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Fragmentos de libros. TRÓPICO DE CÁNCER de Henry Miller  Fragmentos II:

Acceso/Volver a los FRAGMENTOS I de este libro: Arriba FraLib
Continúa...     (Se muestra alguna información de las imágenes al sobreponer el ratón sobre ellas)

… He hecho un pacto tácito conmigo mismo: no cambiar ni una línea de lo que escribo. No me interesa perfeccionar mis pensamientos ni mis acciones. Junto a la perfección de Turgueniev coloco la perfección de Dostoyevski. (¿Hay algo más perfecto que El eterno marido?) Ahí tenemos, pues, dos tipos de perfección en un mismo medio. Pero en las cartas de Van Gogh hay una perfección que supera a una y a otra. Es el triunfo del individuo sobre el arte.

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Ahora sólo hay una cosa que me interesa vitalmente, y es consignar todo lo que se omite en los libros. Que yo sepa, nadie está usando los elementos del aire que dan dirección y motivación a nuestras vidas. Sólo los asesinos parecen extraer de la vida una parte satisfactoria de lo que le aportan. La época exige violencia, pero sólo estamos obteniendo explosiones abortivas. Las revoluciones quedan segadas en flor, o bien triunfan demasiado aprisa. La pasión se consume a escape. Los hombres recurren a las ideas, comme d'habitude. No se propone nada que pueda durar más de veinticuatro horas. Estamos viviendo un millón de vidas en el espacio de una generación. Obtenemos más del estudio de la entomología, o de la vida en las profundidades marinas, o de la actividad celular...

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27

CinemaSplendide… Con esa botella entre las piernas y el sol salpicando a través de la ventana, vuelvo a experimentar el esplendor de la época aciaga en que llegué a París por primera vez, cuando vagaba por las calles, perplejo y hambriento, como un espectro en un banquete. Me viene a la memoria todo de una vez: los retretes que no funcionaban, el príncipe que me lustraba los zapatos; el Cinema Splendide donde dormía sobre el abrigo del patrón; los barrotes de la ventana; la sensación de asfixia, las enormes cucarachas; las juergas y borracheras en los intervalos, Rose Cannaque y Nápoles agonizando a la luz del sol. Andar danzando por las calles con el estómago vacío y de vez en cuando visitar a gente extraña: Madame Delorme, por ejemplo. Ya no puedo imaginar cómo llegué a casa de Madame Delorme. Pero llegué, entré entrar, pasé ante el mayordomo, ante la doncella con su delantalito blanco, me metí en el palacio con mis pantalones de pana y mi cazadora... y sin ningún botón en la bragueta. Aun ahora puedo saborear de nuevo el ambiente dorado de aquella habitación en que Madame Delorme estaba sentada en un trono con su traje de hombre, los peces de colores en las peceras, los mapas del mundo antiguo, los libros con encuadernación de lujo; vuelvo a sentir su manaza en mi hombro, que me asustaba un poco con sus marcados ademanes de lesbiana…

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39

Me parece que Elsa me mira con ganas. Algo que ha sobrado de la mesa del desayuno. Esta tarde estábamos escribiendo, dándonos la espalda, en el estudio. Ella había empezado una carta para su amante, que está en Italia. La máquina se ha atascado. Boris había ido a ver una habitación barata que va a coger, en cuanto esté alquilado el piso. No había más remedio que hacer el amor a Elsa. Ella lo deseaba. Y, sin embargo, he sentido un poco de pena por ella. Sólo había escrito el primer renglón para su amante: lo he leído por el rabillo del ojo, al inclinarme sobre ella. Pero no se podía evitar. Esa maldita música alemana, tan melancólica, tan sentimental. Ha podido conmigo. Y, además, sus ojitos como perlas, tan ardientes y tristes a la vez.

EmilCadoo2Después de acabar, le he pedido que tocara algo para mí. Es una gran intérprete, Elsa,  aunque sonaba como ollas rotas y chocar de cráneos. Además, lloraba mientras tocaba. No se lo reprocho. En todas partes lo mismo, dice. En todas partes un hombre, y luego tiene que irse y después un aborto y luego un nuevo empleo y después otro hombre y a nadie le importa ella tres cojones salvo para usarla. Todo esto después de haber tocado Schumann para mí... Schumann, ¡ese chorra alemán sensiblero y sentimental! En cierto modo, me da una mucha pena tremenda y, sin embargo, me importa un bledo. Una tía que sabe tocar como ella debería tener más juicio y no dejarse camelar por cualquier tipo con picha grande que se cruce por su camino. Pero ese Schumann se me mete en la sangre. Elsa está lloriqueando todavía; pero mi mente está muy lejos. Estoy pensando en Tania y en cómo toca su adagio a zarpazos. Estoy pensando en muchas cosas que están muertas y enterradas.

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43

… Durante cien años o más, el mundo, nuestro mundo, ha estado muriendo. Y, en estos cien últimos años aproximadamente, ningún hombre ha sido lo bastante loco como para meter una bomba por el ojo del culo a la creación y hacerla saltar por los aires. El mundo está pudriéndose, muriendo poco a poco. Pero necesita el coup de gráce, necesita saltar en pedazos. Ninguno de nosotros está intacto, y, sin embargo, tenemos en nuestro interior todos los continentes y los mares que separan los continentes y las aves del aire. Vamos a consignarlo: la evolución de este mundo que ha muerto, pero que no ha recibido sepultura. Estamos nadando en la superficie del tiempo y todo lo demás ha naufragado, está naufragando, va a naufragar. Será colosal, el libro. Habrá océanos de espacio en que moverse, transitar, cantar, bailar, trepar, bañarse, dar saltos mortales, gemir, volar, asesinar. Una catedral, una auténtica catedral, en cuya construcción participará todo aquel que haya perdido su identidad. Habrá misas por los muertos, oraciones, confesiones, himnos, un lamento y una cháchara, una especie de indiferencia criminal; habrá ventanas rosadas y gárgola, acólitos y portaféretros. Podéis traer vuestros caballos y galopar por los pasillos. Podéis daros de cabeza contra los muros: no cederán. Podéis rezar en cualquier lugar que escojáis, o podéis acurrucaros afuera y dormiros. Durará mil años, por lo menos, esa catedral, y no habrá réplica, pues los constructores habrán muerto y la fórmula también. Mandaremos hacer tarjetas postales y organizaremos excursiones. No necesitamos genio: el genio ha muerto. Necesitamos manos fuertes, para los espíritus que deseen entregar el alma y encarnarse…

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… Aún no me han dicho de qué trata el nuevo drama, pero lo intuyo. Están intentando librarse de mí. Y, sin embargo, aquí estoy para la cena, un poco antes incluso de lo que esperaban. Les he dicho dónde deben sentarse, qué hacer. Les pregunto, cortés, si les molestaré, pero lo que quiero decir en realidad, y ellos lo saben, es: ¿me molestaréis vosotros? No, benditas cucarachas, no me molestáis. Me estáis alimentando. Os veo sentados ahí y juntos y sé que os separa un abismo. Vuestra cercanía es la de los planetas. Yo soy el vacío entre vosotros. Si me retiro, no tendréis vacío en que flotar.

meidner02Tania está de mal humor: lo noto. Le ofende verme absorbido por algo que no sea ella. Sabe, por el propio grado de mi agitación, que su valor ha quedado reducido a cero. Sabe que no he venido esta noche a fertilizarla, sabe que dentro de mí está germinando algo que la destruirá. Tarda en comprender, pero lo está notando...

Sylvester parece más contento. Esta noche la abrazará en la mesa. Incluso ahora está leyendo mi manuscrito, preparándose para inflamar mi ego, para enfrentarlo al suyo.

Va a ser una reunión extraña la de esta noche. Están preparando el escenario. Oigo tintinear los vasos.

Están sacando el vino. Se beberán buenos lingotazos y Sylvester, que está enfermo, se pondrá bueno.

Fue apenas anoche, en casa de Cronstadt, cuando proyectamos esta escena. Decretamos que las mujeres debían sufrir, que entre bastidores debía haber más terror y violencia, más desastres, más sufrimiento, más dolor y miseria.

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No es el azar lo que impulsa a gente como nosotros hasta París. París es simplemente un escenario artificial, un escenario giratorio que permite al espectador contemplar todas las fases del conflicto. Por sí mismo, París no inicia dramas. Comienzan en otro lugar. París es un simple instrumento obstétrico que arranca el embrión vivo de la matriz y lo coloca en la incubadora. París es la cuna de los nacimientos artificiales. Aquí meciéndose en la cuna, cada cual vuelve a su tierra: sueña con que vuelve a Berlín, Nueva York, Chicago, Viena, Minsk. Viena nunca es más Viena que en París. Todo alcanza la apoteosis. La cuna entrega sus niños y otros ocupan sus lugares. Aquí se puede leer en las paredes dónde vivieron Zola, Balzac, Dante y Strindberg y todos los que alguna vez fueron algo. Todo el mundo ha vivido aquí en un momento o en otro. Nadie muere aquí...

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61

… Cómo puede un hombre vagar por ahí todo el día con el estómago vacío, e incluso tener una erección de vez en cuando, es uno de esos misterios que los «anatomistas del alma» explican con demasiada facilidad. Un domingo por la tarde, cuando los postigos están echados y el proletariado posee la calle con un torpor taciturno, hay vías públicas que te recuerdan nada menos que a una gran picha ulcerada por el chancro y abierta en canal. Y son esas arterias  precisamente —la rue Saint Denis, por ejemplo, o el Faubourg du Temple — las que te de modo irresistible, como en otro tiempo, por los alrededores de Union Square o la parte alta del Bowery, te sentías atraído por los museos de diez centavos cuyas vitrinas exhibían reproducciones en cera de los diferentes órganos del cuerpo devorados por la sífilis y otras enfermedades venéreas. La ciudad retoña como un enorme organismo todo él enfermo y las avenidas hermosas son algo menos repulsivas simplemente porque les han quitado el pus.

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Metropolis    En la Cité Nortier, en un lugar cercano a la Place du Combat, me detengo unos minutos a contemplar toda la sordidez de la escena. Es una plazoleta rectangular como tantas otras que se vislumbran a través de los bajos pasadizos que flanquean las viejas arterias de París. En el centro de la plazoleta hay un grupo de edificios tan decrépitos, que se han desplomado unos sobre otros y han formado una especie de abrazo intestinal. El suelo es desigual, el enlosado está resbaladizo por el cieno. Como un basurero humano que se ha llenado con cenizas y desperdicios secos. El sol se pone rápido. Los colores se apagan. Pasan de púrpura a sangre seca, de nácar a bistre, de grises fríos y muertos a palomina. Aquí y allá, un monstruo contrahecho se asoma a la ventana pestañeando como un búho. Se oye el agudo chillido de niños de cara pálida y miembros huesudos, golfillos raquíticos y marcados por el fórceps. Las paredes exhalan un olor fétido, el olor a colchón enmohecido. Europa… medieval, grotesca, monstruosa: una sinfonía en sí bemol. Justo al otro lado de la calle, el Ciné Combat ofrece a su distinguida clientela Metrópolis

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70

… Quizá no fuera agradable precisamente oler su aliento alcohólico, aquel aliento compuesto de café flojo, coñac, apéritifs, Pernods y demás cosas que se trincaba en los intervalos, en parte para calentarse y en parte para hacer acopio de fuerza y valor, pero su fuego la penetraba y le abrasaba ese lugar entre las piernas donde las mujeres deben abrasar y así se establecía ese circuito que te hace volver a sentir la tierra bajo los pies. Cuando estaba tumbada con las piernas abiertas y gimiendo, aun TroCan4cuando gimiese de aquel modo por todos y por cualquiera, estaba bien, era una demostración apropiada de sentimiento. No miraba fijamente al techo con ojos inexpresivos ni contaba las chinches en el empapelado de la pared; ponía los cinco sentidos en lo que estaba haciendo, decía lo que un hombre quiere oír cuando está montando a una mujer. En tanto que Claude... bueno, con Claude siempre había cierta delicadeza, hasta cuando se metía bajo las sábanas contigo.

Y su delicadeza ofendía. ¿Quién va a querer una puta delicada? Claude te pedía incluso que volvieses la cara, cuando se ponía en cuclillas sobre el bidet. ¡Todo mal! Cuando un hombre está ardiendo de pasión, quiere ver las cosas; quiere verlo todo, verlas orinar incluso. Y, aunque es magnífico saber que una mujer tiene inteligencia, la literatura procedente del frío cadáver de una puta es lo último que se debe servir en la cama. Germaine estaba en lo cierto: era ignorante y lasciva, ponía alma y corazón en su trabajo. Era una puta de los pies a la cabeza... ¡Y ésa era su virtud!

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92

... Me han arrojado del mundo como un cartucho. Se ha formado una espesa niebla, la tierra está embadurnada de grasa helada. Siento palpitar a la ciudad, como si fuera un corazón recién sacado de un cadáver caliente. Las ventanas de mi hotel están supurando y hay un hedor sofocante y acre, como si ardieran sustancias químicas. Mirando al Sena, veo cieno y desolación, faroles ahogándose, hombres y mujeres que asfixiándose, los puentes cubiertos de casas, mataderos del amor. Un hombre está de pie contra una pared con un acordeón atado al vientre; tiene las manos cortadas por las muñecas, pero el acordeón se retuerce entre sus muñones como un saco de serpientes. El universo ha empequeñecido; sólo tiene una manzana de largo y no hay estrellas ni árboles ni ríos. La gente que vive aquí está muerta, hace sillas en las que otra gente se sienta en sueños. En el medio de la calle hay una rueda y en el cubo de la rueda se alza una horca. Gente ya muerta intenta como loca subir a la horca, pero la rueda gira demasiado de prisa...

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… Era su París. No hace falta ser rico, ni ser un ciudadano siquiera, para sentirse así con París. París está lleno de gente pobre: la legión de mendigos más orgullosos y sucios que haya pisado la tierra, me parece a mí. Y, aun así, dan la impresión de estar en casa. Eso es lo que distingue al parisino de los habitantes de las otras metrópolis.

Cuando pienso en Nueva York, tengo una sensación muy diferente. Nueva York hace que hasta un rico se sienta insignificante. Nueva York es frío, reluciente, maligno. Dominan los edificios. Hay como un frenesí atómico en la actividad que se produce; cuanto más furioso el ritmo, más disminuido el espíritu. Un fermento constante, pero igual daría que se produjera en un tubo de ensayo. Nadie sabe de qué se trata. Nadie dirige la energía. Estupendo. Grotesco. Desconcertante. Un tremendo impulso reactivo, pero carente por completo de coordinación.

Cuando pienso en esa ciudad en la que nací y me crié, ese Manhattan que Whitman cantó, una rabia fría y ciega me lame las entrañas. ¡Nueva York! Las prisiones blancas, las aceras hormigueantes de gusanos, los parados haciendo cola para recibir comida gratuita, los fumaderos de opio construidos como palacios, los judacas, los leprosos, los malhechores y, sobre todo, el ennui, la monotonía de las caras, calles, piernas, casas, rascacielos, comidas, carteles, empleos, crímenes, amores... Toda una ciudad erigida sobre el vacío abismo de la nada. Sin sentido. Sin el menor sentido. ¡Y la calle 42! La cima del mundo, la llaman. ¿Dónde está el fondo, entonces? Puedes caminar con las manos tendidas y te pondrán cenizas en la gorra. Ricos y pobres, caminan con la cabeza echada hacia atrás y casi se les rompe el cuello de mirar hacia arriba, a sus hermosas prisiones blancas. Caminan como gansos ciegos y los reflectores cubren sus vacías caras con centellas de éxtasis.

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DibujoRojo«La vida -dijo Emerson-, consiste en lo que un hombre piensa todo el día.» Si es así, en ese caso mi vida no es sino un gran intestino. No sólo pienso en comida todo el día, sino que, además, sueño con ella por la noche. Pero no deseo volver a América, para que me unzan otra vez al yugo, para trabajar en la noria. No, prefiero ser un hombre pobre de Europa. Bien sabe Dios lo pobre que soy; sólo me falta ser un hombre. La semana pasada pensé que estaba a punto de resolverse el problema de la subsistencia, creí que iba camino de independizarme ecomicamente. Ocurrió que me tropecé con otro ruso: se llama Serge. Vive en Suresnes, donde hay una pequeña colonia de emigres y artistas pobres. Antes de la revolución, Serge era capitán de la Guardia Imperial; mide un metro noventa sin zapatos y bebe vodka como un pez. Su padre era almirante, o algo así, en el acorazado Potemkin

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…  En el número español la sala estaba electrizada. Todo el mundo estaba sentado en el borde de la butaca: los tambores los despertaron. Cuando comenzaron los tambores creí que no acabaría nunca. Esperaba ver a la gente caer de los palcos o tirar los sombreros al aire. Había algo mágico en aquello y Ravel habría podido volvernos locos, si hubiera querido. Pero eso no es propio de Ravel. De pronto, todo se apaciguó. Era como si, en plenas acrobacias, hubiera recordado que llevaba puesto un chaqué. Se contuvo. Gran error, en mi humilde opinión. El arte consiste en llegar hasta las últimas consecuencias. Si comienzas con los tambores, tienes que acabar con dinamita, o TNT. Ravel sacrificó algo por la forma, por una verdura que la gente ha de digerir antes de irse a la cama…

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YMCA… Naturalmente, el joven hindú es optimista. Ha estado en América y se le ha contagiado el idealismo barato de los americanos, se ha contagiado con las omnipresentes bañeras, las tiendas, los almacenes de chucherías, la agitación, la eficacia, la maquinaria, los sueldos altos, las bibliotecas gratuitas, etc. Su ideal sería americanizar la India. No le gusta en absoluto la manía retrógrada de Gandhi. Adelante, dice, como un miembro de la YMCA * (Young Men Christian Association: «Asociación de Jóvenes Cristianos»). Mientras escucho lo que cuenta de América, comprendo lo absurdo que es esperar de Gandhi el milagro que desvíe el rumbo del destino. El enemigo de la India no es Inglaterra, sino América. El enemigo de la India es el espíritu del tiempo, la manecilla que no se puede volver atrás. Nada podrá contrapesar ese virus que está envenenando el mundo entero. América es la encarnación misma de la perdición. Va a arrastrar al mundo entero hasta el abismo sin fondo…

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… Al cabo de unos minutos está bailando con una puta desnuda, una rubia enorme con arrugas en las mejillas. Veo el culo de ésta reflejado una docena de veces en los espejos que cubren las paredes... y los dedos de él, obscuros y nudosos, que la agarran tenaces. La mesa está llena de vasos de cerveza, la pianola jadea. Las chicas sin cliente están sentadas plácidamente en los bancos de cuero, rascándose tranquilamente como una familia de chimpancés. Hay como un de pandemónium mitigado en la atmósfera, una sensación de violencia reprimida, como si la explosión esperada requiriera el advenimiento de algún detalle del todo insignificante, algo microscópico pero totalmente impremeditado, completamente inesperado. En esa especie de semiarrobo que te permite participar en un acontecimiento y, aun así, permanecer por completo aparte, el pequeño detalle que faltaba empezó oscura pero insistentemente a coagularse, a adquirir forma caprichosa y cristalina, como la escarcha que se acumula en el cristal de la ventana. Y, como esos dibujos de la escarcha que parecen tan extraños, tan totalmente libres y fantásticos pero que, aun así, están determinados por las más rígidas leyes, esa sensación que empezó a tomar forma en mi interior parecía obedecer también a leyes ineluctables. Todo mi ser respondía a los dictados de un ambiente que no había experimentado nunca; lo que podría llamar mi yo parecía contraerse, condensarse, escapar de los límites antiguos y habituales de la carne, cuyo perímetro solo conocía las modulaciones de las extremidades nerviosas.

Diario HM

Y cuanto más sustancial, más sólido se volvía mi centro, más delicada y extravagante aparecía la realidad inmediata, palpable, de la que iba quedando separado. En la misma medida en que me volvía cada vez más metálico, la escena que se producía ante mis ojos iba adquiriendo mayor amplitud. El estado de estaba ya tan primorosamente perfilado, que la introducción de una sola partícula extraña, aun microscópica, habría hecho añicos todo. Por una fracción de segundo quizás, experimenté esa claridad total que, según dicen, el epiléptico tiene el privilegio de conocer. En aquel momento perdí completamente la ilusión del tiempo y del espacio: el mundo desplegó su drama simultáneamente a lo largo de un meridiano sin eje. En aquella especie de eternidad pendiente de un hilo sentí que todo estaba justificado, supremamente justificado; sentí mis guerras interiores, que habían dejado esa pulpa y esos despojos; sentí los crímenes que bullían allí para surgir mañana en titulares sensacionales; sentí la miseria que estaba moliéndose a sí misma con almirez y mortero, la larga y triste miseria que se derrama gota a gota en pañuelos sucios. En el meridiano del tiempo no hay injusticia: sólo hay la poesía del movimiento que crea la ilusión de la verdad y del drama. Si en cualquier momento y en cualquier parte se encuentra uno cara a cara con lo absoluto, la gran simpatía que hace parecer divinos a hombres como Gautama y Jesús se enfría y se desvanece; lo monstruoso no es que los hombres hayan creado rosas a partir de este estercolero, sino que deseen rosas... Por una razón u otra, el hombre busca el milagro y para lograrlo es capaz de abrirse paso entre la sangre. Si por un solo segundo de su vida puede cerrar los ojos ante el horror de  la realidad, es capaz de corromperse con ideas, reducirse a una sombra, si por un solo segundo de su vida puede cerrar los ojos ante el horror de la realidad. Todo se soporta -ignominia, humillación, pobreza, guerra, crimen, ennui- gracias al convencimiento de que de la noche a la mañana algo ocurrirá, un milagro, que vuelva la vida tolerable. Y mientras tanto un contador está corriendo en su interior y no hay mano que pueda llegar hasta él para detenerlo. Mientras tanto alguien está comiendo el pan de la vida y bebiendo el vino, un sacerdote sucio y gordo como una cucaracha que se esconde en el sótano para zampárselo, mientras arriba, a la luz de la calle, una hostia fantasma toca los labios y la sangre está pálida como el agua. Y de ese tormento y miseria eternos no resulta ningún milagro, ni un vestigio microscópico de milagro. Sólo ideas, ideas pálidas, atenuadas, que hay que cebar mediante la matanza, ideas que brotan como bilis, como las tripas de un cerdo, cuando lo abren en canal.

Diario HM2

  Y, por eso, pienso en el milagro que sería que ese milagro que el hombre espera eternamente resultara no ser sino esos dos enormes chorizos que el fiel discípulo soltó en el bidet. ¿Y si en el último momento, cuando la mesa del banquete esté puesta y resuenen los címbalos, apareciera de pronto, y sin el menor aviso, una fuente de plata en la que hasta los ciegos pudiesen ver que no hay ni más ni menos que dos enormes chorizos de mierda? Creo que eso sería más milagroso que cualquier cosa que el hombre haya esperado. Sería milagroso por ser inimaginable. Sería más milagroso que hasta el sueño más descabellado porque cualquiera podría imaginar esa posibilidad, pero nadie lo ha hecho nunca, y probablemente nadie volverá a hacerlo jamás.

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En cierto modo la comprensión de que no había nada que esperar tuvo un efecto saludable para mí. Durante semanas y meses, años, toda mi vida, de hecho, había estado esperando que algo ocurriera, algún acontecimiento extrínseco que transformase mi vida y en aquel momento, inspirado por la absoluta desesperanza de todo, sentí como si me hubieran quitado un gran peso de encima. Al amanecer me separé del joven hindú, después de haberle sacado unos francos, los suficientes para pagar una habitación. Mientras caminaba hacia Montparnasse, decidí dejarme llevar por la corriente, no oponer la menor resistencia al destino, como quiera que se presentase. Nada de lo que me había ocurrido hasta entonces había bastado para destruirme; nada había quedado destruido, salvo mis falsas ilusiones. Yo estaba intacto. El mundo estaba intacto. Mañana podría haber una revolución, una peste, un terremoto; mañana podría no quedar ni un alma a la que recurrir en busca de compasión, ayuda, fe. Me parecía que la gran calamidad ya se había manifestado, que no podía estar más auténticamente solo que en aquel preciso momento. Tomé la determinación de no aferrarme a nada, no esperar nada, vivir en adelante como un animal, un depredador, un pirata, un saqueador. Aun cuando se declarara la guerra, y me tocase ir, agarraría la bayoneta y la hundiría, la hundiría hasta el puño. Y si la orden del día era violar, en ese caso violaría y con furia. En aquel preciso momento, en el tranquilo amanecer de un nuevo día, ¿acaso no estaba la tierra aturdida por el crimen y la miseria? ¿Acaso había resultado transformado un solo elemento de la naturaleza, transformado vital, fundamentalmente, por la marcha incesante de la Historia? Pura y simplemente, el hombre se ha visto traicionado por lo que llama la parte mejor de su naturaleza. En los calaveraambarlímites extremos de su ser espiritual el hombre se ha vuelto a encontrar desnudo como un salvaje. Cuando encuentra a Dios, por así decir, ha quedado despojado: es un esqueleto. Hay que excavar de nuevo en la vida para echar carne. El verbo ha de hacerse carne; el alma está sedienta. Me abalanzaré sobre cualquier migaja en que clave los ojos y la devoraré. Si vivir es lo primordial, entonces viviré, aun cuando deba volverme un caníbal. Hasta ahora he procurado salvar mi preciosa piel, he procurado preservar los pocos pedazos de carne que me cubren los huesos. Eso se acabó. He llegado al límite de la resistencia. Estoy de espaldas contra la pared; no puedo retroceder más. Por lo que se refiere a la historia, estoy muerto. Si hay algo más allá, tendré que reaccionar. He encontrado a Dios, pero no basta. Sólo estoy muerto espiritualmente. Físicamente estoy vivo. Moralmente, soy libre. El mundo que he abandonado es una casa de fieras. Amanece sobre un mundo nuevo, una jungla en que vagan espíritus flacos y con garras aguzadas. Si soy una hiena, soy una hiena flaca y hambrienta: salgo de caza para engordar.

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Van Norden ha guardado la pipa y se ha metido una toma de tabaco de mascar bajo del labio inferior. De vez en cuando escupe por la ventana enormes y saludables gargajos de jugo marrón que resuenan con un chasquido abajo, en el pavimento. Ahora parece estar a gusto

«En América», dice, «es que ni siquiera se te ocurriría vivir en una queli como ésta. Incluso cuando no daba golpe dormía en habitaciones mejores que ésta. Pero aquí parece natural: es como los libros que tú lees. Si alguna vez vuelvo allí, olvidaré esta vida por completo, igual que se olvida un mal sueño. Probablemente reanude la antigua vida exactamente donde la dejé... si alguna vez regreso. A veces, tumbado en la cama, sueño con el pasado y es tan vivido para mí, que tengo que sacudirme a mí mismo para darme cuenta de dónde estoy. Sobre todo cuando tengo una mujer a mi lado; una mujer puede provocármelo mejor que nada. Eso es lo único que quiero de ellas: olvidarme de mí mismo... A veces me quedo tan absorto, que no puedo recordar el nombre de la ja ni dónde la conocí. Tiene gracia, ¿eh? Es agradable tener un cuerpo joven y caliente a tu lado, cuando te despiertas por la mañana. Te da una sensación de limpieza. Te pones espiritual... hasta que empieza a soltar ese rollo sensiblero sobre el amor etcétera. ¿Por qué hablan tanto del amor todas esas tías? ¿Me lo puedes decir? Al parecer, no tienen bastante con un buen polvo... también quieren tu alma...»

Ahora bien, esa palabra «alma» que aparece con frecuencia en los soliloquios de Van Norden, al principio me producía un efecto extraño. Siempre que oía la palabra «alma» de sus labios, me ponía histérico; en cierto modo, me parecía como una moneda falsa, sobre todo porque solía ir acompañada de un gargajo de jugo marrón que le dejaba un hilillo colgando de la comisura de los labios…

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Coupole  … En la Coupole, nos encontramos a un borracho que trabaja en el periódico. Uno de los tipos del piso de arriba. Nos informa de que acaba de haber un accidente en la oficina. Uno de los correctores de pruebas se ha caído por el hueco del ascensor. No creen que se salve.

Al principio, Van Norden se siente conmovido, profundamente conmovido. Pero cuando se entera de que se trata de Peckover, el inglés, parece aliviado. «Pobre diablo», dice, «está mejor muerto que vivo. Precisamente hace unos días que le pusieron la dentadura postiza...»

La alusión a la dentadura postiza conmueve al hombre del piso de arriba hasta hacerle saltar las lágrimas. Cuenta con sensiblería un episodio relacionado con el accidente. Se siente trastornado por él, más trastornado por ese episodio que por la propia catástrofe. Al parecer, Peckover, cuando se estrelló contra el suelo, recuperó la conciencia antes que nadie pudiera llegar junto a él. A pesar de que tenía las piernas rotas y las costillas reventadas, había conseguido ponerse a cuatro patas y buscar a tientas su dentadura postiza. En la ambulancia iba llorando en su delirio por los dientes que había perdido. El incidente era patético y ridículo al mismo tiempo. El tipo del piso de arriba no sabía si reír o llorar, mientras lo contaba. Era un momento delicado, pues con un borracho como ése un paso en falso y te habría roto una botella en la cabeza. Nunca había sido lo que se dice un amigo de Peckover; en realidad, apenas había puesto los pies en el departamento de corrección de pruebas: había una pared invisible entre los tipos del piso de arriba y los del de abajo. Pero ahora, desde que había sentido el contacto con la muerte, quería mostrar su compañerismo. Quería llorar, si fuera posible, para mostrar que era un tipo legal, y Joe y yo, que conocíamos a Peckover bien y que sabíamos también que no valía un `pimiento, ni siquiera unas lágrimas, nos sentimos fastidiados por aquel sentimentalismo de borracho. Queríamos decírselo también, pero con un tipo así no puedes permitirte el lujo de ser sincero; tienes que comprar una corona e ir al entierro y fingirte afligido. Y tienes que felicitarlo también por la delicada necrología que ha escrito. Llevará consigo la delicada necrología durante meses y se alabará por la forma como hizo frente a la situación. Joe y yo sentimos todo aquello sin decirnos una palabra. Simplemente, nos quedamos escuchando con un desprecio feroz y silencioso. Y tan pronto como pudimos escaparnos, lo hicimos; lo dejamos allí en la barra lloriqueando entre dientes ante su Pernod…

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… Lo que más le irrita de ella es que no engorda nada. «Es como llevarse un esqueleto a la cama», dice. «La otra noche me la llevé a casa porque me dio lástima, ¿y qué crees que se había hecho, la muy loca? Se lo había rapado... no se había dejado ni un pelo. ¿Te has tirado alguna vez a una mujer que se hubiera afeitado el chocho? Es repulsivo, ¿verdad? Y divertido también. Cosa como de locos. Ya no parece un chocho: es como una almeja muerta o algo así.» Me describe cómo, picado por la curiosidad, se levantó de la cama y fue a buscar la linterna. «La hice mantenerlo abierto y le enfoqué la linterna... Tendrías que haberme visto... era cómico. Estaba tan entusiasmado, que me olvidé de ella por completo. Nunca en mi vida he mirado un coño tan en serio. Parecía que nunca hubiera visto uno. Y cuanto más lo miraba, menos interesante me parecía. Eso demuestra que no tiene nada de particular, sobre todo cuando está afeitado. Lo que lo vuelve misterioso es el pelo. Por eso te deja frío una estatua. Sólo una Rodin Mujer Agachadavez vi un coño real en una estatua: era de Rodin. Tienes que ir a verlo alguna vez... la mujer tiene las piernas bien abiertas... me parece que no tenía cabeza. Podría decirse que era un coño y nada más. ¡Dios! Tenía un aspecto horrible. El caso es que todas se parecen. Cuando las miras vestidas, te imaginas toda clase de cosas: les confieres una individualidad, que, desde luego, no tienen. Lo que hay es una raja ahí, entre las piernas, y te excitas con ella... la mitad de las veces ni siquiera la miras. Sabes que está ahí y lo único que piensas es en meterle la baqueta dentro; es como si el pene pensara por ti. ¡Es una ilusión! Te consumes por nada... por una raja con pelo, o sin pelo. Es tan insignificante, que me fascinó mirarlo. Debí de estudiarlo durante diez minutos o más. Cuando lo miras de ese modo, como con distanciamiento, se te ocurren ideas extrañas. Todo ese misterio sobre el sexo y después descubres que no es nada: un simple vacío. ¿No sería gracioso descubrir una armónica dentro... o un calendario? Pero no hay nada dentro... nada de nada. Es repugnante. Casi me volví loco... Oye, ¿sabes lo que hice después? Le eché un polvo rápido y después le volví la espalda. Sí, señor; cogí un libro y me puse a leer. De un libro puedes sacar algo, hasta de un libro malo... pero un coño, es pura y simplemente una pérdida de tiempo...»

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… «Ya está arreglado», dice. «Acábate la cerveza. Tiene hambre. Ya no hay nada que hacer a esta hora... nos acepta a los dos por quince francos. Iremos a mi habitación... será más barato.»

Camino del hotel, la muchacha va tiritando tanto, que tenemos que pararnos a invitarla a un café. Es una criatura bastante tierna y está de buen ver. Evidentemente, conoce a Van Norden, sabe que no hay nada que esperar de él salvo los quince francos.…

… Y entonces empieza a contar una historia de desgracias, que si el hospital y el alquiler sin pagar y el niño en el campo. Pero no la exagera. Sabe que tenemos los oídos tapados, pero la miseria está ahí, dentro de ella, como una piedra, y no hay lugar para otros pensamientos. No está intentando apelar a nuestra compasión: simplemente, está cambiando de un lugar a otro ese enorme peso que lleva dentro. Me gusta bastante. Dios quiera que no tenga una enfermedad...

En la habitación, se pone a hacer sus preparativos maquinalmente. «¿No habrá por casualidad un mendrugo de pan por ahí?», pregunta, mientras se pone en cuclillas sobre el bidet. Al oír eso, Van Norden se echa a reír. «Toma, echa un trago», dice, alargándole una botella. No quiere nada de beber; se queja de que ya tiene el estómago estropeado.

«Siempre cuenta el mismo rollo», dice Van Norden. «No la dejes que te inspire lástima. De todos modos, me gustaría que hablara de otra cosa. ¿Cómo cojones vas a despertar la pasión, cuando tienes una tía hambrienta en las manos?»

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201

Ninguno de mis compañeros parece entender por qué parezco tan contento. Ellos se pasan el tiempo refunfuñando, tienen ambiciones, quieren mostrar su orgullo y su mal humor. Un buen corrector de pruebas no tiene ambiciones, ni orgullo, ni mal humor. Un buen corrector de pruebas es como Dios Todopoderoso, está en el mundo pero no es de él. Sólo existe para los domingos. Los domingos por la noche libra. Los domingos baja de su pedestal y muestra el culo a los fieles. Una vez a la semana escucha todas las penas y miserias privadas del mundo; tiene bastante para el resto de la semana. El resto de la semana permanece en los helados pantanos invernales, un absoluto, un absoluto impecable, con sólo una señal de vacunación para distinguirlo del inmenso vacío.

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La mayor calamidad para un corrector de pruebas es la amenaza de perder su trabajo. Cuando nos juntamos en el descanso, la pregunta que hace que un escalofrío nos recorra la espina dorsal es: ¿qué harás, si pierdes tu trabajo? Para el caballerizo, cuyo deber es barrer el estiércol, el terror supremo es la posibilidad de un mundo sin caballos. Decirle que es repugnante pasar la vida amontonando con pala cagarrutas calientes constituye una imbecilidad. A un hombre puede llegar a gustarle la mierda, si su sustento depende de ella, si está por medio su felicidad.

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Ahora recibo con gusto, igual que un inválido la muerte, esta vida, que, si fuera todavía un hombre con orgullo, honor, ambición, etc., me parecería el último peldaño de la degradación. Es una realidad negativa, igual que la muerte: una especie de cielo sin el dolor ni el terror de morir. En este mundo ctónico lo único importante es la ortografía y la puntuación. No importa cuál sea la naturaleza de la calamidad, sólo si está escrita correctamente. Todo está en un nivel, ya sea la última moda en trajes de noche, un nuevo acorazado, una plaga, un explosivo instantáneo, un descubrimiento astronómico, una bancarrota, un descarrilamiento, una subida en la bolsa, un ganador de cien contra uno, una ejecución, un atraco, o lo que sea. Nada escapa al ojo de un corrector de pruebas, pero nada atraviesa su chaleco antibalas…

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218

… todos los cotilleos han quedado puntuados, verificados, revisados, fijados y apretados entre las grapas de plata, cuando oigo que ajustan a martillazos los caracteres de la primera página y veo a los franchutes corretear de acá para allá como buscapiés borrachos, pienso en Lucienne surcando el bulevar con las alas desplegadas, un enorme cóndor de plata suspendido sobre la lenta marea del tráfico, extraña ave procedente de las cumbres de los Andes de vientre rosa pálido y una cabecita tenaz. A veces vuelvo solo a casa y la sigo a través de las calles oscuras, la sigo a través del patio del Louvre, sobre el Pont des Arts, por los soportales, por los orificios y ranuras, la somnolencia, la blancura deslustrada, la reja del Luxembourg, las ramas enredadas, los ronquidos y quejidos, las cancelas verdes, el rasgueo y campanilleo, las puntas de las estrellas, las lentejuelas, los azabaches, los toldos de franjas azules y blancas que rozaba con las puntas de las alas.

En el azul de un amanecer eléctrico las cáscaras de cacahuete parecen pálidas y arrugadas; a lo largo de la ribera en Montparnasse los nenúfares se doblan y se rompen. Cuando la marea baja y sólo quedan unas cuantas sirenas sifilíticas varadas en el fango, el Dôme parece una galería de tiro azotada por un ciclón. Todo vuelve goteando despacio a la alcantarilla. Durante una hora, más o menos, hay una calma de muerte en la cual limpian el vómito. De repente, los árboles empiezan a ulular. De un extremo a otro del bulevar se eleva una canción demencial. Es como la señal que anuncia el cierre de la Bolsa. Las esperanzas quedan barridas. Ha llegado el momento de cambiar el agua al canario por última vez. El día se acerca a hurtadillas como un leproso.

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… y, sentado en el comedor de ese mundo gigantesco de Balbec, capté por primera vez el profundo significado de esos sosiegos interiores que manifiestan su presencia mediante el exorcismo de la vista y del tacto. Parado en el umbral de ese mundo que Matisse ha creado, vuelvo a experimentar el poder de esa revelación que permitió a Proust deformar la imagen de la vida de tal modo, que quienes, como él, son sensibles a la alquimia del sonido y de los sentidos, son capaces de transformar la realidad negativa de la vida en las formas sustanciales y significativas del arte. Sólo quienes pueden admitir la luz en sus entrañas pueden expresar lo que hay en el corazón. Ahora recuerdo claramente que el fulgor y el centelleo de la luz que reflejaban las imponentes arañas se desintegraba en gotas de sangre, veteando las puntas Matissede las olas que azotan, monótonas, el oro empañado del exterior. En la playa, mástiles y chimeneas entrelazados y, como una sombra fuliginosa, la figura de Albertine deslizándose a través del oleaje, fundiéndose en la profundidad misteriosa y en el prisma de un reino protoplasmático, uniendo su sombra al sueño y presagio de la muerte. Con el fin del día, el dolor se alza de la tierra como bruma, la pena cercando todo, tapando la infinita perspectiva del mar y del cielo. Dos manos de cera reposan, indolentes, sobre la cama y a lo largo de las pálidas venas el murmullo aflautado de una concha que repite la leyenda de su nacimiento.

En todos los poemas de Matisse figura la historia de una partícula de carne humana que rechazó la consumación de la muerte. Toda la extensión de carne, desde el cabello hasta las uñas, expresa el milagro de la respiración, como si el ojo interior, en su anhelo de una realidad más grandiosa, hubiera convertido los poros de la carne en bocas hambrientas y dotadas de vista. Sea cual fuere la visión por la que pasemos, percibimos el olor y el sonido del viaje. Es imposible contemplar ni siquiera un rincón de sus sueños sin sentir el ascenso de la ola y el frescor de las salpicaduras…

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… nunca podías cogerle en falta en materia de fechas o definiciones. Había nacido para aquel empleo. Lo único que me pesaba era saber demasiado. Se traslucía de vez en cuando, pese a las precauciones que tomaba. Si iba a trabajar con un libro bajo el brazo, aquel jefe nuestro lo notaba y, si era un libro bueno, se ponía furioso. Pero nunca hice nada a propósito para molestarlo; me gustaba el trabajo demasiado como para ponerme la soga al cuello. Aun así, es difícil hablar con alguien con quien no tienes nada en común; te traicionas aun cuando uses sólo monosílabos. Sabía mejor que la hostia, el jefe, que yo no sentía el menor interés por sus retahílas y, sin embargo, explicadlo como queráis, le daba placer arrancarme de mis sueños y colmarme de fechas y acontecimientos históricos. Supongo que era su forma de vengarse.

El resultado fue que contraje una pequeña neurosis. En cuanto salía, me volvía extravagante…

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… Con aquel trocito de Dalmacia descansando sobre mis nervios vibrantes como una fría hoja de cuchillo podía experimentar las más maravillosas sensaciones de viaje. Y lo gracioso es una vez más que podía viajar por todo el globo, pero América nunca me acudía al pensamiento; estaba aún más perdida que un continente perdido, porque por los continentes perdidos sentía cierto apego misterioso, mientras que por América no sentía nada en absoluto. Es cierto que, de vez en cuando, pensaba en Mona efectivamente, no como una persona en un aura definida de tiempo y espacio, sino aislada, separada, como si se hubiera hinchado hasta convertirse en una gran forma de nube que borrara el pasado. No podía permitirme pensar en ella largo rato; si lo hubiera hecho, me habría arrojado desde el puente. Es extraño. Había llegado a resignarme tanto a aquella vida sin ella, y, sin embargo, si pensaba en ella sólo por un minuto, era suficiente para traspasar el hueso y la médula de mi conformidad y arrojarme de nuevo al canal agonizante de mi lastimoso pasado.

TroCan5Siete años anduve día y noche con una sola obsesión: ella. Si hubiera un cristiano tan fiel para con Dios como yo para con ella, hoy todos seríamos Jesucristos. Día y noche pensaba en ella, incluso cuando la engañaba…

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… Caminas por las calles sabiendo que estás loco, porque es más que evidente que esas caras frías, indiferentes, son los rostros de tus carceleros. Aquí todos los límites se desvanecen y el mundo se manifiesta como el matadero demencial que es. La noria se extiende hasta el infinito, las compuertas están cerradas herméticamente, la lógica corre desenfrenada con su cuchilla ensangrentada y fulgurante. El aire es frío y está paralizado, el lenguaje, apocalíptico. No hay indicación de salida en ninguna parte; no hay otro destino que la muerte: un callejón sin salida en cuyo extremo hay un patíbulo.

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¡Una ciudad eterna, París! Más eterna que Roma, más esplendorosa que Nínive. El ombligo mismo del mundo al que, como un idiota ciego y titubeante, trepas a cuatro patas. Y como un corcho al que la corriente ha arrastrado hasta el centro inerte del océano, flotas aquí en la escoria y los detritus de los mares, indiferente, desesperanzado, ajeno al paso de un Colón. Las cunas de la civilización son los pútridos vertederos del mundo, el osario al que las matrices hediondas confían sus sangrientos paquetes de carne y huesos.

Las calles eran mi refugio. Y nadie puede entender el encanto de las calles hasta que no se ve obligado a refugiarse en ellas, hasta que haberse convertido en una paja arrastrada de aquí para allá por cualquier céfiro que sople…

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296

Hacia el final del verano, Fillmore me invitó a ir a vivir con él. Tenía un estudio-apartamento que daba al cuartel de caballería, a la altura de la Place Dupleix. Nos habíamos visto mucho desde la escapada a Le Havre. Si no hubiera sido por Fillmore, no sé dónde estaría hoy: muerto, lo más probable….

… Se acercaba la estación de las lluvias, el largo y deprimente período de mugre y niebla y chaparrones que te hacen sentir desanimado y desdichado. ¡Un lugar detestable en invierno, París! Un clima que te corroe el alma, que te deja pelado como la costa del Labrador. Noté con cierta angustia que el único medio de calefacción que había en la casa era la pequeña estufa del estudio. Sin embargo, era bastante confortable. Y la vista desde la ventana del estudio era magnífica.

DiezFrancosPor la mañana, Fillmore me sacudía rudamente y me dejaba un billete de diez francos en la almohada. En cuanto se marchaba, volvía a arrebujarme para echar un último sueñecito. A veces me quedaba en la cama hasta el mediodía. No había nada urgente, excepto acabar el libro, y eso no me preocupaba demasiado, porque ya estaba convencido de que, de todos modos, nadie lo aceptaría. Sin embargo, a Fillmore le interesaba mucho. Cuando llegaba por la noche, con una botella bajo el brazo, la primera cosa que hacía era dirigirse a la mesa para ver cuántas páginas había producido. Al principio, me complacía esa muestra de entusiasmo, pero después, cuando fui perdiendo la inspiración, me intranquilizaba enormemente verlo fisgonear, buscando las páginas que, al parecer, debían gotear de mí como el agua de un grifo. Cuando no había nada para enseñar, me sentía como una de esas tías a las que había dado alojamiento. Recuerdo que solía decir, refiriéndose a Jackie: «Todo habría ido bien, si me hubiera ofrecido el coño de vez en cuando». Si yo hubiese sido una mujer, habría tenido mucho gusto en ofrecerle el coño: habría sido mucho más fácil que satisfacerlo con las páginas que esperaba…

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320

... Cuando llegó el frío, la princesa desapareció. Estábamos empezando a pasarlo mal con una simple estufita en el estudio; el estudio era como una nevera y la cocina no le iba a la zaga. Sólo había un pequeño espacio en torno a la estufa donde se estaba calentito de verdad. Así, que Macha se había agenciado a un escultor castrado. Nos habló de él antes de marcharse. Unos días después intentó volver con nosotros, pero Fillmore no quería ni oír hablar de eso. Se quejaba de que el escultor se pasaba la noche besándola y no la dejaba dormir. Y encima no había agua caliente para sus irrigaciones. Pero, al final, consideró que era mejor no volver. «No volveré a tener el candelabro a mi lado», dijo. «Siempre ese candelabro... me ponía nerviosa. Si por lo menos hubieras sido marica, me habría quedado contigo...»

Después de que Macha se fuera, nuestras noches cambiaron de carácter. Muchas veces nos sentábamos junto al fuego a beber ponches y a comentar la vida allá, en Estados Unidos. Por la forma como hablábamos, parecía como si no esperáramos regresar nunca. Fillmore tenía un plano de la ciudad de Nueva York clavado en la pared; solíamos pasar noches enteras discutiendo las virtudes relativas de París y Nueva York. E, inevitablemente, siempre surgía en nuestras discusiones la figura de Whitman, esa única figura que América ha producido en su breve historia. En Whitman cobra vida todo el escenario americano, su pasado y su futuro, su nacimiento y su muerte.
whitmanTodo lo que de valor hay en América lo ha expresado Whitman y no hay nada más que decir. El futuro es de la máquina, de los robots. Fue el poeta del cuerpo y del alma, Whitman. El primer poeta y el último. Hoy resulta casi indescifrable, un monumento cubierto de jeroglíficos primitivos para los que no hay explicación. Parece casi extraño mencionar su nombre aquí. No hay equivalente en las lenguas de Europa del espíritu que él inmortalizó. Europa está saturada de arte y su suelo está lleno de huesos muertos y sus museos rebosan de tesoros saqueados, pero lo que Europa no ha tenido nunca es un espíritu libre, sano, lo que podríamos llamar un HOMBRE. Goethe fue lo más aproximado, pero Goethe fue un presuntuoso, en comparación. Goethe fue un ciudadano respetable, un pedante, un pelmazo, un espíritu universal, pero estampado con la marca de fábrica alemana, con el águila bicéfala. La serenidad de Goethe, su actitud tranquila, olímpica, no es sino el somnoliento letargo de una deidad burguesa alemana. Goethe es el fin de algo, Whitman es un comienzo.

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Después de una de esas charlas, a veces me vestía y salía a dar un paseo, bien abrigado con un jersey, un abrigo de entretiempo de Fillmore y, encima, una capa. Un frío húmedo, borrascoso, contra el que no hay otra protección que la fortaleza de espíritu. Dicen que América es un país de extremos, y es cierto que el termómetro registra bajas temperaturas casi nunca vistas aquí, pero el frío de un invierno parisino es un frío desconocido en América, es psicológico, un frío interior y exterior a la vez. Si bien nunca hiela aquí, tampoco hay deshielo nunca. Así como la gente se protege contra la invasión de su intimidad mediante sus altos muros, sus cerrojos y postigos, sus porteras gruñonas, desaliñadas y de lengua afilada, así también han aprendido a protegerse contra el frío y el calor de un clima vigoroso y tonificante. Se han fortificado: protección es la palabra clave. Protección y seguridad. Para que puedan pudrirse con toda comodidad. En una húmeda noche de invierno no es necesario mirar el mapa para descubrir la latitud de París. Es una ciudad nórdica, un puesto de avanzada erigido sobre un pantano lleno de cráneos y huesos…

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… Dondequiera que haya luces hay un poco de calor. Entra uno en calor con mirar a los cabrones gordos y seguros que beben sus licores, sus cafés humeantes. Donde hay luces, hay gente en la acera, que chocan unos con otros, que despiden un poco de calor animal a través de su sucia ropa interior y su aliento fétido y maldiciente. Puede que por un trecho de ocho o diez manzanas haya una apariencia de alegría, pero después vuelves a caer en la noche, una noche deprimente, asquerosa, negra como grasa helada en una sopera. Manzanas y manzanas de casas descascarilladas, todas las ventanas bien cerradas, todas las puertas de las tiendas atrancadas y con el cerrojo echado. Leguas y leguas de prisiones de piedra sin la más tenue sensación de calor; todos los perros y los gatos están dentro con los canarios. También las cucarachas y las chinches están encerradas a salvo. Tout Va Bien. Si no tienes un céntimo, pues nada, coge unos cuantos periódicos viejos y hazte una cama en los peldaños de una catedral. Las puertas están bien cerradas con cerrojo y no habrá corrientes de aire que te molesten. Mejor aún es dormir en las bocas del metro; ahí tendrás compañía. Miradlos tumbados una noche de lluvia, tiesos como colchones: hombres, mujeres, piojos, todos apiñados y protegidos por los periódicos contra los gargajos y las sabandijas que andan sin patas. Miradlos bajo los puentes o bajo los cobertizos de los mercados. Qué aspecto tan repugnante ofrecen en comparación con las limpias y brillantes verduras apiladas como joyas. Hasta los caballos muertos y las vacas y los corderos colgados de los grasientos garfios presentan un aspecto más atractivo. Por lo menos, mañana nos los comeremos y hasta los intestinos serán aprovechables. Pero esos inmundos mendigos tumbados bajo la lluvia, ¿para qué sirven? ¿De qué provecho pueden sernos? Nos hacen sufrir durante cinco minutos, y nada más.

En fin, son pensamientos nocturnos provocados por un paseo bajo la lluvia después de dos mil años de cristianismo. Por lo menos ahora los pájaros no carecen de nada, ni los gatos ni los perros. Cada vez que paso por delante de la ventana de la portera y recibo de lleno el glacial impacto de su mirada, siento un deseo loco de estrangular a todos los pájaros de la creación. En el fondo de cualquier corazón insensible hay una gota o dos de amor… lo suficiente para alimentar a los pájaros.

Sin embargo, no me puedo quitar del pensamiento la discrepancia existente entre las ideas y la vida…

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329

Hasta ahora no ha habido sueños que hayan alzado el vuelo. ¡Ni un solo hombre ha nacido lo bastante ligero, lo bastante alegre, como para dejar la tierra! Las águilas que batieron sus poderosas alas por un tiempo se estrellaron pesadamente contra la tierra. Nos aturdieron con el batir y el zumbido de sus alas. ¡Quedaos en la tierra, águilas del futuro! Se han explorado los cielos y están vacíos. Y lo que yace bajo la tierra está vacío también, lleno de huesos y sombras. ¡Quedaos en la tierra y nadad otros centenares de miles de años!

Y ahora son las tres de la mañana y tenemos aquí un par de furcias que están dando volteretas por el suelo. Fillmore se pasea desnudo con una copa en la mano y la panza tiesa como un tambor, dura como una fístula. Todo el Pernod, el champán, el coñac y el Anjou que se ha trincado desde las tres de la tarde está gorgoteándole en la boca como una alcantarilla. Las chicas le ponen los oídos en el vientre como si fuera una caja de música. Le abren la boca con un abotonador y echan una ficha por la ranura. Cuando la alcantarilla gorgotea, oigo a los murciélagos salir volando del campanario y el sueño se convierte en artificio.

Las chavalas se han desnudado y estamos examinando el suelo para cerciorarnos de que no se clavarán una astilla en el culo. Todavía llevan puestos los zapatos de tacón alto. Pero, ¡el culo! El culo está gastado, raspado, lijado, liso, duro, brillante como una bola de billar o el cráneo de un leproso. En la pared está el retrato de Mona: mira hacia el nordeste, en una línea con Cracovia escrita en tinta verde. A su izquierda está Dordoña, dentro de un círculo a lápiz rojo. De repente, veo frente a mí una raja oscura y peluda, abierta en una bola de billar brillante y bruñida, las piernas me atenazan como unas tijeras…

Acuarela HenMil

339

… Veo en los músculos hinchados de sus líricas gargantas el asombroso esfuerzo que hay que realizar para hacer girar la rueda, reanudar el paso donde te has detenido. Veo que, tras las molestias e intrusiones diarias, la vil y reluciente malicia de los débiles y los inertes, se encuentra el símbolo del poder frustrante de la vida, y que quien quiera crear orden, quien desee sembrar rivalidad y desacuerdo, porque esté imbuido de voluntad, ha de ir a parar una y otra vez a la hoguera y a la horca. Veo que, tras la nobleza de sus gestos, se oculta el espectro de la ridiculez de todo ello... que no sólo es sublime, sino también ridículo.

En un tiempo pensaba que ser humano era el objetivo más alto que podía tener un hombre, pero ahora veo que estaba destinado a destruirme. Hoy me siento orgulloso al decir que soy inhumano, que no pertenezco a los hombres ni a los gobiernos, que no tengo nada que ver con credos ni principios. No tengo nada que ver con la crujiente maquinaria de la Humanidad: ¡pertenezco a la tierra! Digo esto con la cabeza reclinada en la almohada y siento los cuernos que me brotan en las sienes. Veo a mi alrededor a todos esos antepasados míos bailando en torno a la cama, consolándome, incitándome, flagelándome con sus lenguas viperinas, sonriéndome y mirándome de reojo con sus siniestras calaveras. ¡Soy inhumano! Lo digo con una sonrisa demente, alucinada, y seguiré diciéndolo aunque lluevan cocodrilos. Tras mis palabras se encuentran todas esas calaveras siniestras que sonríen y miran de reojo, unas muertas y sonriendo hace mucho tiempo, otras sonriendo como si tuvieran trismo, otras sonriendo con la mueca de una sonrisa, el sabor anticipado y las consecuencias de lo que ocurre siempre. Más clara que nada veo mi propia calavera sonriente, veo el esqueleto bailando al viento, serpientes saliendo de la lengua podrida y las ampulosas páginas de éxtasis sucias de excrementos. E incorporo mi lodo, mi excremento, mi locura, mi éxtasis al gran circuito que circula a través de los subterráneos de la carne. Todo ese vómito espontáneo, indeseable, de borracho, seguirá manando sin cesar, a través de las mentes de los que han de venir, a la vasija inagotable que contiene la historia de la raza…

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… Hoy tengo conciencia de mi linaje. No necesito consultar mi horóscopo ni mi árbol genealógico. De lo que está escrito en las estrellas, o en mi sangre, nada sé. Sé que desciendo de los fundadores mitológicos de la raza. El hombre que se lleva la botella sagrada a los labios, el criminal que se arrodilla en el mercado, el inocente que descubre que todos los cadáveres apestan, el fraile que se levanta las faldas para mearse en el mundo, el loco que explora las bibliotecas para encontrar la Palabra: todos ellos están fundidos en mí, todos ellos provocan mi confusión, mi éxtasis. Si soy inhumano, es porque mi mundo ha sobrepasado sus límites humanos, porque ser humano parece algo pobre, lastimoso, miserable, limitado por los sentidos, restringido por preceptos morales y códigos, definido por trivialidades e ismos. Estoy echándome el jugo de la uva por el gaznate y descubro la sabiduría en él, pero mi sabiduría no procede de la uva, mi embriaguez no debe nada al vino...

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También, de este libro, acceder a:

El Final: TropicoCancer2

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