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Fragmentos de libros. EL QUIMÉRICO INQUILINO de Roland Topor  Fragmentos II

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Imágenes incorporadas:
Dibujos de Roland Topor, obtenidas de web francesa.
Fotogramas de la película El quimérico inquilino (Roman Polanski)
 

... Trelkovsky no solía pensar en la muerte. No es que le fuera indiferente, ni mucho menos, pero ésa era precisamente la razón por la que la rehuía sistemáticamente. Cuando veía que sus pensamientos derivaban hacia ese peligroso tema, utilizaba todo tipo de subterfugios, perfeccionados por el tiempo. En esos instantes críticos solía canturrear estribillos obsesivos, escuchados en la radio, que constituían una barrera mental perfecta. O bien se pellizcaba hasta hacerse sangre, e incluso llegaba a refugiarse en el erotismo. Le venía a la memoria la imagen de una mujer, entrevista en la calle, subiéndose las medias, unos pechos divinos en la profundidad del escote de una dependienta, o el recuerdo de un antiguo espectáculo. En eso constituía el cebo. Si su espíritu picaba, entonces su mente adquiría una gran potencia. Levantaba las faldas, arrancaba las blusas y recomponía sus recuerdos. Y, poco a poco, entre mujeres pasmadas y carnes contorneadas, la imagen de la muerte palidecía y palidecía, hasta desvanecerse completamente, como un vampiro en las primeras luces del alba.

Esta vez, sin embargo, no ocurrió tal cosa…

  _  

p65   … Aparte de esto, había otro misterio que le fascinaba. Eran el de los W.C. Desde su ventana, como cínicamente le había revelado la portera, podía estar al tanto de todo lo que pasaba en ellos. Al principio, había intentado luchar contra la tentación de mirar pero, poco a poco, se había sentido atraído de forma irresistible por su puesto topor6de observación. Se pasaba las horas muertas sentado ante la ventana con todas la luces apagadas, para poder ver sin ser visto.

Trelkovsky asistía como espectador apasionado al desfile de los vecinos. Hombres y mujeres, los veía bajarse los pantalones o bajarse la falda sin pudo, ponerse en cuclillas y, tras las indispensables maniobras higiénicas, volver a abrocharse y tirar de la cadena de la cisterna, que estaba demasiado lejos para poder oírla

Todo esto era normal. Lo que no lo era tanto era el extraño comportamiento de ciertos personajes. Éstos no se ponían de cuclillas, ni se remangaban. No hacían nada. Trelkovsky los observaba durante varios minutos seguidos sin poder advertir en ellos el menos signo de actividad. Era absurdo e inquietante. Verles abandonarse a prácticas decente y obscenas había sido para él un verdadero alivio. Pero no, nada.

Permanecían inmóviles, de pie, durante un lapso de tiempo indeterminado y después, obedeciendo a una señal invisible, tiraban de la cadena y se iban…

  _  

p71   Evidentemente, una vez arrancados, el diente o el brazo ya no formaban parte del individuo. Sin embargo, esto no era tan simple.

«¿A partir de qué momento –se preguntaba Trelkovsky- el individuo deja de ser aquello que se entiende como tal? Me arrancan un brazo, muy bien. Entonces digo: yo y mi brazo. Me arrancan los dos, y digo: yo y mis dos brazos. Si me apuntan las piernas, digo: yo y mis miembros. Y si me despojan del estómago, el hígado y los riñones, suponiendo que eso fuera posible, digo: yo y mis vísceras. Pero si me cortan la cabeza: ¿qué podría decir? ¿Yo y mi cuerpo, o yo y mi cabeza? ¿Con qué derecho mi cabeza, que no es un miembro después de todo, se arrogaría el titulo de “yo” ¿Porque contiene el cerebro? Sin embargo hay larvas y gusanos que, al menos que yo sepa, no tienen cerebro. Para esto seres, entonces, ¿existe alguna parte de sus sesos que pueda decir: yo y mis gusanos? »

Trelkovsky estuvo a punto de tirar el diente…

  _  

p102   ...Se vistió silenciosamente, se acercó a la cama para dar un beso en la frente a Stella y se fue. El frío cortante  que reinaba en el exterior le sentó bien. Regresó andando a casa. Se lavó completamente, se afeitó y se vistió y esperó el momento de salir para la oficina sentado en el borde la cama.

Concentró su atención en el canto de los pájaros. Uno de ellos abría el concierto y los demás le seguían. En realidad no era un concierto. Si se escuchaba atentamente, a uno le impresionaba el parecido de ese sonido con el de una sierra. Una sierra que va y viene. Trelkovsky nunca había comprendido por qué se comparaba el ruido de los pájaros con la música. Los pájaros no cantan, gritan. Y por la mañana, gritan a coro. Se echó a reír: ¿no era el colmo del fiasco tomar un grito por un canto? Se preguntó qué ocurriría si los hombres adquiriesen la costumbre de saludar el nuevo día con el coro de sus gritos de desesperación. Incluso, para no exagerar, suponiendo que no lo hicieran más que los que tuvieran motivos suficientes para gratar, aquello provocaría un magnífico estruendo…

topor1   topor2

p110   - No, no –la mujer meneó la cabeza, como si se encontrase muy cansada de pronto-, no, usted es bueno, se le ve en los ojos.

La vieja se crispó de pronto.

- ¡Pero me vengaré! La portera también es una mala mujer, ¡le estará bien empleado!

Entonces miró a su alrededor para asegurarse de que nadie podía escucharla y continuó, bajando la voz:

- Con esa denuncia y su petición ha conseguido que me dé un cólico. ¿Y sabe lo que he hecho?

La niña enferma miraba intensamente a Trelkovsky. Éste le dio a entender con un gesto que no lo sabía.

- ¡Lo he hecho en la escalera!

Se rió a carcajadas.

 topor3-Si, he hecho caca por toda la escalera.

Sus ojos eran traviesos, como los de una niña pequeña.

- En todos los pisos. La culpa es suya, después de todo: no deberían haberme producido el cólico. Pero no lo he hecho delante de su casa –añadió-, no quisiera causarle molestias.

Trelkovsky estaba horrorizado. De repente cayó en la cuenta de que la ausencia de excrementos ante su puerta, lejos de demostrar su inocencia, no haría más que condenarle con toda seguridad. Con vez ronca, indagó:

- ¿Ha… hace mucho tiempo?

La mujer dejó escapar una risita ahogada.

- Ahora mismo. Hace un momento. ¡Qué cara van a poner mañana cuando lo descubran…! ¿Y la portera tendrá que limpiarlo todo! Les está bien empleado, se lo merecen.

La vieja aplaudió. Trelkovsky pudo escuchar cómo se reía ahogadamente mientras se alejaba, bajando la escalera con precaución. Después se asomó para cerciorarse. La mujer no le había mentido. Un reguero pardo zigzagueaba a lo largo de los peldaños. Trelkovsky se llevó la mano a la frente.

- ¡Seguramente dirán que he sido yo! Tengo que encontrar una solución, es urgente.

No podía ponerse a limpiarlo todo ahora. Correría el riego de que le sorprendieran en cualquier momento. Se le ocurrió que podía hacerlo él mismo antes su puerta, per no tenía ganas, y pensó que la diferencia de color y consistencia podría traicionarle. Finalmente creyó dar con la solución.

Conteniendo las náuseas, cogió un trozo de cartón y recogió un poco de excremento en los escalones del piso de arriba…

  _  

p112  La virilidad también le resultaba repugnante. Nunca había valorado esa manera de reivindicar su cuerpo, su sexo, y alardear de él. La mayoría se revolcaban como cerdos con sus pantalones de hombre, aunque no dejaban de ser cerdos. ¿Por qué se disfrazaban? ¿Qué necesidad tenían de vestirse si todas sus formas de comportamiento apestaban a bajo vientre y a las glándulas que cuelgan de él? Trelkovsky sonrió.

«¿Qué pensaría un telépata si estuviera a mi lado?»

Era una pregunta que se hacía a menudo. A veces, incluso, se divertía enviando pensamientos al telépata desconocido que le estaría sondeando. Le decía todo tipo de cosas, desde confesiones hasta injurias, y después, como si fuera un teléfono, dejaba de pensar y se ponía a escuchar con todas sus fuerzas la respuesta del otro. Claro que ésta nunca llegaba.

«Probablemente pensaría que soy homosexual».

Pero Trelkovsky no era homosexual, no tenía un espíritu lo suficientemente religioso para eso. Cada pederasta es una especie de Cristo frustrado. Y Cristo, elucubraba Trelkovsky, era un pederasta con los ojos más grandes que el vientre. Todos estos personajes eran de una humanidad repugnante…

  _  

p132   ... Su única posibilidad era ganar tiempo y dinero.

Decidió bajar a dar una vuelta por el barrio, maquillado y acicalado. Tendría que soportar las burlas de los chavales y el desprecio de los transeúntes, pero solo a ese precio podría conservar una esperanza de salvar el pellejo.

  _  

Tercera Parte   La antigua inquilina

        12   La rebelión

Desde que tuvo la revelación del complot destinado a aniquilarle, Trelkovsky encontraba un morboso placer en esmerarse por llevar a cabo su metamorfosis de la forma más perfecta posible. Ya que querían transformarle en contra de su voluntad, les demostraría de qué era capaz por sí solo. Se batiría en su propio terreno. A la monstruosidad de sus vecinos, él respondería con la suya.

La tienda olía a polvo y a ropa sucia. La vieja dependienta no pareció sorprenderse de su aspecto. Debía estar acostumbrada. Trelkovsky se tomó su tiempo para elegir entre todas las pelucas que la mujer de iba mostrando. Los precios eran más caros de lo que había imaginado. A pesar de todo, al final eligió la más cara… Vestido de aquella manera ridícula, les causaba menos molestias, pues al no ser un ciudadano de pleno derecho, renunciaba a su libertad de expresión. Su opinión no tenía la menor importancia. No era una bandera lo que llevaba sobre la cabeza, sino una funda. Una funda que cubría púdicamente su vergonzosa existencia. Muy bien, puesto que estaban así las cosas, llegaría hasta las últimas consecuencias. Envolvería todo su cuerpo en vendas para evitar que vieran la herida en la que se había convertido.

Compró un vestido, lencería, medias y un par de zapatos de tacón alto, y volvió rápidamente al apartamento para disfrazarse.

- Que todos vean lo antes posible –se repetía- en lo que me he convertido por su culpa. Que se aterroricen y que se avergüencen. Que ya no se atrevan a mirarme a la cara.

Subió casi corriendo la escalera. Al cerrar la puerta no se pudo contener y se echó a reír. Pero su voz era demasiado grave. Le resultó divertido hablar con voz en falsete. Primero murmuró y después vociferó frases estúpidas.

- Claro que sí, querida, ella no es tan joven como pretende, nació el mismo año que yo. Creo que estoy embarazada.

El empleo de un adjetivo femenino le pareció, de pronto, cargado de un poder erótico extraordinario. Trelkovsky pronunció:

- Embarazada… embarazada…

Y después probó con otros.

- Contenta… Disgustada… Bien hecha… Viva… Dichosa.

Descolgó el espejo para poder seguir mejor las etapas de su transformación, y se quitó toda la ropa. Se quedó completamente desnudo, a excepción de la peluca que aún conservaba. Cogió la navaja y la crema de afeitar y se afeitó completamente las piernas, desde los muslos hasta los tobillos. Se colocó el liguero en torno al talle y se puso las medias, que enganchó, bien tensas y lisas, en las pequeñas trabillas de caucho. El espejo reflejó la imagen de sus muslos y del sexo que colgaba entre ellos. Aquello no le gustó y se los introdujo entre las piernas para que no se viera. El resultado era casi perfecto pero, desgraciadamente, se veía obligado a mantener los muslos apretados y no podía moverse más que a pequeños pasos. Sin embargo, consiguió ponerse las braguitas transparentes de encaje, cuyo tacto era infinitamente más agradable que el de los calzoncillos ordinarios. Luego se puso el sujetador, relleno con los falsos pechos, y después la combinación y el vestido. Por último se calzó los zapatos de tacón.

FotogramaPolansky

La imagen de  una mujer se reflejaba en el espejo. Trelkovsky estaba maravillado. ¡No era tan difícil crear una mujer!...

...

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