todos los alumnos es Heinrich. Sin segundas intenciones de por medio, uno se enternece involuntariamente en presencia de este chiquillo. Se detiene a mirar los escaparates de las tiendas, abismándose en la contemplación de las mercancías y golosinas. Luego suele entrar y comprarse algún dulce por un par de céntimos. Heinrich es todavía un niño, pero habla y se comporta como un adulto bien educado. Lleva los cabellos siempre cuidadosamente peinados con una impecable raya al medio, detalle que merece mi plena aprobación, pues en este importante punto yo soy muy descuidado. Su voz es tan delicada como el gorjeo de un pajarito. Al pasearse con él o al hablarle, uno se siente, sin querer, impulsado a pasarle un brazo por los hombros. Pese a ser tan bajito, tiene el porte de un GundemYazilarcoronel. Carece de carácter, pues aún no sabe lo que es. Seguro que jamás ha pensado en la vida, ¿para qué? Es muy juicioso, servicial y educado, aunque sin ser consciente de ello. Sí, es como un pájaro. Todo su ser irradia intimidad. Cuando da la mano es como si la diera un pájaro, y como un pájaro camina y se detiene. Todo en Heinrich es inocente, pacífico y feliz. Quiere ser paje, dice. Pero lo dice sin sentimentalismos burdos, y lo cierto es que la profesión de paje sería la más justa e idónea para él. La delicadeza en la conducta y en la sensibilidad aspira a algún fin impreciso, y hete aquí que da en el blanco. ¿Qué experiencias le tocarán en suerte? ¿Habrá experiencias y conocimientos que osen acercarse a este muchacho? ¿No se avergonzarán las crudas decepciones de inquietarlo justamente a él, un ser tan frágil? Por lo demás, observo que es poco frío, no hay en él nada tormentoso ni desafiante. Tal vez nunca llegue a advertir muchas, muchísimas cosas que podrían abatirlo, ni a sentir otras capaces de quitarle su indolencia. Quién sabe si tendré razón. En cualquier caso, este tipo de observaciones me resultan apasionantes. Heinrich es, hasta cierto punto, un chico obtuso. Es su dicha, y hay que celebrársela. Si él fuera un príncipe, yo sería el primero en doblar las rodillas en su presencia y homenajearlo. ¡Lástima!

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Qué estúpidamente me porté al llegar aquí! En primer lugar, me irritó el aspecto miserable de la escalera. Pero es el tipo de escalera normal en cualquier casa interior de una gran ciudad. Luego llamé y salió a abrirme un ser de aspecto simiesco. Era Kraus, pero en ese momento lo tomé simplemente por un mono, mientras que ahora lo aprecio muchísimo, gracias a esa manera de ser tan personal, que lo embellece…

...

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