Saber y Ganar, el día de Freddie Mercury.

 

LuisC y FreddyMercury  

Entrada vigésima (La pomada disentida):   

Han transcurrido más de dos meses desde la publicación de la última entrada. Es una demora que podía preverse y que, incluso, en una entrada anterior ya habíamos advertido de su riesgo. El mantillo de los días que el tiempo va sedimentando sobre nuestras vidas, descompone nuestro pasado en recuerdos planos que carecen de la exaltación que esa vivencia pudo haber tenido. El presente exige su tributo y, además, en lo que a estas crónicas se refiere, casi siempre se han sentido huérfanas, carentes del calor que por su naturaleza necesitan. Es verdad que un autor que se precie no puede exigirle nada al lector y debería contentarse con decir lo que tiene que decir y tomarse como un premio el conocer que, al menos, existe algún receptor gentil que se interesa en lo que escribe. Pero, dadas las características de estas crónicas, -que sin pasión no valen nada- es muy entendible que puedan languidecer también –un factor más- porque les falte ese nutriente que les permite conservar la emoción, la vehemencia, la sinceridad riesgosa, la necesidad de manifestación con las que se comenzaron. Y esto no es ni una queja ni una petición, en absoluto, pero hay que constatarlo. Yo no querría estas pérdidas, simplemente ocurren y yo, mal que me pese, no puedo cambiar nada de lo pasado. Pero, tras este intervalo de recomposición, sí puedo y deseo enderezar el rumbo y acelerar la marcha como voy a hacer desde este momento. Se lo prometo.

Es más, me dejó un poco mohíno leer el breve texto que un atento lector de estas crónicas –el Sr. Gorriato- ha dejado comentado en la entrada anterior, porque con él me evidenciaba su clara consideración de que todo lo que hasta ahora llevamos escrito en esta crónica es menos importante que lo que queda por contar, un mero accesorio.  Bueeeeno, ya nos empezamos a acercar a la pomada., nos ha dejado escrito. Así que, antes de continuar, me he obligado a una reflexión y a bastante relectura para, finalmente, necesitar apuntalarme un poco y generar los anticuerpos necesarios contra el virus de la duda, de este tipo de duda que raya en la decepción y que es el más peligroso porque pone en peligro la salud del fruto de un impulso, de un trabajo ilusionante y consciente; y ya saben que el esfuerzo sin recompensa conduce a la melancolía –Ortega y Gasset, dixit-.

ViajeItacaHa sido muy oportuno ese comentario porque nunca viene mal recapacitar un poco. O un mucho. Y, finalmente, no ha perdido para mí ni un ápice de profundidad el canto del poeta: "Cuando emprendas tu viaje a Itaca, pide que el camino sea largo..." Lo que importa no es Itaca, sino el viaje. Yo viví esta experiencia como la viví, la miré como la miré y la sentí como la sentí. Eso no puede cambiarse aunque hoy pueda juzgar aquello desde otra perspectiva más “madura” por la distancia –ja-. Y no puedo evitar “saber” que yo no fui diferente a ningún ser humano de los que puedo conocer, porque todos vivimos el minuto con una realidad interna que no es la visible. Repleta de mil interioridades que la tiñe con matices únicos, con sus emociones íntimas, con sus valoraciones personales y sus recuerdos, con sus fobias, prejuicios, limitaciones y grandezas…. Y en estas crónicas debo convertirme en un ejemplo, aunque me ponga en evidencia. Así que… Sr. Gorriato, aunque el respeto y el agradecimiento que le debo por estar ahí –y, sobre todo, por hacérmelo saber- es sincero, debo reafirmarme en que no es como usted supone, y que, sin duda ninguna, todo lo contado hasta ahora –mal o bien, prolija o confusamente- posee tanto valor como aquello que falta, y que, en lo que queda por contar, y del mismo modo que lo ya está escrito, no se podrá expresar con suficiencia y sinceridad solo por la acción pura, solo por movimientos, gestos y palabras superpuestos sobre una línea de tiempo. Cuando llegue el momento de que no recuerde o no sepa decir que la compañera de Dante en el Paraíso fue su amada Beatrice, sabiéndolo a ciencia cierta, tendrá ese hecho un significado más importante que el que pueda tener un error baladí o un lapsus que solo tenga el efecto de restar puntos en el concurso; porque arrastrará también una historia antigua y que, al decirla, me expondrá demasiado, por lo que, llegado su momento, decidiré si merece la pena ser contada. En aquella edición de Saber y Ganar en la que yo participé, además de preguntas y repuestas y la posibilidad de ganar dinero, hay emoción y un buen ramillete de sentimientos internos que intervienen en el proceso; y que, por tanto, no pueden soslayarse porque pertenecen al mismo hecho en sí, formando un todo, no pudiéndose aislar una cosa de la otra sin perder autenticidad, esencia, realidad incluso.

Bueno, ahora, avanzo. Subido estoy ya en el estrado tras mi trote torpón y aunque intento mirar todo con ojos de lemur, lo que proceso de lo que veo me LemurEyesparecen las escenas de un sueño, como si lo que se representa no me incumbiera o el interventor fuera una proyección de mí mismo. Creo que ya se dijo. Bien, ahora voy a intentar concretarle lo que veo desde mi estrado. La parte del plató utilizada por los actores –nosotros, Jordi- es más pequeña de lo parece en televisión. En el pupitre de mi izquierda, está Pedro, más allá, lejísimos, Jorge; a Jordi Hurtado lo miro pero lo veo como si se tratase de un holograma, un ente extraño y brillante ubicado en otra dimensión diferente a la mía. El equipo de grabación, los cámaras, la regidora andan por allí o laboran en sus escondrijos, pero son seres como sobrepuestos sobre lo esencial y, por tanto, casi transparentes para mí. ¿Pilar? No sé, en las sombras, supongo, o tomando un café… solo fui consciente de ella cuando sacó de la manga sus cuellos de camisa y cuando me consoló con profesionalidad tras mi fracasado reto. Juanjo Cardenal…, fue solo Voz, bueno, Voz y Juicio. Un Juanjo Omnisciente.

Allí, sobre el estrado, la suerte está echada –me digo en latín-, y me trago la última saliva que me queda. Necesitaría un botijo de agua fresca como los toreros, que dicen que lo más difícil de realizar delante de un toro es escupir.  Instintivamente, como si constituyera una tabla de salvación o el único punto de contacto con el mundo real, me aferro con fuerza a los rebordes laterales de mi pupitre. El tercer pupitre. El de los nuevos. El único por el que han pasado todos y cada uno de los concursantes de Saber y Ganar y el único que llegamos a tocar los defenestrados en el primer programa. Afortunadamente, hoy, un año después, ya no existe. Alguien debe haber caído en la cuenta de lo que ese tercer pupitre aislaba y desvalía y, por fin, un nuevo decorado del programa, con un único estrado para los tres concursantes, ha paliado aquella separación psíquico/espacial que agravaba los efectos del miedo escénico de los concursantes primerizos con la desnudez del desamparo. Pero…

Pero pasa algo en ese pupitre. Me sucede que al posar mis manos en sus bordes, noto como un flujo sutil que penetra por mis manos y mis brazos, hasta llegar a mi cerebro creando ondas de pensamiento absurdas para la tesitura tan especial en la que me encuentro, y que ocupan y cambian sorprendentemente mi conciencia y mi atención. ¡Caramba! –me digo- ¡Qué fuerte!. Y es que me asalta una insistente y vívida impresión producida por la aprehensión instantánea de los miedos, la tensión, la orfandad, la responsabilidad, el vaciado mental de todos los anteriores concursantes nuevos que han apoyado como yo sus manos sudorosas en ese pupitre/picota, impregnándole de una energía que me impele a evocarlos sin alternativa al asaltarme la imagen/idea inevitable, nítida, significativa y cierta, de que han sido ya miles de personas las que, con similares terrores, han transitado por ese mismo trance que ahora me tocaba a mí traspasar. (Desde aquí mi afecto y comprensión para todos ellos. Se pasa mal en ese momento, ¿eh?)

Y digo pensamientos absurdos porque no hay ninguna razón plausible para que, en ese momento tan culminante en el que me encontraba y en el mismo ObjetoMagicoinstante en el que me agarré a ese pupitre, me invadiera ineludiblemente esa evocación repentina y empática de los concursantes pretéritos. Pero si uno se detiene un poco para intentar explicárselo, no es difícil llegar a la conclusión de que no es ni tan absurdo ni tan extraño, ya que es un efecto detectable en muchos otros lugares y objetos. Debe ser la impronta con la que cargamos la materia o los ámbitos cuando los tocamos o los habitamos si a los actos o las vivencias los acompañamos con una fuerte carga mental, emocional o sicológica. Puede que usted lo pueda considerar como una apreciación subjetiva y no demostrable, y es posible que dependa de la sensibilidad del sujeto, sí, pero el efecto existe y, ya digo, son bastantes los lugares en los que se aprecia con nitidez. Si lo piensa bien, hasta es posible que usted haya conocido a personas (o sea usted mismo una de ellas) que son reacias a que alguno de los objetos que consideran muy significativos sean tocados por terceros y la razón no tiene porqué ser necesariamente esotérica. Yo mismo poseo alguno y no tiene ninguna connotación extraña, pero está “cargado” con lo que está cargado y no quiero que otras energías lo adulteren (el verbo está tomado en su acepción natural, de alteración de la calidad o la pureza, sin connotaciones negativas). Y desde luego que existen espacios naturales, ermitas, cuevas, dólmenes, arboledas, viejas cárceles (muy desagradable), ruinas de castillos, picotas… en donde la GaritaSanCarlosenergía de las personas que los habitaron, los padecieron o mantuvieron un poderoso contacto con ellos, se capta con nitidez a poca sensibilidad que tenga uno y quiera y sepa orientar las antenas. Creo que algo ya está dicho en esta crónica a este respecto en la referencia a las viejas fábricas y, por poner algún ejemplo más que lo evidencie, le puedo asegurar que también es absolutamente patente en las antiguas garitas militares, en donde el flujo te entra por los pies y en donde la presencia de miles de soldaditos que aguantaron como tú cientos de horas de pie derecho para poco, no solo quedó impresa en los dibujos y nombres grabados en las paredes, sino que el ámbito mismo te lo transmite. Y, claro, el ejemplo paradigmático es el Camino de Santiago, numerosos tramos del camino de Santiago. Por mencionar alguno de ellos, pues… El descenso a Triacastela. Es un camino de pedruscos sueltos con bastante pendiente en donde se han quebrado cientos de rodillas y tobillos. Nos advirtieron de ese riesgo en O Cebreiro. Cuando bajas con tus adecuadas botas, cuidándote de la tensión que cada paso produce en huesos y tendones y de las trampas de sus piedras movedizas, “ves/sientes” sandalias, alpargatas, albarcas, pies descalzos muertos hace más de cien, trescientos, quinientos años que bajaron, como tú, ese camino de cabras, y te asalta con fuerza una sensación de conjunción, de hermandad incluso, cuando piensas en aquellos hombres que hicieron exactamente lo mismo que tú estás haciendo y quizás ViejoCastillocuidando, como tú, rodillas y tobillos; es decir, la importancia no se encuentra solo en la coincidencia del acto y el modo de caminar en sí, sino a la reproducción casi exacta de lo sentido o de los pensamientos esenciales… Y es un descubrimiento interno muy potente y revelador. Y por hacer mención de alguno más de esos tramos de los muchos que hay en el Camino, uno de los más sugestivos para mí, es el de ese pasaje umbrío e inquietante que atravesé en un atardecer. Es un bosque gallego que se traga la luz. Está abundado por unos árboles centenarios de tronco grueso y negro. Entre los que flanquean el camino, a tres o cuatro metros de altura, aparecen clavadas, ya herrumbrosas, unas cruces de hierro como de tumba vieja; sobrecoge bastante cruzar ese sendero umbroso con la noche en la puerta, y no puedes evitar ir escrutando receloso las sombras que lo envuelven ni la evocación de los hombres ya muertos que clavaron aquellas cruces. Ni tampoco a todos los peregrinos, la mayoría muertos también, que las vieron y se sobrecogieron como tú en aquel paraje y que avanzaban entre ellos atraídos por el mismo polo que tú, cargados con parecidos afanes a los que tú llevas contigo…  Bueno, para qué seguir si usted no me cree; y si lo hace, para qué seguir. Lo que sí le puedo asegurar es que el tercer pupitre de Saber y Ganar es uno de esos objetos, yo lo sentí, poderosamente.

Y, de pronto, la voz clara de Jordi, lo interrumpe todo:

«Bienvenidos amigos espectadores a su programa, Saber y Ganar en TVE. Saludos cordiales a los que están con nosotros cada día a través del canal Internacional…» 

Jordi realiza una introducción estándar del programa y, como siempre, la acaba con la presentación de los concursantes con un énfasis que parece como si presentara, es un ejemplo, a Marco Polo, a Amundsenal Gran Houdini: «… Y hoy tenemos con nosotros a ¡Giorgi, Pedro y Jorge!...» 

Fotomontaje

Supongo que los tres ponemos una media sonrisa nerviosa –una mueca, en mi caso-, y nos removemos un poco, inquietos antes de ponernos en guardia. Deduzco que los aplausos de bienvenida los ponen luego en el montaje, porque yo no los oí, aunque no me vaya usted a preguntar si el equipo aplaudió o no, porque yo no podría asegurárselo.

Pero, de pronto, Jordi, corta la grabación y exclama: «¡Pues vaya concursantes más sosos que tenemos!»

Yo, me quedo de una pieza. Algo no hemos hecho bien -me digo-. Mal comienzo. ¡Sosos. nos ha llamado sosos…! Jordi continúa con su venial reprobación: «A lo mejor es porque es lunes, pero es que… ¡Vamos! ¡Ni un aplauso! ¡Un poco de entusiasmo, señores, que esto es un juego! ¡Aplaudan! ¡Apláudanse, que se lo merecen por estar aquí! Venga, probemos otra vez»

Pero yo, que estoy buscando reconcentrarme de todas las maneras posibles, hago un intento por ser resultón, simpático incluso, y me oigo decir con voz alta aunque algo quebrada:

- Lo siento, Jordi, pero es que yo no puedo aplaudir porque tengo las manos pegadas al pupitre…

Le prometo que eso dije. No esta mal el intento para ser un neófito. Pero con este alarde solo conseguí levantar unas risas de alguno del equipo que nos controlaba en la sombra; pero de Jordi, nada, ni se dio por aludido, ni se inmutó. Es más, ahora que lo pienso puede ser que fuera contraproducente ya que la nueva introducción de Jordi no fue ni parecida a la que acababa de realizar. ¡Ojalá hubiésemos aplaudido aunque solo fuera tímidamente en la primera toma! Porque, en la que vio la luz y llegó hasta el más remoto confín del globo, me metió de lleno en el jaleo con preguntas directas –de las que tuve hasta pavor por no saber ni contestar en dónde vivía- y presentarme, además, como un experto en Internet, a mí, y únicamente por el comentario que le había apuntado (sí, buscón, pero que, ni por asomo esperaba que fuera a tener tanta trascendencia) sobre que mantenía una página web de libros. –Claro, no le mencioné que la página había nacido hacía tan solo dos meses, tras un cursito a matacaballo de cuarenta días…- ¡Qué mal trago pasé, de verdad se lo digo! Lean, lean, su nueva presentación y el interrogatorio:

- «Bienvenidos amigos espectadores a su programa Saber y Ganar en TVE. Saludos cordiales a los que están con nosotros cada día a través del canal Internacional- Muchísimas gracias, y a todos los amigos que nos siguen desde In-ter-net, y hoy recibimos a un concursante que, precisamente, de Internet sabe mucho. Así que vamos a saludar ya a los tres participantes, a Giorgi, a Pedro y a Jorge… ¡Bienvenidos y muchísima suerte a los tres! ¡Suerte, suerte! (Aquí ya sí que nos aplaudimos formalmente y nos aplauden más cálidamente en el montaje) ¡Ay!, también los tres le envían, y todo el equipo, un saludo muy cordial a Luisfer Estéfano que ha estado nueve programas con nosotros, de Munguía, de Vizcaya, que lo ha hecho muy, pero que muy bien, un gran concursante». 

- Bueno, pues ahora no tenemos a Luisfer sino que tenemos a Giorgi… (Sonrisa amplia) Bienvenido. (Jordi, realiza movimientos con las manos, como si estuviera jugando al yo-yo)

- Muchas gracias, Jordi –me oigo contestar-

- ¡Qué tal! Giorgi. Giorgi Apellido1 Apellido2. De Madrid.

- Madrid. (Conseguido)

- ¿Del mismo Madrid?

(¿Y esa pregunta? Ya está dicho en estas crónicas. De Madrid eres aunque vivas en Chinchón o en San Martín de Valdeiglesias. Es como aquel chiste en el que uno le dice a otro que su hijo está estudiando en el extranjero y cuando el amigo le pregunta que en qué país, el padre le responde con convicción: ¡No, no!, ¡en el mismo extranjero!).

- Sí, del mismo Madrid, al lado de la Asamblea de Madrid, en una zona que se llama Madrid Sur, de nueva construcción, pues allí… (Aquí me quedo clavado. ¿Qué iba a decir? ¿Qué allí… vivía? o ¿Qué allí estamos… para lo que usted guste o allí tiene su casa? Pero Jordi, que es un hacha, ante mi atoramiento, interviene)

 - Muy bien Giorgi… Giorgi precisamente sabe de informática, de Internet, de esa gran posibilidad que se abrió desde que In.. la televisión entró en Internet. y nos pueden ver así en todo el mundo ¿verdad, Giorgi? –Claro, así es –contesto con una cara de poema dramático, a punto de echarme a llorar (me va a preguntar, me va a preguntar…), -Es una posibilidad extraordinaria. Giorgi que ha trabajado como Jefe de Desarrollo en una Empresa de temas de Informática.

- Informática de gestión –intercalo con un cabeceo lateral - Una empresa financiera. –Insisto con un segundo cabeceo lateral. (Por aquí, sí Jordi, y no demasiado. Por gestión sí, por Internet, no, por favor),

- Y ahora, ahora lo importante es… (Jordi continúa) Eeessse bloc, esa página, esa página Web de Giorgi: fragmentosdelibros.com (Jordi enfatiza el nombre con los dedos formando una O de OK)… ¿Para hablar de Literatura, para hablar de libros?

(Aquí lo tienes, Giorgi, en bandeja. ¡Hala! ¡Hala! ¡A hacer publicidad de tu página llena de errores, con un puñadito de libros por todo bagaje y ¡Hala! ¡A improvisar en televisión! ¡Toda tuya! Luego, K. me recriminaría no haber llevado algo preparado sobre qué decir de la página… a toro pasado, el muy canalla. Yo desde luego, no me lo esperaba así, tan en crudo. De modo que no se podía esperar de mí otra cosa que una presentación de la página, deslavazada, confusa, sin salida natural como no fuera la del corte por lo sano, aunque, al menos, no balbuceé. Y, además, hay que tener en cuenta el estado mental infame en el que me encontraba y del que aquí ya se ha dicho demasiado. Y no justifico nada, fue como fue. En fin, esto es lo que respondí, lo que ha quedado para los anales:)

- Efectivamente… para… eh… poner fragmentos, finales de libros para… que los libros lleguen a través de lo que dicen los libros y no a través de lo que digamos nosotros o digan otras personas, sino que sean los propios libros los que hablen, entonces intentamos elegir los mejores libros… p. (cuando llegué al “entonces”, Jordi, comenzó a hacerme la tijereta con los dedos, en un claro signo para que cortara el rollo, de todas las formas después delos mejores libros… p” me quedé en blanco y moviendo la cabeza en el vacío total… De nuevo Jordi, me sacó del atolladero:)

- Giorgi, con una iniciativa ex-tra-or-di-naria… muchísima suerte, Giorgi.

- Muchísimas gracias…

He escapado algo desgreñado de este primer encuentro, aunque, eso sí, bien publicitado. Sigo aferrado a mi pupitre y disfruto de un momento de tregua con la liberación que me produce el cambio del foco de atención. Me toco la nariz. Este gesto, un antiguo amigo mío lo tenía bien observado, y decía que era muy corriente verlo en los conductores tras realizar un adelantamiento. Eso decía. Pudiera ser, sí, un gesto de fin de peligro, bueno, yo al menos sí me veo tocarme la nariz en el video del programa. Jordi, a continuación, presenta al polifacético y tranquilo Pedro, que participa en su cuarto programa; y a Jorge, del que enfatiza la circunstancia –es para ello, meritorio-, de que ha saltado, en un solo programa, del pupitre tres al primero. Mil doscientos veinte euros en un día. Jorge, continúa muy relajado e informal. Es admirable. Viste el mismo polo-esquijama gris mosca que en el programa anterior, aunque en este caso, luce sobre él una camiseta también tono mosca, pero en negro, con una calavera estampada de color blanco que abriga los huesos del cráneo con un pañuelo pirata. En el lugar de las tibias, adornan la camiseta dos sables cruzados muy parecidos a los que lucían los sombreros de los oficiales yanquis del siglo XIX, aquellos que cumplieron con suficiencia su deber de masacrar a las tribus de los díscolos, insumisos y crueles pieles rojas. Debajo de ella, en letras grandes, un texto alusivo: “Pirates”. ¡Envidiable! Si yo me atreviera….

¡Epa! Ya me he quedado otra vez sin espacio en esta entrada. Por esta vez, no importa.

 

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Ent.  4   Floris moralina
Ent.  5   Un topo en TVE
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Ent.  7   La garita y su radio 
Ent.  8   El charnego
Ent.10      Reelaborándose 
Ent.12      Reelaborándose
Ent.  20   La pomada disentida
Ent.  21   Los retos de comodín
Ent   25   Beatriz, la del vólatil nombre (Prox)