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Fragmentos de libros. EL VIEJO LEÓN, Tolstoi, un retrato literario. Mauricio Wiesenthal Fragmentos II:  

Acceso/Volver a los FRAGMENTOS I de este libro: RaizNocturno177
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  … Tolstoi, al ser un campesino y un artesano, se dio cuenta de que la civilización industrial conduciría a la violencia tecnificada, al abuso de las burocracias de Estado y a nuevas formas de injusticia social, sin ose la dotaba de una conciencia moral y de un contenido espiritual; sobre todo, marcándole unos límites y abriéndole horizontes humanistas. El Renacimiento fue tan grande porque supo utilizar la ciencia y la técnica –la brújula, el reloj, las lentes, el estudio de la anatomía- para conocer mejor el mundo el universo y, sobre todo, al hombre. El siglo XX sería, LTolstoi2por el contrario tan inhumano porque utilizó buena parte del progreso para crear riqueza sin conciencia. Ya algunos de los contemporáneos de Tolstoi se dieron cuenta de que en el viejo aristócrata había un experiencia moral (podríamos llamarlo memoria histórica de clase) que no tenían los burgueses enrolados en las filas comunistas, como Lenin. Y, por eso, muchos socialistas y anarquistas se sentían más cerca de Tolstoi y desconfiaban de la idea bolchevique del Estado y de las ambiciones de Lenin, a quien Gorki –pese a admirarle en su valía intelectual, llamada «hidalgüelo». Con cierta ironía podría decirse que Lenin sentía el tradicional rencor burgués hacia los aristócratas y, por eso, los condenaba; mientras que Tolstoi, al reclamar el fin de la propiedad y exigir la liberación de los siervos, quería «salvar el alma» de los propietarios. En Tolstoi no existen ni el odio de clase ni el odio racial: las dos formas brutales de injusticia que distinguieron a los teóricos de las revoluciones sociales del siglo XX y que fueron la casusa de tantos y tan miserables crímenes.

En Rusia, era normal para un señor feudal «poseer» cien, doscientas, quinientas almas –los Tolstoi llegaron a tener setecientas-, contando así el número de siervos. Aun así, Tolstoi nunca se sintió poseedor de almas, sino que más bien fue su corazón el que perteneció a aquel mundo campesino. Es le hizo contradictorio y difícil, porque parecía un hombre habitado por muchas vidas diferentes. Pero eso le hizo también un gran novelista, porque podía sentir y comprender los problemas humanos desde horizontes y vidas distintas. No era un intelectual erudito –pese a que fue siempre un sabio y un gran humanista-, sino que, en su personalidad, prevalecía la fuerza de sentimientos del artista. Ese mundo de contradicciones y luces opuestas esl el fundamento único y extraordinario de su obra. 

Me parece imposible describir a un hombre con unas palabras –señala, adivinando con lucidez los límites de la literatura-. Uno puede escribir el efecto que produce sobre nosotros. Se puede decir: es original, bueno, inteligente, tonto, lógico, etc. Tantas palabras no trazan ningún retrato de la persona sino que pretende delimitar el contorno; pero, de hecho, muy a menudo, solo inducen a error.

GuerraYPazEs evidente que un hombre que habla así sólo puede ser novelistas. Y, cuando escribe Guerra y paz, comprende definitivamente que no basta describir personajes, sentimientos o caracteres, sino que hay que saber interpretar sus reacciones, enfrentarlos a su mundo y relacionarlos entre sí. Para presentar a un personaje se necesita explicar una vida. Y para contar una vida es necesario enfrentar las opiniones de un lado y de otro en diálogos y diatribas, pero sin retroceder ante la confesión ni ante el monólogo… Una vida solo se revela en contraste con las luces de su fondo, con su paisaje, con su ambiente, con el decorado de su tiempo, con las existencias que la rodean. Hay que escribir cien vidas para iluminar un fragmento de otra. Por eso estoy convencido de que no se puede escribir tampoco un buena biografía o un a apunte sin novelarlo… 

LosCosacosTolstoi pone su estilo detallista al servicio de la realidad. En Cosacos enumera todas las prendas de un hombre se quita para bañarse. Cuando describe la realidad no olvida olores ni sonidos, ni luces, ni detalle alguno. Conoce las reglas existentes de la épica y sabe bien que una novela no es un relato superficial…

León Tolstoi es, sobre todo, un genio; algo más que un simple talento. Tiene la dureza y la fuerza obsesiva que distingue a los genios. Sólo le interesa lo trascendente. Por eso inquieta y desespera a sus contemporáneos, que temen que se extravíe en mil batallas ajenas –aparentemente ajenas- a la literatura. Así reaccionan Dostoievski o Turguéniev, que no siempre ven con agrado ni con tolerancia la forma en que Tolstoi se entrega a comprometidas luchas morales, hasta perderse en diatribas teológicas. «Regrese usted a la literatura», le escriben en diferentes ocasiones. Ninguno de ellos adivina el alcance «moral» de la autoridad de Tolstoi. Dostoievski lo comprenderá más tarde, después de haberse burlado del profeta en Iásnaia Poliana. Pero Tolstoi no es un simple «talento» literario, bien dotado para entretener a sus lectores con historietas y recursos agradables. Es un genio, y ahí, en esa contradicción tormentosa y trascendente de su espíritu, es donde se revela la que será su cualidad fundamental en la historia de la literatura: su condición profética de «autoridad moral». 

MujiksEn los últimos años de su vida hay una dosis de sacrificio, de renuncia y de entrega que se va marcando incluso en los rasgos de su rostro. Nace señor feudal, vive una juventud despreocupada, se educa viajando como un hombre de espíritu cosmopolita y, sin embargo, se siente siempre un campesino. Piensa solamente en «poder sacarse la camisa por fuera del pantalón»; lo que, para él, significa volver a su aldea y vestirse de mujik

En el seno de los pueblos de la tierra –escribe en sus notas del 13 de agosto de 1865-, la misión de Rusia es aportar al mundo la noción de una organización social que no admita la propiedad.

Podría conformarse con citar el Evangelio de San Mateo (19,24), donde Jesús advierte qué difícil es, para un rico, entrar en el Reino de los Cielos. Pero Tolstoi sabe que el auditorio de los biempensantes está acostumbrado a escuchar cada domingo estas palabras evangélicas con un bendito gesto de indiferencia. Y, como no le gusta ser comedido ni tibio, sigue insistiendo en el argumento hasta poner sobre ascuas a los buenos burgueses: 

Mientras exista el género humano, la idea de la propiedad es el robo seguirá siendo una verdad más válida que la Constitución para los ingleses. Es una verdad absoluta, pero existen otras verdades relativas que constituyen sus corolarios. La primera de estas verdades relativas se encuentra en la misma idea que el pueblo ruso se hace de la propiedad. El pueblo ruso niega la propiedad más tangible, la más separada del trabajo, la que reprime, más que ninguna otra, el derecho de los individuos a adquirir propiedades; a saber, la propiedad de bienes raíces. Esta verdad no es un sueño, sino un hecho que encuentra su expresión en las comunidades campesinas o cosacas. La encontramos tan netamente en el mujik como en el ruso instruido.

    

De   APUNTE EN EL CLARO DEL BOSQUE

p 24

IasnaiaPolianaOtoño… A Gustav le parecía increíble esa confianza entre el señor y sus campesinos, tan impensable en la sociedad clasista. En Europa no había siervos, pero el propietario de la finca no se mezclaba con sus peones.

Tiene razón, Masha –respondió Tolstoi-, pero yo no mandé al administrador para que te pidiese nada, sino para que te riñese. No quiero que, a tu edad, andes por el prado recogiendo las malas hierbas. Pueden hacerlo tus hijas. Tú has trabajado ya bastante. Por cierto, Vasiliy –dijo, dirigiéndose al padre de los niños-. ¿Ya habéis reunido al Consejo para darme vuestro parecer?

- No quieren reunirse, señor. Y yo creo que tienen razón. Los papeles y las firmas traen problemas, y los hombres reunidos pierden la inteligencia. Uno a uno podemos pensar. Pero, todos junto, nos comportamos como un rebaño… Así es como los amos consiguen gobernar a los siervos.

- ¡Vasiliy, no le hables así al padrecito! –gritó la vieja, frunciendo sus labios con una expresión lastimera-. Él no se avergüenza de nosotros y viene a vernos. Y la barinya es buena y nos regaló mi colchón de plumas y la colcha de color negro de tu matrimonio.

Tolstoi tenía un gesto característico cuando hablaba: levantaba el dedo y alzaba la voz enérgica.

- ¡Ah, ah! –exclamó en un tono de protesta- ¿Ha oído usted como habla Vasiliy? ¡Tiene toda la razón del mundo! ¡Los hombres reunidos en el Sínodo o en la Duma pierden la inteligencia y se comportan como rebaños! Antes de escribir novelas deberíamos aprender la sabiduría sencilla del pueblo llano. Ellos tienen la fe, porque conservan la energía y el valor. La fe es como el amor. Se necesita pasión y, a veces, casi temeridad para decir «yo amo» o «yo creo».

Gustav MayerTolstoi dijo en ruso prostój naród –pueblo sencillo- y las palabras tienen un valor fundamental en el idioma que se pronuncian.

No era fácil para Gustav Mayer, nacido en un mundo rico y burgués como el de Viena, descubrir estas verdades que Tolstoi encontraba en los campesinos. Los rusos vivían en otro mundo. Y los únicos «personajes» que él había llegado a conocer era el indio José, la niamia Katerina y las muchachas de servicio que solo le transmitían un eco lejano del mundo auténtico de las pobres gentes

En Europa los tiranos no se emborrachaban ni babeaban haciendo confesiones sentimentales ni lloraban arrepentidos sobre los cadáveres de sus víctimas. Por los grandes ríos de Europa no navegaban barcos y pontones transportando presidiarios, ni en las orillas se veían las cadenas de deportados. Había malas cosechas, injusticias, hambre; pero no se varían aquellos campesinos maltratados y aquellas pobres gentes, arrastradas por el dolor y la vergüenza de haber nacido en la sumisión. En Rusia se veían muchos niños vendiendo trastos viejos por las calles de los pueblos. Se encontraban también niñas vestidas con harapos que se tapaban la carita con las manos cuando uno les daba una limosna, porque tenían miedo.

En Europa no había tanta miseria, pero los pobres tenían que sobrevivir sin caridad. Tolstoi les contó que había visto a un mendigo que pedía limosna durante hora delante del hotel Schweizerhof de Lucerna, sin que nadie le diera un céntimo ni volviese la cara para mirarle. En Europa había muchos teólogos. Pero tampoco había ya startsi que bendijesen a los pobres y que llamase «madrecita» a las abuelas y «palomitas» a las niñas, mientras contaban ingenuos milagros.

ProudhonTolstoi era ya muy viejo y –despegado del mundo- sólo hablaba de la piedad y de los niños. Pensaba sin duda en su huida. Soñaba con dejar atrás su casa y cuanto había heredado de sus mayores. Las propiedades le quemaban, igual que la cadena abrasa las manos del presidiario. Había convertido el ala principal de Iásnaia Poliana en una escuela de niños. Y había vivido siempre con su numerosa familia en una casa más pequeña y sencilla. Pero, eso, también le pesaba.

-¡Hijo mío! –dijo, con una voz que parecía salir de su alma-. Europa está perdida. La riqueza la ha destruido. Todo cuando poseemos es un robo.

Esa moral comunista había ensombrecido el pensamiento de Tolstoi, desde que la había oído de labios de Proudhon

    

– Para ser escritor se necesita hacer primero muchos zapatos. Tenemos que aprender de los artesanos y los campesinos. Ellos tienen el secreto de la paciencia, de la humildad y de la iniciación…

De   LOS ILUMINADOS DE TULA

p 49

 MemoriasLievDebo confesar que siempre amé más a los rusos que sus novelas. Y podría recitar, casi sin una falta, las Memorias de Tolstoi, aunque en mi juventud no fui capaz de leer con verdadero entusiasmo algunas páginas prolijas de sus epopeyas guerreras. Tardé mucho tiempo en comprender su sentido y su grandeza. Su propia mujer, mientras copiaba pacientemente el manuscrito de Guerra y paz, le advertía: «me aburre esa princesa que toma el té con no sé qué condesa».

También es verdad que hay fragmentos de Guerra y paz que se adelantan un siglo a toda la literatura moderna, incluso al impresionismo y al surrealismo. Como el fabuloso diálogo entre Natacha y su madre, comparando Drubétzkoi con Bezujov.

    - Sin duda es encontador, muy, muy encantador, pero un poco estrecho para mi gusto, como la caja del reloj... Comprendéis lo que quiero de cir: estrecho y gris claro.

    - ¿Qué quieres decir?

   - No creo que no podáis comprenderme. Bezujov, por ejemplo, es azul, azul oscuro con rojo, y es cuadrado.

    - Me parece que te estñas haciendo la interesante -dijo, riendo, la condesa.

    - En absoluto. Es francmasón, según me han dicho. Es un buen muchacho, pero es rojo y azul oscuro ¿Cómo os lo podría explicar?

León Tolstoi me parece uno de los más bellos personajes que ha dado el alma rusa. Aún más contradictorio de Dostoievski, tan apasionado como Pushkin y tan humano como Gógol.

    

De   EL MUNDO DE AYER NO ESTÁ TAN LEJANO

p 154

 AlexandraTolstoi… Al conocerla (a Alexandra –hija de Tolstoi) uno podía hacerse la idea de por qué el viejo León despertaba impresiones tan contradictorias en quienes miraban sus «ojos de lobo» y, sin embargo, reconocían su ternura interior. Por eso ella pensaba que la lucha entre su madre y su padre había sido muy desigual, ya que el viejo León era un sentimental incapaz de defenderse del carácter más agresivo de su pareja.

En 1941, gracias a una donación, Alexandra pudo adquirir la Red Farm: una granja de casi treinta hectáreas, situada muy cerca de Nueva York. Y, allí, encontraron asilo numerosos refugiados y muchos niños que tendrán siempre un recuerdo imborrable de este hogar de infancia.

Sus métodos pedagógicos para integrar a los emigrantes en la cultura americana eran muy eficaces, porque estaban basados en los principios tolstoianos de la tolerancia y de la educación progresiva y sin coacciones.

Explico estas cosas porque tengo la fundada sospecha de que la propaganda frívola, escandalosa y confundidora del siglo XX sometió a los jóvenes a una experiencia brutal: alejarles la imagen de sus abuelos y sus mayores, de forma que el mundo pareciese rodar a una velocidad enloquecida en la que los valores que llamaban «antiguos» iban siendo sustituidos por otros más eficaces, mejores y más grandes. No creo, naturalmente, que los verdaderos valores cambien, pero estoy convencido de que nadie se interesaba hace cuarenta años cuando yo decía que la hija de Tolstoi estaba viva y que merecía la pena invitarla a las televisiones o entrevistarla ara que los jóvenes conocieses el mensaje de su padre… ¡Cuántas sonrisas escépticas!

Creo que los jóvenes del siglo XXI ya han tenido tiempo suficiente para descubrir la falacia de aquellos vendedores de plástico que querían sustituir la literatura por juegos de palabras y pretendían transmutar los valores a base de «devaluaciones»… ¡Cuántas devaluaciones aplicadas sobre el esfuerzo moral de generaciones de trabajadores honrados y humildes! Cada vez que veo escrita la palabra CRISIS siento dolor por los jóvenes, pero pienso también con pena en los padres y las madres que –arrastrados por el materialismo de la época- les han legado este mundo.

En este juego de supresión de valores y rupturas, que ocupó a muchos intelectuales del siglo XX –entre crímenes, campos de exterminio, revoluciones culturales, Gulags, dictaduras, inflaciones y otros entretenimientos-, se fueron acumulando en la cabeza de los jóvenes muchos nombres «comerciales», hasta hacerles perder de vista cuáles eran los verdaderos valores que desaparecían enterrados entre tantas marcas y tan repetitiva propaganda.

ElMundoDeAyer

Me dolía advertir –cuando hablaba en universidades- que muchos jóvenes no sabían ya dónde incluir los grandes nombres del pasado porque ciertos maestrillos les habían convertido la historia en arqueología. ¿Quién les habló jamás de Ellen Key, la escritora sueca que tanto combatió a favor de la mujer pero además luchó por el sueño idealista –tan vilmente profanado- que el siglo XX fuese conocido en la historia como «el siglo del niño». ¿Quién les habló de Georg Friedrich Nicolai, el maestro espiritual de Einstein? ¿Quién les ha explicado la vida de Charles Freer Andrews, el discípulo de Cristo, de Tolstoi, de Gandhi? A nuestros jóvenes les han arrinconado en un horizonte remoto y oscuro los nombres de Boris Peternak (m. 1960), de Benedetto Croce (m. 1952), de Lou Salomé (m. 1934), de Máximo Gorki (m. 1936), de Stefan Zweig (m. 1942), de Ortega y Gasset (m. 1955), de Wanda Landowska (m. 1959), de Clara Rilke (m. 1954), de Thomas Mann (m. 1955), de Georg Friedrich Nicolai (m. 1964), de Romain Rolland (m. 1944), o del mismo Tolstoi (m. 1910) –¡el mundo de ayer!-, mientras les sustituían la memoria de los grandes maestros, y el repeto que debemos a nuestro mayores, por una nómina de personajillos que se hacían famosos en el teatro de títeres de la política, en la fábula del mal gusto de los nuevos ricos, en el aparatoso espectáculo de los Oscars –¡cuántos genios, Señor, cuántos genios!- O en penosos festivales de la canción…

    

La revolución pendiente de la Autoridad Moral

Paideia2El estudio de los clásicos nos permitía a los jóvenes, hace medio siglo, encontrar sistemas fiables de comparación y de medida, calibrando nuestros «valores». En el mundo de los valores se necesita siempre un sistema de medida que dependa lo menos posible de criterios arbitrarios, deficientes y caprichosos.

La paidea antigua, al valorar a los clásicos, influyó decisivamente en la formación de los jóvenes europeos, convirtiéndonos en hombres de carácter; más preocupados por la «autoridad moral» y el destino de nuestra cultura que por las modas y las experiencias oportunistas del mercado del arte contemporáneo. Afortunadamente teníamos a los viejos maestros literarios para darnos cuenta de la exigencia de la formación, paciencia y trabajo que reclama el oficio intelectual. Y, por eso, algunos idealistas –sin duda, los jóvenes menos astutos y prácticos de nuestra generación- intentábamos preservar esa herencia, guardando sus reliquias. Hicimos los mismo con muchos símbolos y principios ideales de la fe religiosa que nos siguen pareciendo humanistas, tolerantes, propagadores de amor, fundamentales para la cultura, iniciáticos para un camino de sabiduría y, por tanto, sagrados.

luz de visperasPoco después de expropiarnos de los clásicos, los fabricantes de material de consumo y basuras comenzaron a vendernos toneladas de saldos, juguetes peligrosos para adultos y productos defectuosos a precio de grandes marcas. No hace falta ser un genio de la economía para comprender la bajeza de este juego, pero al menos hay que reconocer que aquellos «cerebros del materialismo del siglo XX» eran unos fulleros laboriosos y aplicados, unos pícaros tremendamente inmorales pero bien preparados.

Tengo la idea de que el materialismo tiene una responsabilidad infinita en estos crímenes realizados contra los jóvenes del siglo XXI. Ya se oye decir -¡qué tarde!- que, en los fundamentos de las nuevas crisis económicas del capitalismo (vendrán otras muchas y peores, que nadie se engañe), hay una crisis de valores. Dediqué mi novela Luz de Vísperas a esta tragedia.

    

De   ÁLBUM PARA LA MEMORIA

(Serie de fotografías comentadas)

p 228

FamiliaTolstoi... Esa escuela de alegría y libertad integrada en la vida del campo, era su ideal pedagógico: contrario a toda idea de encierro y castigo. Y, en ese ambiente natural, los niños se comunicaban mejor con el maestro y aceptaban el diálogo, basado siempre en las realidades de su entorno (las fiestas, los acontecimientos familiares). Al viejo León no le gustaba cortar las flores en ramilletes, como hacían su mujer y sus hijas, sino que prefería pasar sus manos sobre los pétalos azules de las nomeolvides, sobre las margaritas cargadas de polen o sobre los matorrales silvestres para recoger su perfume y acariciarse las barbas. Entre las historias que agradaban a Tolstoi había un cuento de J.P. Richter que habla de un padre que había criado a sus hijos bajo tierra y, cuando aquellos muchachos llegaban a hombres, se daban cuenta de que necesitaban morir para transformarse y alcanzar la libertad. «El sentido de la vida -escribió él mismo- se halla fuera de nuestro conocimiento, porque nos formamos en una experiencia limitada –sometida a espacio, tiempo y casualidad- y tenemos que liberarnos de todo para comprender los importante: la salida, la muerte, la vuelta a lo divino»…

    

Sobre Ana Karénina (p234)

ManusAnaKareLas correcciones de Tolstoi sobre el manuscrito de Ana Karénina dan buen testimonio de su forma meticulosa de trabajar; porque su proceso de creación artístico iba unido a una profunda exigencia de perfección. En la notas al margen iba añadiendo escenas y personajes, buscando colorido y sentido estético, cambiando sin cesar el texto original, escrito con letra más grande «al día siguiente –explicaba- se relee aquello y hay que tacharlo todo porque falta lo fundamental. No hay ninguna imaginación, ningún talento; falta ese algo sin lo que nuestra inteligencia no vale nada… La obra no cuadra más que cuando la imaginación y la inteligencia van unidas. En cuanto una de las dos domina exclusivamente, todo está perdido. No queda más remedio que abandonar lo que ya está hecho y comenzar de nuevo.» Y hay que valorar que, en el caso de Tolstoi, los manuscritos eran bien voluminosos, porque tenía el aliento creativo, la tormentosa pasión emotiva, la precisión minuciosa, la fuerza mental y la ascética capacidad de trabajo que distinguen a los genios. Por eso, sus grandes obras como Guerra y paz, fueron seguidas de periodos de inactividad –más de dos años hasta que comenzó Ana Karénina- en los que se dedicaba a mil actividades distintas que le permitían evolucionar interiormente, esperando que la marea incansable de la vida y el alimento continuo de la lectura le diesen temas para otra novela. Así, en enero de 1872, ocurrió una tragedia en una estación cercana a Iásnaia Poliana, una pobre mujer, enloquecida por los celos, se arrojó al paso del tren. Se llamaba Ana, y las autoridades locales, con la fina sensibilidad que distingue a la burocracia, expusieron el cuerpo en el edificio de la estación; seguramente para ver si alquien la reconocía. Tolstoi vio aquel cadáver («el cuerpo sin ropas y destrozado») y, en la vergüenza compartida, en el dolor y en la piedad de aquel momento dramático, se le ocurrió la historia de una muchacha llamada Ana, cuya vida terminaría de la misma forma. Se entregó apasionadamente a la nueva novela y, en el transcurrir de los años siguientes, la vida –compañera fiel de toda creación- le fue dando el fondo orquestal de Ana Karénina: la pasión de la primavera cuando las purpúreas y las ortigas suben entre los tallos de centeno, los cantos de las mujeres en los días de siega, la alegría de la escuela cuando los niños recitan el abecedario; pero también los meses de sequía y hambruna en las estepas que rodeaban a su finca de Samara, la enfermedad de la amada tía Tatiana que se extinguió –sin razón y sin memoria- cuando florecen las nomeolvides y, finalmente, la muerte de Piotr (Petia), su séptimo hico, que falleció de difteria a los diecisiete meses. Los originales de Ana Karénina parecían el testamento de un loco. Sofía copiaba cada mañana en limpio las correcciones, pero él tachaba y las corregía de nuevo...

 

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