CucharaSaturada

Lo último en Fragmentosdelibros.com

NUEVAS INCORPORACIONES

Enlaces directos en las imágenes

Fragmentos de La campana de cristal.
Sylvia Plath
Acceso directo a los fragmentos de La campana de cristal. Sylvia Plath

Fragmentos de Oriente, oriente.
T. Coraghessan Boyle
Oriente, oriente de T. Coraghessan Boyle. Fragmentos.

Fragmentos de Cerca del corazón salvaje.
Clarice Lispector
Fragmentos de Cerca del corazón salvaje. Clarice Lispector

Fragmentos de Tres pisadas de hombre.
Antonio Prieto
Acceso directo a los fragmentos de Tres pisadas de hombre. Antonio Prieto

 

 

NUEVAS PORTADAS
Fragmentos de La balada del café triste
Carson McCullers
Fragmentos de La balada del café triste de Carson McCullers

Final de Tiempo de silencio
Luis Martín Santos
Final de Tiempo de silencio de Luis Martín Santos

Comienzo de El árbol de la ciencia
Pío Baroja
Fragmentos de El árbol de la ciencia de Pío Baroja

Fragmentos de El Jardín de la pólvora
Andrés Trapiello
Fragmentos de El Jardín de la pólvora de Andrés Trapiello

DedoIndice

 

Fragmentos de libros. PRISIÓN PERPETUA de Ricardo Piglia   Comienzo II:

Acceso/Volver al COMIENZO I de este libro: Arriba FraLib
Continúa...     (Se muestra alguna información de las imágenes al sobreponer el ratón sobre ellas)

... Se crió en el campo, un médico de provincia que cuando tomaba y estaba alegre enfurecía a mi madre cantando «La pulpera de Santa Lucía» con una variante obscena que había aprendido en un prostíbulo de Trenque Lauquen. Se hizo peronista en el 45 y fue peronista toda la vida. Los acontecimientos se encadenaron para hacerlo abdicar pero él se mantuvo firme. Salió de la cárcel y se siguió reuniendo con los compañeros del movimiento (como los llamaba) que venían a casa a imaginar la vuelta de Perón.ModeloPeron

Hay hombres sobrios y aplomados, a los que la desgracia los quiebra por adentro, sin que se vea. No saben quejarse, son ceremoniosos y gentiles, piensan que los demás actuarán con la misma magnanimidad que ellos usan en la vida. El punto de máxima ruptura se produce cuando empieza el desengaño.

El 55 fue el año de la desdicha y el 56 fue el de la cárcel y el 57 fue todavía peor. Las cosas siempre pueden empeorar: ésa es la tradición de los vencidos.

Estaba acorralado y decidió escapar. En marzo del 57 abandonamos medio clandestinamente Adrogué, un suburbio de Buenos Aires donde yo había nacido y donde había nacido mi madre, y nos fuimos a Mar del Plata, una ciudad que está a cuatrocientos EstacionAdroguéNievekilómetros al sur de la provincia de Buenos Aires. Subimos los muebles a un camión, yo viajé entre las sogas y los bultos; sentado en un canasto de mimbre miraba pasar las poblaciones, las vacas, la mansedumbre idiota de la llanura. En Mar del Plata, el amigo de un amigo le consiguió un lugar donde abrir un consultorio. A los cuarenta años iba a empezar de nuevo. Se daba ánimo pero ya no se repuso y antes de morir, veinte años después, seguía aferrado al rencor que produce la injusticia.

La historia de mi padre no es la historia que quiero contar. La convención pide que yo les hable de mí pero el que escribe no puede hablar de sí mismo. El que escribe sólo puede hablar de su padre o de sus padres y de sus abuelos, de sus parentescos y genealogías. De modo que ésta será una historia de deudas como todas las historias verdaderas.* (Este relato es una versión del texto leído en abril de 1987 en el ciclo «Writers talk about themselves», dirigido por Walker Percy en el Simposium Latin American Fiction Today en Nueva York)

Yo tenía dieciséis años. Viví ese viaje como un destierro. No quería irme del lugar donde había nacido, no podía concebir que se pudiera vivir en otro lado y de hecho después no me ha importado nunca el lugar donde he vivido.

  _  

Me acuerdo del silencio de los últimos días, de los amigos de mi padre que venían a medianoche a despedirnos. La cara esquiva de los que quieren darse ánimo y no encuentran las palabras. Vea, doctor, le dijo un viejo que había conocido en la cárcel, nos van a perseguir hasta matarnos a todos. No es para tanto, le contestó mi padre, tratan de asustarnos, no pueden matar a toda la gente. Usted los conoce, doctor, le contestó el viejo, son hijos y nietos y biznietos de asesinos. Entonces mi padre hizo un chiste pero el ambiente no se distendió. Sentados alrededor de una mesa, se despedían: nadie podía decir lo que otros querían escuchar.

Irse, para mi padre, fue un modo de reconocer que estaba fuera de juego. Un hombre puede sentir el peso de una derrota política como si se tratara de un dolor personal. Las noticias de los vencedores parecían cartas dirigidas personalmente a mi casa.

En esos días, en medio de la desbandada, en una de las habitaciones desmanteladas empecé a escribir un Diario. ¿Qué buscaba? Negar la realidad, rechazar lo que venía. La literatura es una forma privada de la utopía.

Clarin 03031957
El 3 de marzo de 1957 no fue jueves, sino domingo. Portada del diario Clarín (Buenos Aires) de ese día.

Jueves, 3 de marzo de 1957. (Nos vamos pasado mañana.) Decidí no despedirme de nadie. Despedirse de la gente me parece ridículo. Se saluda al que llega, al que uno encuentra, no al que se deja de ver. Gané al billar, hice dos tacadas de nueve. Nunca había jugado tan bien. Tenía el corazón helado y el taco golpeaba con absoluta precisión. Pensé que construía las carambolas con el pensamiento. Jugar al billar es simple, hay que estar frío y saber anticipar. Después fuimos a la pileta y nos quedamos hasta tardísimo. Me zambullí del trampolín alto. Desde tan arriba las luces de la cancha de paleta flotaban en el agua.

RosarioPlus PliguiaTodo lo que hago me parece que lo hago por última vez.

Así empecé. Y todavía hoy sigo escribiendo ese Diario. Muchas cosas cambiaron desde entonces, pero me mantuve fiel a esa manía. Por supuesto, no hay nada más ridículo que la pretensión de registrar la propia vida. Uno se convierte automáticamente en un clown. Sin embargo estoy convencido de que si no hubiera empezado esa tarde a escribirlo jamás habría escrito otra cosa. Publiqué tres o cuatro libros y publicaré quizás algunos más sólo para justificar esa escritura. Por eso hablar de mí es hablar de ese Diario. Todo lo que soy está ahí pero no hay más que palabras. Cambios en mi letra manuscrita.

  _  

A veces, cuando lo releo, me cuesta reconocer lo que he vivido. Hay episodios narrados ahí que he olvidado por completo. Existen en el Diario pero no en mis recuerdos. Y a la vez ciertos hechos que permanecen en mi memoria con la nitidez de una fotografía están ausentes como si nunca los hubiera vivido.

MarDelPlata 1957Casi no hay rastros, por ejemplo, de aquellos días, cuando llegamos a Mar del Plata, abatidos y en fuga. Me acuerdo con claridad de mi padre que abre la puerta de la calle España donde vamos a vivir y da vuelta la cara para sonreír, resignado, antes de empezar a elogiarnos las virtudes del lugar. Se había puesto una bufanda azul y el aire húmedo le empañaba los anteojos y trataba de parecer despreocupado y alegre mientras mi madre entraba en el pasillo. ¿Dónde estoy yo? Quizás atrás de mi madre, quizá ya he entrado en la casa. Invisible en el recuerdo, soy el que mira la escena.

Tengo la extraña sensación de haber vivido dos vidas. La que está escrita en los cuadernos y la que está fija en mis recuerdos. Son figuras, escenas, fragmentos de diálogos, restos muertos que renacen cada vez. Nunca coinciden o coinciden en acontecimientos mínimos que se disuelven en la maraña de los días.

  _  

Al principio las cosas fueron difíciles. No tenía nada que contar, mi vida era absolutamente trivial. Me gustan mucho los primeros años de mi Diario justamente porque allí lucho con el vacío total. No pasaba nada, nunca pasa nada en realidad pero en aquel tiempo me preocupaba. Era muy ingenuo, estaba todo el tiempo buscando aventuras extraordinarias. Entonces empecé a robarle la experiencia a la gente conocida, las historias que yo me imaginaba que vivían cuando no estaban conmigo. Escribía muy bien en esa época, dicho sea de paso, mucho mejor que ahora. Tenía una convicción absoluta y el estilo no es otra cosa que la convicción absoluta de tener un estilo. Ya oirán ustedes los ritmos de la prosa de mi juventud. ¿Qué será de ellos en esta lengua que no es la mía? Confío en que al menos persistan la furia y la desesperación con las que fueron escritos.

LenguaDeTrapoLo cierto es que a los dieciséis años empiezo a escribir un Diario y escribo ahí unas historias cada vez más extravagantes sobre mí mismo y sobre mis amigos y de hecho me doy cuenta de que estoy haciendo ficción y empiezo a extraer de esos cuadernos mis primeros relatos. Para ese entonces estoy terminando el bachillerato y me ha sucedido, por fin, un acontecimiento extraordinario. Por una combinación rarísima de azares conozco en Mar del Plata a un tipo excepcional, a quien en un sentido le debo todo. Sin él yo no sería escritor; sin él yo no habría escrito los libros que escribí. Por él conocí la literatura norteamericana y por él me puse a aprender la lengua en la que estoy hablando con ustedes. Fue el primero que me habló de William Faulkner y el primero que me habló de Henry James y de Hortense Calisher y de Robert Lowell. Una tarde me trajo The Great Gatsby en una vieja edición de Scribner’s y se empezó a reír cuando me dijo que ésa era la mejor nouvelle que se había escrito nunca.

Se llamaba Steve Ratliff y todos en Mar del Plata le decían «El inglés» pero había nacido en Nueva York en la calle 79 West frente al Central Park, como me contaba sin que yo, en aquel tiempo, pudiera imaginar otra cosa que las imágenes de Nueva York que había visto en el cine. Estoy seguro de que le hubiera gustado saber que yo lo recordaría, esta noche, en esta ciudad a la que él quería tanto y a la que nunca pudo volver y a la que sólo podía ver en los sueños. Llevaba siempre encima un mapa medio desvencijado de Hotel-chelseaManhattan y cuando estaba muy borracho lo abría para mostrarme las zonas del Village en las que había vivido y el bar White Horse y el Hotel Chelsea, donde murió Dylan Thomas, y las cortadas sombrías del East River al borde del Hudson.

Ratliff era un hombre culto y refinado, que había estudiado en Harvard con Auden y con Edmund Wilson y había estado muy ligado al grupo de Conrad Aiken.** (** «La muerte de Steve tiene para mí el triste consuelo de una premonición confirmada. De entrada supe que estaba condenado. Nada destruye tan rápido a un escritor en este país como una conciencia artística demasiado elevada». Aiken al hermano de Ratliff, 4 de abril de 1960, en Aiken, Conrad, Letters (1931-1975), Nueva York, Randon House, 1980.)

Escribió toda su vida pero sólo publicó una serie de cuatro relatos en la revista Story que le dieron un prestigio instantáneo en los círculos literarios de Nueva York a comienzos de la década del cincuenta. En 1954, con su admirable «An American Romance» ganó el premio O’Henry al mejor cuento del año. Después quedó atrapado en una obsesión que lo hundió en el silencio y lo llevó a la muerte.

WilliamSydneyPorterLa construcción de la vida está dominada por los hechos y no por las convicciones. Algunos tratan de quebrar esa ley. Son los alquimistas de sí mismos. Ratliff era uno de ellos. Vivió su vida como si fuera la de otro, la puso al servicio de lo que quería escribir. Era un norteamericano; buscaba hundirse en el fluir de la experiencia para destilar el arte de la ficción. Se embarcó para conocer el mundo y anduvo navegando cerca de un año y tuvo una trágica historia de amor con una mujer en la Argentina y ya no se fue de mi país. Terminó trabajando en una compañía exportadora de pescado, en Mar del Plata. Cautivo de una pasión o del recuerdo de una pasión, se pasaba las noches tomando ginebra y hablando de literatura en el Ambos Mundos, un restaurante donde se come puchero después de medianoche que en aquel tiempo funcionaba con un bar al frente.

Cuando lo conocí, hacía años que trabajaba en una novela que parecía no tener fin. Me acuerdo de los cuadernos en los que escribía con una letra microscópica todas las variantes de un relato que proliferaba y se expandía.

  _  

La imagen de un hombre desterrado, prisionero de una historia siniestra, que se hunde de un modo maníaco en una novela interminable, encierra para mí un sentido que nunca pude terminar de descifrar. A veces imagino la historia de Steve como un signo oscuro de mí mismo.

Hay días en que vuelvo a verlo en el bar del Ambos Mundos. Alto, de pelo colorado, usa un impermeable blanco; al sentarse se lo acomoda con un gesto rápido y hunde las manos en los bolsillos y empieza a desparramar sobre la mesa sus papeles y sus notas, como quien alza una trinchera. Está ahí, construido con restos del pasado: fiel a su obsesión, tiene la mirada maligna de los que se han dejado ganar por una ambición desmedida.

En mis Diarios de aquel tiempo su figura se construye y se pierde en la trama imperceptible de los días inolvidables de mi juventud...

    ...

También, de este libro, acceder a:

 PrisiónPerpetua  Los fragmentos

Comparta, si lo considera de interés, gracias:    

          Contáct@ con

 fragmentosdelibros.com 

     FormContacto

         

             El Buda lógico

ElBudaLogico Servi

         

                      Usted

UstedModulo

         

© 2020 fragmentosdelibros.com. Todos los derechos reservados. Director Luis Caamaño Jiménez

Please publish modules in offcanvas position.