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Fragmentos de libros. TODO SE DESMORONA de Chinua Achebe   Fragmentos II

Acceso/Volver a los FRAGMENTOS I de este libro: Gua PlayBabil8 177
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También Ikemefuna estaba nervioso. Le parecía que el Festival del Ñame Nuevo  era un acontecimiento mucho más importante aquí que en su propio pueblo, lugar que ya estaba empezando a distanciarse y borrarse en su imaginación.

Y entonces estalló la tormenta. Okonkwo, que había estado paseando sin rumbo en su propio recinto con ira contenida encontró de pronto una salida a ésta.

- ¿Quién ha matado este banano? - preguntó.

Inmediatamente cayó el silencio sobre el recinto.

- ¿Quién ha matado este árbol? ¿O estáis todos sordos y mudos?

De hecho, el árbol estaba perfectamente vivo. La segunda mujer de Okonkwo se había limitado a quitarle unas cuantas hojas para envolver comida, y lo dijo. Sin más argumentos Okonkwo le dio una buena paliza y la dejó llorando con su única hija. Ninguna de las otras esposas osó intervenir, salvo para decir de vez en cuando tímidamente: «Ya basta, Okonkwo», desde una distancia prudente.

    

Del Cap 7

… Así que Okonkwo alentaba a los muchachos a venir a sentarse con él en su obi y les contaba historias del país: historias masculinas llenas de violencia y de sangre. Nwoye sabía que estaba bien ser viril y violento, pero sin saber por qué seguía prefiriendo las historias que solía contarle su madre antes, y que sin duda seguía contando a sus hijos más pequeños: historias sobre la tortuga y sus astucias, y sobre el pájaro eneke-nti-oba, que desafió a todo el mundo a un combate y al final cayó derribado por el gato. Recordaba el cuento que le había contado tantas veces de la pelea entre MalangaHojasTierra y Cielo, hacía mucho tiempo, y cómo Cielo retuvo la lluvia durante siete años, hasta que se agotaron las cosechas y no se podía enterrar a los muertos porque las azadas se rompían en la tierra pedregosa. Por fin se envió a Buitre a exhortar a Cielo y a ablandarle el corazón con una canción sobre los sufrimientos de los hijos de los hombres. Siempre que la madre de Nwoye cantaba aquella canción él se sentía transportado a la escena remota en el cielo donde Buitre, emisario de Tierra, cantaba pidiendo piedad. Por fin Cielo se sintió conmovido hasta la compasión y le dio a Buitre la lluvia envuelta en hojas de malanga. Pero al volar a casa atravesó con las largas uñas de sus garras las hojas y cayó una lluvia como jamás se había visto antes. Y tanta cayó sobre Buitre que no volvió a entregar su mensaje, sino que se fue volando a un país remoto, donde había visto una hoguera. Y cuando llegó a él vio que era un hombre que hacía un sacrificio. Se calentó en !a hoguera y comió las entrañas.

Esos eran los cuentos que le gustaban a Nwoye. Pero ahora sabía que eran para mujeres tontas y para niños, y sabía que su padre quería que él se hiciera hombre...

   

… Así fueron pasando las lunas y las estaciones. Y después llegaron las langostas. Hacía muchos años que no pasaba aquello. Los ancianos decían que las langostas venían una vez por generación, reaparecían todos los años durante siete años y después volvían a desaparecer por el espacio de una vida. Se volvían a sus cuevas en un país remoto, donde estaban custodiadas por una raza de hombres raquíticos. Y después, al cabo de otra vida, aquellos hombres volvían a abrir las cuevas y las langostas volvían a caer sobre Umuofia. Llegaban en la estación fría del harmattan después de recogidas las cosechas y se comían toda la hierba que crecía descuidada en los campos…

   

… El harmattan estaba en el aire y parecía destilar una sensación neblinosa de sueño por el mundo. Okonkwo y los muchachos trabajaban en total silencio, que no se rompía más que cuando se levantaba sobre el muro una nueva rama de palma o cuando una gallina inquieta removía las hojas secas en su búsqueda incesante de comida. 

HarmattanY entonces, de repente, cayó sobre el mundo una sombra y pareció que el sol quedaba escondido bajo una nube densa. Okonkwo levantó la vista de su trabajo y se preguntó si iba a llover en un momento tan rato del año. Pero casi inmediatamente sonó un grito de alegría por todas partes y Umuofia, soñolienta en la neblina del mediodía, despertó a la vida y a la actividad. 

«Están bajando las langostas» gritaban alegremente por todos lados, y hombres, mujeres y niños dejaron su trabajo o sus juegos y salieron a terreno abierto a ver aquel espectáculo tan raro. Hacía muchísimos años que no llegaban las langostas, y los ancianos eran los únicos que las habían visto antes.

Al principio fue una nube relativamente pequeña. Eran las exploradoras, llegadas para estudiar el territorio. Y después apareció en el horizonte una masa que avanzaba lentamente, como una sábana interminable de nubes negras que iban a la deriva hacia Umuofia. En un momento taparon la mitad del cielo, y ahora la masa sólida estaba rota por ojos diminutos de luz como un brillante polvo de estrellas. Era un espectáculo enorme, lleno de fuerza y de belleza. 

Todo el mundo había salido a la calle y hablaba nervioso y rezaba para que las langostas pasaran la noche en Umuofia. Pues, aunque hacía muchos años que no venían las langostas a Umuofia, todo el mundo sabía instintivamente que eran muy buenas de comer. Y por fin descendieron las langostas. Se NiñosYLangostasposaron en todos los árboles y en todas las briznas de hierba; se posaron en los tejados y taparon el suelo desnudo. Bajo su peso se rompieron las ramas de árboles muy fuertes, y todo el país adquirió el color de tierra parda del enorme enjambre inmenso y voraz.

Mucha gente salió con cestos a tratar de cogerlas, pero los ancianos aconsejaron paciencia hasta la caída de la noche. Y tenían razón. Las langostas se asentaron en los arbustos para pasar la noche y el rocío les mojó las alas. Entonces salió todo Umuofia, pese al frío harmattan, y todo el mundo llenó de langostas bolsas y cántaros. A la mañana siguiente las asaron en ollas de barro y después las pusieron al sol hasta que se secaron y se pusieron corruscantes. Y durante muchos días se comió aquel raro manjar sazonado con aceite de palma…

   

Del Cap 9

 … Entonces el hechicero ordenó que no se celebrara duelo por el niño muerto. Sacó una navaja muy afilada de la bolsa de piel de cabra que llevaba colgada al hombro izquierdo y empezó a mutilar al niño. Después se lo llevó para enterrarlo en el Bosque Maligno, agarrado por el tobillo y arrastrándolo por el suelo detrás de él. Tras un trato así se lo pensaría dos veces antes de volver, salvo que fuera uno de esos tercos que volvían con la huella de su mutilación: un dedo menos o quizá una raya oscura donde los había cortado la navaja del hechicero.

MascaraIgboNigeriaCuando murió Onwumbiko, Ekwefi se convirtió en una mujer muy amargada. La primera esposa de su marido ya había tenido tres hijos varones, todos ellos sanos y robustos. Cuando dio a luz a su tercer hijo varón seguido, Okonkwo había matado una cabra adulta en su honor, como era costumbre. Ekwefi le deseaba todo lo mejor. Pero estaba tan amargada con su propio chi que no podía celebrar con todos los demás la buena fortuna familiar. Y por eso, el día en que la madre de Nwoye celebró el nacimiento de sus tres hijos varones con una fiesta y música, Ekwefi fue la única persona de toda la alegre compañía que andaba con el ceño fruncido. La esposa de su marido lo interpretó como indicio de malevolencia, como solía ocurrir con las otras esposas de los maridos. ¿Cómo iba a saber que la amargura de Ekwefi. no fluía hacia afuera, hacia los demás, sino hacia adentro, hacia su propia alma, que no reprochaba a los demás su buena suerte, sino a su propio chi malvado, que se la negaba a ella?

VinoPalmaExtracciónPor fin nació Ezinma, y aunque era enfermiza, parecía estar decidida a vivir. Al principio Ekwefi la aceptó igual que había aceptado a los anteriores: con una resignación sin esperanza. Pero cuando sobrevivió hasta cumplir los cuatro, los cinco y los seis años, la madre volvió a recuperar el sentido del amor y, con el amor, la preocupación. Decidió cuidar a su hija hasta que se pusiera sana, y se entregó a ello en cuerpo y alma. Su recompensa fueron breves temporadas de buena salud durante las cuales Ezinma rebosaba de energía, como el vino de palma nuevo. En aquellos momentos parecía estar fuera de peligro. Pero de pronto volvía a dar un bajón. Todo el mundo sabía que era una ogbanje. Aquellos altibajos repentinos de salud y de enfermedad eran típicos de su especie. Pero había vivido tanto tiempo que quizá hubiera decidido quedarse. Algunos de ellos se cansaban efectivamente de aquellas rondas constantes de nacimiento y muerte o se compadecían de sus madres y se quedaban. Ekwefi creía en el fondo de su alma que Ezinma había venido para no volverse a ir. Lo creía porque aquella fe era lo único. que le daba algún sentido a su propia vida. Y aquella fe se había visto reforzada como hacía más o menos un año un hechicero había sacado a la superficie la iyi-uwa de Ezinma. Entonces todo el mundo comprendió que iba a vivir, porque se había roto su vínculo con el mundo de los ogbanje. Ekwefi se sintió segura. Pero tal era la ansiedad que sentía por su hija que no podía deshacerse totalmente de sus temores. Y aunque creía que el iyi-uwa extraído era verdadero, tampoco podía pasar por alto que algunos de los niños verdaderamente malvados engañaban a veces a la gente para que se extrajera uno falso. 

Ogbanje InoueShimaPero el iyi-uwa de Ezinma parecía efectivamente verdadero. Era un canto rodado envuelto en un trapo sucio que lo había extraído era el mismo Okagbue, famoso en todo el clan por su conocimiento de estas cosas. Al principio, Ezinma no había querido cooperar con él. Pero aquello era previsible. Ningún ogbanje, iba a revelar sus secretos fácilmente, y casi ninguno de ellos lo hacía, porque morían demasiado jóvenes, antes de que se les pudieran hacer preguntas.

- ¿Dónde enterraste tu iyi-uwa? - había preguntado Okagbue a Ezinma. Entonces ésta tenía nueve años y acababa de recuperarse de una grave enfermedad.

- ¿Qué es iyi-uwa? -preguntó en respuesta.

- Ya sabes lo que es. Lo has enterrado en la tierra no se sabe dónde para poderte morir y volver a atormentar a tu madre una vez más.
Ezinma miró a su madre, que tenía la mirada, triste e implorante, clavada en ella…

   

De la SEGUNDA PARTE

Del Cap 14

tout s effondre… No somos más que los parientes de su madre. No es de aquí. Es un exiliado, condenado a vivir durante siete años en un país extranjero. Y por eso está abrumado por la pena. Pero hay una pregunta que me gustaría hacerle. ¿Puedes decirme, Okonkwo, por qué es que uno de los nombres que con más frecuencia le ponemos a nuestras hijas es el de Nneka, o «la Madre es Suprema»? Todos sabemos que el cabeza de familia es el hombre, y que las esposas hacen lo que él les manda. El niño pertenece al padre y su familia, y no a la madre y su familia. El hombre pertenece al país de su padre, y no al país de su madre. Y, sin embargo, decimos Nneka: «La Madre es Suprema». ¿Por qué?

Todos guardaron silencio.

- Quiero que me responda Okonkwo -dijo Uchendu

- No sé la respuesta -contestó Okonkwo

- ¿No sabes la respuesta? O sea, que ya ves que eres un niño. Tienes muchas esposas y muchos hijos, más hijos que yo. Eres un gran hombre en tu clan. Pero sigues siendo un niño, niño mío. Escúchame y te lo explicaré. Pero antes tengo que hacerte otra pregunta. ¿Por qué ocurre que cuando muere una mujer se la llevan a casa para que se la entierre entre sus propios parientes? No se la entierra con los parientes de su marido. ¿Por qué ocurre eso? A tu madre la trajeron a mi casa y la enterraron con mi gente. ¿Por qué?

- Okonkwo sacudió la cabeza.  

- Tampoco lo sabe -dijo Uchendu-, y sin embargo está lleno de pena porque ha venido a vivir en la tierra de su madre durante unos años -rió silenciosamente y se volvió a sus hijos y sus hijas-. ¿Y vosotros? ¿Sabéis responder a mi pregunta?

Todos negaron con la cabeza. 

RostrosPiedraEntonces, prestad atención-dijo y carraspeó-. Es cierto que los hijos pertenecen a los padres. Pero cuando un padre le pega a su hijo, éste busca consuelo en la cabaña de su madre. Un hombre pertenece al país de su padre cuando las cosas van bien y la vida es dulce: Pero cuando hay pena y amargura, encuentra refugio en la tierra de su madre. Tu madre está ahí para protegerte. Aquí está enterrada. Y por eso decimos que la madre es suprema. ¿Está bien que tú, Okonkwo, vayas ante tu madre con cara de pena y rechaces que se te consuele? Ten cuidado, porque puedes desagradar a los muertos. Tienes el deber de consolar a tus esposas y a tus hijos y de volver a llevarlos a la tierra de tus padres al cabo de siete años. Pero si dejas que los pesares te abrumen y te maten, morirás en el exilio. 

Hizo una larga pausa. 

- Ahora, éstos son tus parientes -con un gesto hacia sus hijos y sus hijas-. Tú te crees que tus sufrimientos son los mayores del mundo. ¿No sabes que hay hombres a quienes se exilia de por vida? ¿No sabes que a veces hay hombres que pierden todos sus ñames e incluso sus hijos? Una vez llegué a tener hasta seis mujeres. Ahora no tengo ninguna, salvo esa chica que no sabe nada de nada. ¿Sabes cuántos hijos he enterrado, hijos que engendré en la plenitud de la juventud y del vigor? Veintidós. No me he suicidado y aquí estoy vivito y coleando. Si crees que eres la persona que más sufre del mundo, pregunta a Akueni, mi hija, cuántos gemelos ha parido y tenido que tirar al bosque. ¿No has oído la canción que cantan cuando muere una mujer? 

¿A quién le va bien, a quién le va bien?
     No hay nadie a quien le vaya bien.

- No tengo nada más que decirte...

    

Del Cap 15

… En la última estación de siembra había aparecido en su clan un hombre blanco.

- Un albino -sugirió Okonkwo

BlackAlbino- No era un albino. Era completamente distinto -sorbió el vino-. E iba montado en un caballo de hierro. Los primeros que lo vieron se echaron a correr, pero él se paró a llamarlos. Al final los más valientes se le acercaron e incluso lo tocaron. Los ancianos consultaron a su Oráculo y éste les dijo que aquel desconocido iba a deshacer su clan y a difundir la destrucción entre ellos -Obierika volvió a beber algo de vino-. Y entonces mataron al hombre blanco y ataron su caballo de hierro al árbol sagrado, porque parecía que iba a echarse a correr para llamar a los amigos de aquel hombre. Se me olvidaba deciros otra cosa que dijo el Oráculo. Dijo que estaban en camino otros hombres blancos. Eran langostas, dijo, y aquel primer hombre era el adelantado enviado a explorar el territorio. Y por eso lo mataron.

- ¿Qué dijo el hombre blanco antes de que lo mataran? -preguntó Uchendu

- No dijo nada -respondió uno de los acompañantes de Obierika

- Dijo algo, pero no lo comprendieron -corrigió Obierika-. Parecía que hablaba por la nariz. 

- Me dijo uno de los hombres - añadió el otro acompañante de Obierika- que repetía una vez tras otra una palabra que se parecía a Mbaino. A lo mejor iba a Mbaino y se había perdido.

ceiba pentandra 0007- En todo caso -siguió Obierika-, lo mataron y ataron su caballo de hierro. Eso fue antes de que empezara la estación de la siembra. Durante mucho tiempo no pasó nada. Habían llegado las lluvias y se habían sembrado los ñames. El caballo de hierro seguía atado a la ceiba sagrada. Y entonces una mañana llegaron al clan tres hombres blancos precedidos de un grupo de hombres corrientes, como nosotros. Vieron el caballo de hierro y se volvieron a marchar. Casi todos los hombres y las mujeres de Abame se habían ido a sus campos. Sólo unos cuantos vieron a aquellos hombres blancos y a los que los acompañaban. En muchas semanas de mercado no pasó nada más. En Abame hacen un gran mercado todos los días afo, y como sabéis, se reúne todo el clan. Ese fue el día en que pasó. Los tres hombres blancos y muchísimos más hombres cercaron el mercado. Deben haber usado una medicina muy potente para hacerse invisibles hasta que se llenó el mercado. Y empezaron a disparar. Mataron a todos, salvo los ancianos y los enfermos que se habían quedado en casa, y un puñado de hombres y mujeres cuyos chis estaban alerta y lograron sacarlos de aquel mercado. 

Hizo una pausa. 

- Ahora su clan está totalmente vacío. Han huido hasta los peces sagrados de su lago misterioso y el lago se ha vuelto del color de la sangre. Sobre el país ha descendido un gran mal, como había advertido el Oráculo.

Se produjo un largo silencio. Uchendu rechinó los dientes audiblemente. Luego exclamó:

- Nunca hay que matar a un hombre que no dice nada. Esos hombres de Abame fueron idiotas. ¿Qué sabían de aquel hombre? -volvió a rechinar los dientes y contó una historia para explicar lo que acababa de decir-: Una vez la Madre Milana envió a su hija en busca de comida. Se fue y trajo un Milvuspatito. «Muy bien hecho», dijo la Madre Milana a su hija, «pero, dime ¿qué dijo la madre de este patito cuando te lanzaste y le agarraste a su hijo?» «No dijo nada», respondió la milanita. «Se marchó y nada más.» «Entonces, tienes que devolverle el patito», dijo la Madre Milana. «Detrás de ese silencio se esconde algo de mal agüero.» De forma que la milanita devolvió el patito y volvió con un pollito en su lugar. «¿Qué dijo la madre de este pollo?», preguntó la milana vieja. «Gritó y se encolerizó y me insultó», dijo la milana joven. Entonces nos podemos comer el pollo», dijo su madre. «Cuando alguien se pone a gritar no hay nada que temer.» Esos hombres de Abame fueron unos necios.

- Fueron unos necios - dijo Okonkwo tras una pausa-. Se les había advertido de que había peligro. Tendrían que haberse armado con sus escopetas y sus machetes incluso al ir al mercado. 

- Ya han pagado su necedad -dijo Obierika-. Pero tengo mucho miedo. Nos han contado historias de hombres blancos que hacían cañones muy potentes y bebidas muy fuertes, y se llevaban esclavos al otro lado del mar, pero nadie creía que esas historias fueran ciertas.

- No hay ninguna historia que no sea cierta -dijo Uchendu-. El mundo no tiene fin, y lo que a unos les parece bueno a otros les parece una abominación. Entre nosotros mismos hay albinos. ¿No creéis que llegaron a nuestro clan por equivocación, que se han perdido en camino a un país en el que todo el mundo es igual que ellos?... 

   

Ezinma les trajo un cuenco con agua para lavarse las manos. Después empezaron a comer y a beber el vino.

- ¿Cuándo salisteis de casa? -preguntó Okonkwo

- Queríamos haber salido de mi casa antes del canto del gallo -dijo Obierika-. Pero Nweke no apareció hasta que ya era de día. Nunca hay que quedar citado a primera hora con un hombre que acaba de tomar una esposa nueva -todos rieron. 

- ¿Ha tomado esposa Nweke? -preguntó Okonkwo

- Se ha casado con la segunda hija de Okadigbo -contestó Obierika.

- Está muy bien -dijo Okonkwo- . No me extraña que no oyeras el canto del gallo.

Después de comer, Obierika señaló las dos bolsas cargadas. 

Ñame blanco- Ese es el dinero de tus ñames -dijo-. En cuanto te fuiste vendí los grandes. Después vendí algunos de los ñames de siembra y otros se los di a unos aparceros. Seguiré haciendo igual todos los años hasta que vuelvas. Pero he supuesto que podías necesitar el dinero y por eso te lo he traído. ¿Quién sabe lo que puede pasar mañana? A lo mejor a nuestro clan vienen hombres verdes a matarnos. 

- Dios no lo permitirá -dijo Okonkwo-. No sé cómo darte las gracias. 

- Te lo diré yo -dijo Obierika-. Mata a uno de tus hijos en mi honor. 

- No bastaría con eso -dijo Okonkwo.

- Entonces mátate tú -dijo Obierika.

-Perdóname - dijo Okonkwo con una sonrisa-. No te volveré a hablar nunca de darte las gracias...

   

Del Cap 19

Egusi soup… Okonkwo nunca hacía las cosas a medias. Cuando su mujer Ekwefi protestó que bastaba con dos cabras para la fiesta, le contestó que no era cosa suya. 

- Si organizo una fiesta es porque tengo con qué. No puedo vivir a la orilla de un río y lavarme las manos con saliva. La familia de mi madre ha sido buena conmigo y tengo que mostrar mi gratitud. 

De manera que se mataron tres cabras y varias aves. Fue como una fiesta de boda. Había fufú y potaje de ñame, sopa de ElaborandoFuFuegusi y sopa de hojas amargas, y cántaros de vino de palma. Se invitó a la fiesta a todos los umunna, todos los descendientes de Okolo, que había vivido hacía doscientos años. El miembro de más edad de aquella familia extendida era Uchendu, el tío de Okonkwo. Se le dio la nuez de cola para que la rompiera, y rezó a los antepasados. Les pidió salud e hijos.

- No pedimos riqueza, porque el que tiene salud e hijos también tendrá NuezDeCola2riqueza. No rezamos para tener más dinero, sino para tener más parientes. Somos mejor que los animales porque tenemos parientes. Un animal se frota el flanco contra un árbol cuando le pica, pero un hombre pide a su pariente que se lo rasque. 

Rezó especialmente por Okonkwo y su familia. Después rompió la nuez de cola y tiró uno de los pedazos al suelo, para los antepasados… 

    

De la Tercera parte

Del Cap 20

Siete años eran muchos años que pasar lejos del propio clan. A uno no se le quedaba siempre esperando su sitio. En cuanto se marchaba, alguien se levantaba y lo ocupaba. El clan era como un lagarto; si perdía la cola, en seguida le salía otra. Okonkwo sabía todo aquello. Sabía que había perdido su puesto entre los nueve espíritus enmascarados que administraban la justicia en el clan. Había perdido la oportunidad de lanzar a su belicoso clan en contra de la nueva religión, que, según le decían, había ido ganando terreno. Había perdido los años en los que podría haber ido tomando los títulos más elevados del clan. Pero no todas aquellas pérdidas eran irreparables. Estaba decidido a que su pueblo quedara impresionado por su regreso. Iba a volver como un triunfador y a recuperar los siete años desperdiciados.... 

[…]

También, de este libro, acceder a:

 El Final: TodoSeDesmorona

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