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Fragmentos de libros. LA SINAGOGA DE LOS ICONOCLASTAS de J. Rodolfo Wilcook Fragmentos II:

Acceso/Volver a los FRAGMENTOS I de este libro: HaciaArriba<
Continúa... 22-IV Aaron Riseblum     (Se muestra alguna información de las imágenes al sobreponer el ratón sobre ellas)

... La idea de Aaron Rosenblum era extremadamente sencilla; él no fue el primero en concebirla, pero sí el primero en llevarla hasta sus últimas consecuencias. Sobre el papel, únicamente, porque la humanidad no siempre desea hacer lo que debe hacer para ser feliz, o para lograrlo prefiere elegir sus propios caminos, que en cualquier caso, al igual que los mejores planes globales, también suponen matanzas, torturas, cárceles, exilios, descuartizamientos, guerras. Cronológicamente, la utopía de Rosenblum no fue afortunada: el libro que debía hacerla famosa, Back to Happiness or On to Hell (Atrás hacia la felicidad o adelante hacia el infierno) apareció en 1940, precisamente cuando el mundo pensante estaba mayoritariamente entregado a defenderse de otro plan, no menos utopista, de reforma social, de reforma total.

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Rosenblum había comenzado por preguntarse: ¿Cuál ha sido el período más feliz de la historia mundial? Considerándose inglés, y como tal depositario de una tradición perfectamente definida, decidió que el período más feliz de la historia había sido el reino de Isabel, bajo la sabia conducción de Lord Burghley. Entre otras cosas, había producido a Shakespeare; entre otras cosas, en aquel período Inglaterra había descubierto América; entre otras cosas, en aquel período la Iglesia Católica había sido derrotada para siempre y obligada a refugiarse en el lejano Mediterráneo. Rosenblum llevaba muchos años siendo miembro de la Alta Iglesia protestante anglicana.

lord-burghleyAsí que el plan de Back to Happiness era el siguiente: devolver el mundo a 1580. Abolir el carbón, las máquinas, los motores, la luz eléctrica, el maíz, el petróleo, el cinematógrafo, las carreteras asfaltadas, los periódicos, los Estados Unidos, los aviones, el voto, el gas, los papagayos, las motocicletas, los Derechos del Hombre, los tomates, los buques de vapor, la industria siderúrgica, la industria farmacéutica, Newton y la gravitación, Milton y Dickens, los pavos, la cirugía, los trenes, el aluminio, los museos, las anilinas, el guano, el celuloide, Bélgica, la dinamita, los fines de semana, el siglo XVII, el siglo XVIII, el siglo XIX y el siglo XX, la enseñanza obligatoria, los puentes de hierro, el tranvía, la artillería ligera, los desinfectantes, el café. El tabaco podía permanecer, dado que Raleigh fumaba.

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Viceversa había que reinstaurar: el manicomio para los deudores; la horca para los ladrones; la esclavitud para los negros; la hoguera para las brujas; los diez años de servicio militar obligatorio; la costumbre de abandonar a los recién nacidos en la calle el mismo día del nacimiento; las antorchas y las velas; la costumbre de comer con sombrero y con cuchillo; el uso de la espada, del espadín y del puñal; la caza con arco; el bandidaje en los bosques; la persecución de los hebreos; el estudio del latín; la prohibición a las mujeres de pisar el escenario; los ataques de los bucaneros a los galeones españoles; la utilización del caballo como medio de transporte y del buey como fuerza motriz; la institución del mayorazgo; los caballeros de Malta en Malta; la lógica escolástica; la peste, la viruela y el tifus como medios de control de la población; el respeto a la nobleza; el barro y los lodazales en las calles del centro; las construcciones de madera; la cría de cisnes en el Támesis y de halcones en los castillos; la alquimia como pasatiempo; la astrología como ciencia; la institución del vasallaje; la ordalía en los tribunales; el laúd en las casas y las trompas al aire libre; los torneos, las corazas adamascadas y las cotas de mallas; en suma, el pasado.

PirámideEdMediaAhora bien, hasta para los ojos de Rosenblum resultaba obvio que la puesta a punto y ordenada realización le dicha utopía, en 1940, exigiría tiempo y paciencia, además de la colaboración entusiasta de la parte más influyente de la opinión pública. Es cierto que Adolfo Hitler parecía dispuesto a facilitar al menos la obtención de algunos de los puntos más comprometidos del proyecto, sobre todo los que se referían a las eliminaciones; pero, en tanto que buen cristiano, Aaron Rosenblum no podía dejar de observar que el jefe de estado alemán se estaba dejando arrastrar excesivamente por tareas a fin de cuentas secundarias, como la supresión de los hebreos, en lugar de ocuparse seriamente de contener a los turcos, por ejemplo, o de organizar torneos, o de difundir la sífilis, o de hacer miniar los misales.

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Por otra parte, aunque estuviese tendiéndoles constantemente la mano, Hitler parecía alimentar a escondidas una cierta hostilidad respecto a los ingleses. Rosenblum comprendió que tenía que hacerlo todo por su cuenta; movilizar por su cuenta la opinión pública, solicitar firmas y adhesiones de científicos, sociólogos, ecologistas, escritores, artistas, amantes del pasado en general. Sin embargo, tres meses después de la publicación del libro, el autor fue reclutado por el Servicio Civil de la Guerra como vigilante de un almacén de nula importancia en la zona más deshabitada de la costa de Yorhshire. No disponía ni de un teléfono: su utopía corría el peligro de hundirse en la arena.

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Sin embargo, en la arena se hundió él, de manera insólita: mientras paseaba por la playa recogiendo almejas y otros artículos propios del siglo XVI para el desayuno, en el curso de un ataque aéreo realizado evidentemente a título de ejercicio, desapareció lacerado en un agujero y sus fragmentos fueron inmediatamente recubiertos por el mar.

london-bridge

Ya se ha hablado de la vocación mortífera de los utopistas; hasta la bomba que le destruyó respondía a una utopía, no tan dispar a la suya, si bien aparentemente más violenta. En su esencia, el plan de Rosenblum se basaba en el enrarecimiento progresivo del presente. Partiendo no de Birmingham, que era demasiado negra y habría necesitado al menos un siglo de limpieza, sino de un pequeño centro periférico como Pensance, en Cornualles,se trataba simplemente de delimitar una zona -tal vez adquiriéndola con los fondos de la Sixteenth Century Society, aún por fundar- para proceder después a la exclusión en el área de saneamiento, con minucioso valor, de todo y cualquier objeto o costumbre o forma o música o vocablo que se remontara a los siglos incriminados, o sea XVII, XVIII, XIX y XX. La lista bastante completa de los objetos, conceptos, manifestaciones y fenómenos a eliminar llena cuatro capítulos del libro de Rosenblum.

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Al mismo tiempo, la sociedad e institución patrocinadora, es decir la Sixteenth Century Society, procedería a insertar todo lo que ya se ha mencionado -bandidos, velas, espadas, burros de carga, y así sucesivamente durante otros cuatro capítulos del libro-, lo que debería bastar para convertir a la colonia naciente en un paraíso, o en algo muy semejante a un paraíso. La gente de Londres acudiría en tropel para sumergirse en el siglo XVI; la suciedad consiguiente comenzaría inmediatamente a operar una primera selección natural, necesaria como mínimo para devolver la población a los niveles de 1580.

DegliIconoclastiCon las aportaciones de los visitantes y de los nuevos inscritos, la Sixteenth Century Society se encontraría capacitada, por consiguiente, para ampliar poco a poco su campo de acción, extendiéndose hasta Londres. Limpiar Londres de cuatro siglos de construcciones y manufacturados de hierro era un problema que había que resolver aparte, convocando tal vez un concurso de proyectos abierto a todos los jóvenes amantes del pasado. Pero algo en este sentido parecía tener ya en la mente el otro utopista, el del otro lado del Canal de la Mancha; en la duda, Rosenblum optaba por el cerco: es posible que un mero cinturón del siglo xvi en torno a la capital bastara para conseguir que todo se derrumbara.

El plan avanzaba después rápidamente hasta cubrir toda Inglaterra y, desde Inglaterra, Europa. En realidad, los dos utopistas tendían por diferentes caminos hacia la misma meta: asegurar la felicidad del género humano. Con el tiempo, la utopía de Hitler ha caído en el descrédito que todos saben. La de Rosenblum, en cambio, reaparece periódicamente, bajo disfraces diferentes: hay quien tiende hacia la Edad Media, quien al Imperio Romano, otros al Estado Natural, y Grünblatt incluso es partidario del retorno al Mono. Si se resta de la población actual del mundo la población presunta del período elegido, se conoce el número de millones de personas, o de homínidos, condenados a desaparecer, según el plan. Estas propuestas prosperan; el espíritu de Rosenblum sigue recorriendo Europa.

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37 - VIII

AURELIANUS GÖTZE

En el clima frívolamente cristiano de retorno al paganismo que acompañó en toda Europa las conocidas vicisitudes políticas y sociales de la Revolución Francesa, Aurelianus Götze recogió la todavía vaga hipótesis, ya propuesta por el joven Kant en su Historia natural universal y teoría de los cielos, del nacimiento del sistema solar como resultado de la condensación de una nebulosa originaria girando en torno a la estrella madre; sólo que en la versión neoclásica de Götze los objetos condensados no eran exactamente los que hoy entendemos por planetas sino los propios númenes titulares de cada una de las sedes.

Kant HistoriaNaturalEsta sutil herejía científica, expuesta por el inspirado e inmediatamente olvidado tratado Der Sichtbar Olymp oder Himmel Aufgeklärt, impreso en Leipzig en el auroral 1799, sólo merece una alusión de pasada; al igual que aquellas cajas cuyo contenido es ligeramente monstruoso, no excluye la curiosidad, pero exige que, apenas entrevisto el contenido, la tapa regrese inmediatamente a su lugar, para evitar cualquier posterior difusión. Eran los años de los incroyables: permítaseme incluir entre esos increíbles a Götze y su tratado.

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Inventado por Immanuel Kant en 1755, el vocablo nebulosa era demasiado sugestivo como para que alguien no lo recordase; y era, además, lo suficiente nebuloso como para admitir cualquier significado. Según Götze, la nebulosa originaria estaba enteramente constituida por voluntad de Júpiter (Zeus' Wille); voluntad teleológica que, sin embargo, no excluye el capricho, a partir del momento en que, en lugar de crear el universo, hubiera podido crear cualquier otra cosa (obviamente también en Leipzig, en coincidencia con el paso del siglo de las luces al siglo del humo, el freno teológico se había, como mínimo, aflojado). El más relevante, para nosotros, de esos caprichos se produce precisamente cuando la voluntad de Júpiter comienza a girar, se condensa, se convierte en el Sol, Mercurio, etcétera, hasta que entre los objetos del etcétera encontramos al propio Júpiter, concreta y convenientemente resumido en el más grande y majestuoso de los planetas.

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Aquí, para ser justos con el autor, debiéramos citar sus propias palabras, porque el concepto conductor es mucho más impreciso y metafísico de cuanto puedan expresar las nuestras; sin embargo, Götze es escritor prolijo, verboso y errático, y ninguna cita suya sobre un determinado tema, por muy ínfimo que sea, puede caber en pocas páginas sin serio menoscabo y sin, lo que es peor, traición. Peculiaridad genética, por otra parte, de los pensadores germanos: condensarlos es arruinarlos; transcribirlos, otro tanto. A lo más pueden ser comentados.

A riesgo de abolirlo al exponerlo a la luz, procuraremos aquí describir someramente lo poco que se vislumbra del interior de la caja de Götze; con la seguridad tranquilizadora, sin embargo, de que la caja será inmediatamente cerrada y devuelta al repudio de los siglos. Lo que más sorprende de esta visión, que ya hemos calificado de monstruosa, es la doble naturaleza atribuida a los astros. Estos adoptan desde el momento de la condensación sus nombres tradicionales, casi siempre en latín: Mercurio, Venus, Marte, Júpiter, Saturno y Urano; el sol, sin embargo, se llama Helios, la luna Artemisa y la tierra, tal vez por ignotas afinidades teutónicas, Ops.

CieloTiepoloAdemás de asumir los nombres de los dioses del Olimpo, o al menos de una parte del Olimpo, asumen también su forma física: Júpiter es un digno cabeza de familia, Venus una señorita, Marte el famoso soldado, y así sucesivamente. En este cielo inspirado en Tiépolo es de suponer que los dioses no se pasean desnudos; en efecto, sus vestidos o trajes emanan un gran resplandor, a excepción de Mercurio, que debido a su vecindad con Helios revolotea desnudo y, por tanto, aparece con frecuencia como un punto oscuro. De dichas formas la más especial es la de Saturno, consistente en una serie de anillos: «Lo que en ningún pueblo de la tierra» observa el autor «es compartido, y que, en cualquier caso, parece más propio de una señora que de un hombre». Mann, hombre, escribe Götze: lo llama exactamente así.

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Helios está simplemente vestido de fuego. Todas esas personas, aun poseyendo brazos y piernas y otros adminículos divinos, son en realidad redondas, de piedra dura, y como la tierra, Ops, están habitadas por miríadas de animales, plantas, seres humanos, montañas, corvetas, nubes, inmundicias varias, nieve e insectos. Sólo Artemisa está despoblada, porque al ser virgen nunca ha sido fecundada. El sol compone poemas líricos y canta; los restantes, además de girar alrededor suyo, componen horóscopos y se ocupan con diligencia de sus tareas específicas, salvo en la propia esfera. Esto quiere decir que Marte puede provocar guerras en todas partes, excepto en Marte; por consiguiente éste es el único planeta que está exento de guerras. De igual manera, sobre Venus no existe la lujuria, Mercurio ignora la eficiencia, en Saturno el tiempo no se mide y la gente del sol no conoce el arte. La Luna, en cambio, es un desierto de lujuria. A Ops le ha sido asignado el deber de asegurar la justicia por doquier, lo que, entre otras cosas, explica por qué precisamente entre nosotros resulta imposible.

NebulosaYOlimpoLa idea de que los astros fueran al mismo tiempo númenes espirituales y cuerpos materiales había sido implícitamente aceptada prácticamente por todos los antiguos; explícitamente, sin embargo, en el terreno científico y práctico, que es el terreno de la medición, ningún pensador de la Antigüedad conocido había jamás afirmado o pensado seriamente que Marte fuera más o menos resplandeciente según la coraza que endosaba. Sólo Götze, en el umbral del siglo XIX, aventura esta hipótesis cosmológica, en su divagación prerromántica. Hombre del Norte, no le resultaba imposible imaginar una esfera de dura piedra, sometida a las indiscutibles leyes de Newton, con ojos, brazos y piernas incorporados a su brillante redondez, y por añadidura trajes o vestidos, una lira o una hoz o una clepsidra, cabellos, voluntad, gracias femeninas, y el cuerpo concreto y compacto materialmente cubierto de miríadas de piojos humanos, portadores a su vez de piojos, y a flor de piel montañas y funiculares y globos aerostáticos y océanos, de hielo en Saturno y de fuego en Helios.

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Sólo él tuvo la germana coherencia y esta precisión ahora decididamente novecentista de calcular en millones de toneladas el peso de Júpiter, padre de los dioses, de su hija Venus, del más obeso de sus hijos, el sol. Un grabado de Hans von Aue nos muestra en su libro a Artemisa cazadora encerrada en el propio globo agujereado por cráteres; otro, la nebulosa originaria con siete brazos en forma de espiral y los dioses arrastrados por el torbellino, siendo todavía niños.

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46 - X

KLAUS NACHTKNECHT

TheTempleOfIcon Pocos años después del descubrimiento del radio, circuló el rumor de sus propiedades maravillosas, de manera especial terapéuticas; noticia vaga e imprecisa pero difundida. Partiendo de la optimista premisa de que todo lo que se descubre sirve para algo –si exceptuamos los dos Polos, el Norte y el Sur–, el honesto periodismo de la época concedió el debido relieve a cualquier tipo de hipótesis, todas falsas, sobre esa nueva fuente de radiaciones. De la misma manera que en el siglo XVII la gente que seguía la moda se brindaba por extravagancia a las sacudidas eléctricas, la gente que seguía la moda en los primeros años del siglo XX quiso brindarse, por higiene, a la radiactividad.

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De Karlsbad a Ischia, las aguas y los fangos termales fueron cuidadosamente analizados, y se descubrió, en efecto (así es el destino de todas las cosas del universo), que eran en cierta medida radiactivos; aguas y fangos se sintieron más preciosos, y con grandes carteles y publicidad en la prensa anunciaron al público su nueva y salubre condición. En Budapest el padre de Arthur Koestler, fabricante de jabón, hizo analizar igualmente las tierras de las que sacaba algunos ingredientes de su jabón; y habiéndose revelado también éstas, al igual que todas las tierras del globo, radiactivas, Koestler padre puso en venta con el consiguiente éxito sus pastillas de jabón radiactivas, llamadas después rádicas: sus benéficas influencias convertían, como era de prever, en cada vez más sana y hermosa la piel. Su ejemplo fue imitado en otros países. Cuando estalló la bomba de Hiroshima, y quedó claro para muchos que la radiactividad no siempre hacía resplandecer la piel, esos jabones cambiaron de nombre y de publicidad, pero, con estimable obstinación, termas y fangos radiactivos mantuvieron todavía durante años ese manifiesto interés que promueven las fuerzas secretas de la naturaleza.

KarlsbadCon el mismo espíritu científico-publicitario se inició en 1922 aquella admirable aventura orogenética que fue la cadena de hoteles volcánicos de Nachtknecht y Pons. Hijo del Pons de Valparaíso propietario de una famosa cadena de hoteles meramente oceánicos y balnearios, de los que las crónicas mundanas recuerdan el lujo asiático del Gran Pons de Viña del Mar junto al Pacífico y la mediocridad europea del Nuevo Pons de Mar del Plata junto al Atlántico, Sebastián Pons tuvo la suerte de conocer en la Universidad de Santiago a un geólogo alemán emigrado, sin la menor fama y llamado Klaus Nachtknecht.

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Obligado por las estrecheces de un inestable exilio, Nachtknecht se ganaba la vida como profesor de alemán, materia de las más facultativas, en la Facultad de Ciencias, cosa que obviamente exasperaba su insatisfecha pasión geológica, hecha todavía más profunda por la muda, multitudinaria y superabundante proximidad de los Andes. Mientras sus compatriotas morían en Ypres como pulgas en una sartén, Nachtknecht cultivaba en silencio, en el invernadero de su lengua impenetrable, diferentes y solitarias teorías. A Pons, que era su discípulo predilecto, mejor dicho, su único discípulo, confió su más querida, su más ensoñada y original teoría, la de las radiaciones volcánicas.

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En pocas palabras, Nachtknecht había descubierto que el magma desprende radiaciones de enorme poder vivificante y que nada favorece tanto la salud como vivir sobre un volcán, o al menos bajo un volcán. Citaba como ejemplo y confirmación la belleza y la longevidad de los napolitanos, la inteligencia de los hawaianos, la resistencia física de los islandeses, la fecundidad de los indonesios. Ocurrente como todos los alemanes, mostraba un gráfico sobre la longitud del miembro viril en los diferentes pueblos y países del mundo, con puntas indiscutiblemente envidiables en las regiones volcánicamente más activas. Dicho gráfico, que en las esferas académicas tal vez habría sido acogido con perplejidad, acabó de convencer a su joven alumno.

MolibdenoConvertido en heredero de los hoteles de su padre en 1919 y de una mina de molibdeno de su tía en 1920, Pons confió sus bienes de playa a un administrador inglés, digno por tanto de confianza, y los de excavación a un ingeniero chileno mutilado de las piernas, por consiguiente más digno todavía; después de lo cual, en compañía de su amigo y profesor, se lanzó a la empresa que en un primer tiempo le hizo famoso y en un segundo tiempo tan pobre que se vio obligado a aceptar el puesto de cónsul chileno en Colón (Panamá), con un sueldo de hambre y un clima de infierno.

Había sido Nachtknecht el primero en lanzar la idea de un establecimiento u hotel o casa de salud en las laderas de un volcán; naturalmente, los huéspedes no tenían por qué ser necesariamente enfermos (por otra parte, ¿quién no está enfermo?), sino personas de cualquier edad y condición psíquica; al contrario, cuanto más sanos y más vigorosos fueran los clientes, más segura la reputación del establecimiento como lugar de cura.

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El Maestro era reacio a publicar libros en una lengua desprovista para él de toda lógica como el español (una lengua que ha renunciado desde hace siglos al máximo ornamento del pensamiento, que consiste, como es sabido, en concluir cualquier discurso con el verbo), pero Pons le indujo a preparar al menos algún opúsculo, no exactamente publicitario, pero adecuado, en cualquier caso, para difundir entre el público ignorante los principios y los méritos de la nueva radiación.

Así aparecieron a fines de 1920 El magma saludable y en 1921 Acerquémonos al Volcán, y Lava y Gimnasia, los tres traducidos o al menos corregidos por Pons e impresos en Santiago, en una edición prácticamente ilimitada y sobre un papel tan malo que las únicas páginas realmente legibles eran las que estaban impresas por un solo lado. Dos años después, contemporáneamente con los trabajos de construcción del primer hotel de la cadena, apareció de nuevo, siempre con la firma de Nachtknecht, Rayos de Vida (33 páginas).

Volcanes

 El plan original de Pons incluía cuatro hoteles-clínicas de lujo, a construir en las laderas del Kilauea en las islas Hawai, del Etna en Sicilia, del Pillén Chillay en la que era entonces provincia de Neuquén en Argentina, de Cosigüina en Nicaragua, y finalmente un quinto refugio para solitarios en un punto cualquiera, todavía por determinar, de la isla de Tristan da Cunha en el Atlántico; a ser posible sobre la islita contigua llamada justamente Inaccesible.

Por lo que se refiere a las Hawai, surgieron inmediatamente dificultades insuperables con la autoridad que se ocupaba, desde 1916, del Parque Nacional de los Volcanes locales. En cuanto a la superficie sobre el Etna, comprada en 1922 por los agentes de Pons a unos 2000 metros de altura, fue arrasada pocos meses después por un auténtico mar de lava y desapareció a todos los efectos del catastro, entre otras cosas por haberse convertido en una boca secundaria del antiguamente voraz Mongibello.

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En Nicaragua, el agente de Managua demoraba inexplicablemente el asunto; posteriormente se supo que había estado todo el tiempo en la cárcel, por motivos políticos, y que desde la misma cárcel dirigía la agencia de compraventa de terrenos, cosa que estaba claro que no le permitía comprar montañas junto a la frontera con Honduras. De pronto reapareció, siempre por carta, con la noticia de que el Cosigüina llevaba sin dar señales de vida desde el lejano 1835 (posteriormente se supo que esto tampoco era cierto) y que podía ofrecer, en cambio, la compra de un terreno muy adecuado en la próspera isla de Omotepe, en el lago de Nicaragua, precisamente entre dos grandes MaderaYConcepciónvolcanes, el Madera y el Concepción, de vegetación lujuriante y una erupción activísima. Pons se dirigió a la Embajada de Nicaragua para ampliar la información; sorprendido en su despacho, el agregado cultural le explicó que precisamente en aquel punto de la isla se encontraba el gran presidio de Omotepe y que muy probablemente el agente estaba intentando venderle la prisión donde purgaba sus erróneas opciones políticas. De modo que el hotelero-minero se vio obligado también a renunciar al proyecto nicaragüense.

 No le quedaba más que dirigir su atención a los dos proyectos meridionales, el patagónico y el atlántico; para el primero tenía que tratar con argentinos, para el segundo con ingleses: todos ellos personas de confianza, europeas, convenientemente tacañas y severas. Pons suponía que Tristan da Cunha era fácilmente accesible por vía marítima, cosa que parecía bastante plausible en tanto que se trataba de una isla; le explicaron a continuación que los barcos del servicio regular llegaban a ella una sola vez por año, a fines de octubre. Por otra parte, esos barcos partían de Santa Elena, residencia estable del Gobernador; pero nadie sabía en Valparaíso cómo llegar a Santa Elena, y nadie lo había siquiera intentado. Todo esto habría hecho ciertamente estable la eventual estancia de los eventuales clientes del hotel, pero exactamente por la misma razón habría hecho problemática su construcción. Hacía siglos, además, que los volcanes de la isla mantenían intacta su digna inactividad.

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Pons decidió, por consiguiente, aplazar el viaje a Tristan da Cunha y concentrar sus primeros esfuerzos en el Neuquén. El Pillén Chillay se alzaba –sigue alzándose– en la frontera entre Neuquén y Río Negro, y era más fácilmente accesible desde San Carlos de Bariloche; la carretera, toda ella de puntiagudos guijarros, gozaba de hermosas vistas y la gente del lugar –cuatro personas en total– la llamaba la pincha-ruedas. Estas cuatro personas eran obstinadamente germánicas y reinaban solitarias en aquellos desiertos poblados por millares de ovejas con una lana que colgaba hasta el suelo; poseían además un número no menos desmesurado de cerdos.

San-carlos-de-barilocheRodeado de ovejas y de cerdos, Pons no tardó en descubrir que era imposible cualquier tipo de comunicación con los alemanes; los cuales eran además tan testarudos que aún afirmaban que habían sido los vencedores de la guerra mundial. Roto un Ford modelo T, destrozado un Studebaker todavía más robusto, Pons se vio obligado a regresar a Bariloche a pie porque los caballos que la conocían se negaban a recorrer semejante carretera.

También en Bariloche los indígenas locales eran casi todos alemanes y mostraban, además, una considerable desconfianza respecto de los chilenos, tradicionalmente considerados como bandidos o putas, según el sexo. Finalmente, Sebastián consiguió enviar un telegrama a Nachtknecht, que seguía en Santiago. El Maestro respondió inmediatamente a su llamada: tomó el trasandino, llegó a Puente del Inca y allí permaneció un mes y medio bloqueado por la nieve. De Puente del Inca, Nachtknecht descendió finalmente a Mendoza, vía Uspallata, y cuatro meses después llegaba a Bariloche.

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A la llegada del Profesor, toda la comunidad alemana se sacó de encima el patagónico letargo y en un tiempo brevísimo el hotel de Pillén Chillay se convirtió en una realidad. Diríase que detrás de cada colina o montículo o vetusto cedro o peñasco errático estaba oculto un alemán dispuesto a hacer de jardinero o barman o chofer o leñador, incluso encima de un volcán; muchos de ellos eran austríacos o polacos, pero eran llamados alemanes genéricamente, de la misma manera que genéricamente eran llamados turcos los numerosos árabes de los alrededores, que poco a poco corrieron a ofrecer a Nachtknecht sus no menos erráticos servicios.

El volcán era más bien hermoso, con la nieve en la cima y las laderas cubiertas de bosques y abajo dos insólitos lagos en forma de paréntesis, muy azules, fríos como el hielo. El hotel, de madera y ladrillo, se alzaba a media pendiente; con una excelente calefacción, las tempestades de nieve sólo lo hacían inalcanzable cinco meses al año. Entre sus servicios, además de los habituales baños de nieve con sauna finlandesa y la pista de esquí con funicular de vapor hasta el cráter, estaba prevista una vasta gama de actividades típicamente volcánicas: baños de lava caliente, inhalaciones en las solfataras, piscina corrosiva, juegos telúricos variopintos, grutas radiactivas, explosión de nitroglicerina con desprendimiento de bloques cada mediodía, aire acondicionado sulfuroso en las habitaciones y en el espacioso comedor, excursiones nudistas al cráter y a las grietas próximas, venta de cristales tallados en estilo autóctono, y un espléndido sismógrafo en la sala de baile. Había también un proyecto de teatro volcánico, a la italiana, con espectáculos nocturnos y fuegos artificiales sobre la nieve e incluso una cría naturista de cerdos cerca del doble lago.

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Estos dos últimos proyectos no superaron, sin embargo, la fase de proyecto. En efecto, dos meses antes de la inauguración con motivo de la implorada erupción de marzo de 1924, la totalidad del hotel desapareció bajo una capa –de unos seis metros– de detritos volcánicos, polvo, cenizas, piedras y lava. Nachtknecht quedó sepultado, junto con la mayor parte de los trabajadores. Pons, más afortunado, se hallaba por casualidad en Bariloche; tuvo que vender cuanto tenía para pagar las indemnizaciones a los parientes de las víctimas, setenta y cinco muertos y dos heridos de quemaduras.

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81 - XVIII

ALFRED ATTENDU.

En Haut-les-Aigues, en un rincón del Jura próximo a la frontera suiza, el doctor Alfred Attendu dirigía su panorámico Sanatorio de Reeducación, o sea hospicio de cretinos. El período entre 1940 y 1944 fueron sus años de oro; en aquel tiempo llevó a cabo sin el menor estorbo los estudios, experimentos y observaciones que más adelante recogió en su texto, convertido en un clásico del tema, El hastío de la inteligencia (L'embêtement de l'intelligence, Bésancon, 1945).

Aislado, olvidado, autosuficiente, abundamente provisto de reeducandos, misteriosamente incólume de cualquier invasión teutónica, gracias también al desastroso estado de la única carretera de acceso, destrozada por un bombardeo equivocado (los alemanes habían creído que la carretera llevaba a Suiza, por culpa de una flecha con la inscripción «Refugio de Retrasados Mentales»); en suma, rey de su pequeño reino de idiotas, Attendu se permitió a lo largo de todos aquellos años ignorar lo que la prensa denominaba pomposamente el hundimiento de un mundo, pero que en realidad, visto desde lo alto de la Historia, o en todo caso desde lo alto del Jura, no fue más que un doble cambio de policías con algún incidente de ajuste.

   CalavYa del título del libro de Attendu se desprende su tesis, es decir, que en cada una de sus funciones y actividades no necesarias para la vida vegetativa, el cerebro es una fuente de problemas. Durante siglos, la opinión habitual ha considerado que la idiotez es un síntoma de degeneración del hombre; Attendu le da la vuelta al prejuicio secular y afirma que el idiota no es más que el prototipo humano primitivo, del cual sólo somos la versión corrompida, y por tanto sujeta a trastornos, a pasiones y a vicios contra natura, que no afectan, sin embargo, al auténtico cretino, al puro.

   En su libro, el psiquiatra francés describe o propone un original Edén poblado de imbéciles: perezosos, torpes, con los ojos porcinos, mejillas amarillentas, labios abultados, lengua salida, voz baja y ronca, oído débil, el sexo irrelevante. Con expresión clásica, les llama les enfants du bon Dieu. Sus descendientes, impropiamente llamados hombres, tienden a alejarse cada vez más del modelo platónico o imbécil primigenio, impulsados hacia los dementes abismos del lenguaje, de la moral, del trabajo y del arte. De vez en cuando, se le concede a una madre afortunada parir un idiota, imagen nostálgica de la creación primera, en cuyo rostro aún, por una vez se refleja Dios. Estos seres cristalinos son el mudo testimonio de nuestra depravación; se mueven entre nosotros como espejos de la primitiva estupidez divina. El hombre, sin embargo, se avergüenza de ellos, y los encierra para olvidarlos; tranquilos, los ángeles sin pecado viven vidas breves pero de perpetua e incontrolada alegría, comiendo tierra, masturbándose a continuación, chapoteando en el barro, agazapándose en el cubil amistoso del perro, metiendo distraídamente los dedos en el fuego, inermes, superiores, invulnerables.

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   Cualquier movimiento tendente a reinsertar a los subnormales, congénitos o accidentales, en la sociedad civilizada, se basa en el presupuesto -evidentemente falso- de que los evolucionados somos nosotros, y ellos los degenerados. Attendu invierte dicho presupuesto, es decir, decide que los degenerados somos nosotros y ellos los modelos, e inicia de ese modo un movimiento inverso, dejado hasta ahora por motivos muy claros sin otra consecuencia que la antigua pero tácita colaboración de las máximas autoridades, no sólo psiquiátricas, que tiende a incrementar en los imbéciles lo que precisamente les convierte en tales.

No le faltaban razones. Desde lo alto de Haut-les-Aigues había visto -metafóricamente, porque no era un águila ni tenía un telescopio- los ejércitos de uno y otro bando ir y venir, como en un film cómico, empujando amplias verjas de aire intangible, disparando hacia atrás, huyendo hacia la victoria, construyendo para destruir, arrancándose banderas de modesto precio al precio de la vida. Sus enloquecidas confusiones superaban la comprensión humana.

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   Y dirigiendo en cambio la mirada al otro lado, dentro de los límites de su claro jardín, había visto entre los abetos a sus mozarrones, también ellos veinteañeros y llenos de vida, jugar a juegos de incesante invención, por ejemplo destrozar el balón con los dientes, hurgarse la nariz con el pulgar de los pies del compañero, atrapar los peces del estanque, abrir todos los grifos para ver qué corría, cavar un agujero para sentarse dentro, recortar las sábanas colgadas y después correr por ahí agitando las tiras, mientras los más sosegados, filosóficamente, se llenaban de estiércol el ombligo o se arrancaban reflexivos uno a uno los pelos de la cabeza. Hasta el olor del Jardín original debía haber sido análogo. Pedían protección, sí, pero en su calidad de mensajeros preciosos, ejemplares, delicados; tocados, como siempre se había dicho, por el buen Dios, elegidos para compañeros de Su Hijo.

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   La opción era obligada: cualquiera habría elegido a los idiotas del asilo. El mérito de Attendu reside, sin embargo, en haber sacado las debidas consecuencias de dicha opción: dado que la condición del cretino es para el hombre normal la condición ideal, estudiar por qué caminos los cretinos imperfectos pueden alcanzar la deseable perfección. En aquellos años los deficientes psíquicos eran clasificados según la edad mental, deducible de unos tests adecuados: edad mental tres años o menos, idiotas; de tres a siete años, imbéciles; de ocho a doce años, retrasados. De modo que el objetivo del estudioso era descubrir los medios idóneos para reducir a los retrasados al estado de imbéciles, y a los imbéciles a la idiotez completa. Los diferentes intentos de Attendu en dicha dirección y los métodos más pertinentes están detalladamente descritos en su interesante libro, citado con frecuencia en las bibliografías.

Curiosamente, no han sido muchos los que han observado que embétement también quiere decir, etimológicamente, embrutecimiento.

PorLosSuelos

La primera preocupación del personal tratante consiste en abolir cualquier relación del internado con el lenguaje. Dado que algunos de los internados todavía estaban en posesión, en el momento del internamiento, de algún medio, aunque rudimentario, de comunicación verbal, el recién llegado era segregado en una pequeña celda o caja, hasta que el silencio y la oscuridad le quitaban cualquier residuo o sospecha de locuacidad. En general bastaban pocos meses; los expertos enfermeros del doctor Attendu sabían reconocer, por el tipo de gruñidos del educando, cuándo había llegado el momento de sacarle del cubículo para llevarle a la pocilga.

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La terapia de la pocilga se había demostrado la más eficaz para la obtención del objetivo siguiente, que era el de suprimir en el pupilo cualquier traza de buenos modales, limpieza, orden y similares características subhumanas adquiridas precedentemente. En dicho sentido los educandos más difíciles resultaron ser los procedentes de instituciones religiosas, lugares conocidos, en efecto, por su escrupuloso respeto a los buenos modales y la higiene. En cambio, los que procedían directamente del seno de la familia, del seno de una familia francesa, eran más espontáneamente propensos a la zafiedad y a la suciedad.

CasaLocaTodos los pupilos estaban provistos de bastones y eran periódicamente invitados por los enfermeros, con el ejemplo, a vapulear a sus compañeros; esta terapia tendía a eliminar de su vacío mental cualquier residuo de agresividad social. Niños y niñas eran invitados además a pasear desnudos, incluso en invierno, e inducidos, también con el ejemplo, a juegos bestiales de tipo vario. Eso sobre todo en el sector de los retrasados, que participaban más bien con placer en tales juegos con los enfermeros; porque en los imbéciles y más aún en los idiotas los instintos se habían ido refinando y regresando a la pureza primitiva: a lo máximo que podían llegar era a comerse mutuamente las heces. Los retrasados, en cambio, se entregaban con gusto a una especie de alegre vida sexual angélica.

Por las noches había un gran barullo, y no pocas veces un auténtico y divertido alboroto. Buena señal, porque el sueño tranquilo y prolongado es un síntoma, según Attendu, de una indebida actividad mental durante el día. En efecto, si un internado era sorprendido de noche en ese estado anómalo de sueño profundo, los enfermeros lo sacaban de la cama y lo arrojaban a una bañera de agua fría. En ocasiones también intervenía algún imbécil y arrojaba a la bañera a un enfermero; los idiotas más evolucionados, en cambio, se mantenían aparte, ahora del todo apáticos: los enfermeros les llamaban los aristócratas, los favoritos del Director. A los reales y auténticos idiotas lo que más les gustaba era el cine, especialmente si era en color; pero también les alegraba el estrépito, y más que nada los discos llamados de Festival.

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En el transcurso de los diferentes procesos que tuvo que sufrir el doctor Attendu de 1946 en adelante, apareció otro detalle científico interesante: casi todos los retrasados de uno, dos o tres años que se hallaban en el Sanatorio, los llamados «p’tits anges», eran hijos suyos, producidos in loco a través, según parece, de la inseminación artificial; para las jóvenes mamás, veintitrés, se había construido algo así como un gallinero-maternidad, con un suelo de cemento fácilmente lavable. 

    

88 - XX

HENRIK LORGION

Una lista de sustancias ideales, prolongadamente buscadas y jamás encontradas, incluiría la favorita de Wells, que abole la fuerza de la gravedad; el polvo de cuerno de unicornio, que hace inocuos los venenos; también de Wells, el líquido que nos convierte en invisibles; el flogisto, que es la sustancia del fuego, y que en lugar de poseer peso posee ligereza; los biones de Wilhelm Reich, burbujitas llenas de energía sexual localizables en la arena; la piedra filosofal, que convierte los metales inferiores en oro y plata; los dientes de los dragones, que ahuyentan a los enemigos; el anillo de los Nibelungos, que da el poder; el agua de la fuente que Ponce de León buscó en Florida; los cuatro humores de Galeno, hipocondríaco, melancólico, colérico y flemático, que guerrean en el cuerpo e instauran jerarquías; el ánima, que según Durand Des Gros es una compacta colonia de animillas, y según las últimas teorías una sustancia química que establece los contactos entre sinapsis; la sangre de Cristo, recogida en una copa por José de Arimatea; el elemento 114, que según los cálculos debiera ser estable.

AnimillasA esa lista, tal vez infinita, quiso añadir un término más el médico Henrik Lorgion, de Emmen, Holanda; el cual, durante muchos años, buscó en la linfa de los hombres y de las plantas, en el fuego y en la luz, en los peces alados llegados de las colonias y en todo lo que es mudable la sustancia de la belleza.

Lorgion sostenía que cada cosa perfecta, armoniosa y simétrica que hay en la naturaleza extrae su perfección, su armonía y simetría de una sustancia circulante, llamada por él eumorfina, y que desaparece cuando la vida muere; es la misma que ocasiona que sobre todo lo que es muerte —hombre, bestia o vegetal— se abata el desorden y la falta de armonía. Con la muerte, esta sustancia se difunde de los cuerpos a los elementos circunstantes, hasta que los procesos orgánicos normales de los seres vivientes la reabsorben y se apoderan de nuevo de ella. Cosa que parece posible si se piensa que cualquier forma de vida que nace, nace desmañada, y sólo poco a poco extrae del aire, de la luz y de la nutrición forma, color y proporción.

Alejado de los grandes centros de investigación, de París, de Leida, de Viena, Lorgion sólo disponía de un antiguo microscopio de Amsterdam, un conocimiento más bien aproximado de la ciencia química, que como ciencia estaba aún en sus inicios, y una terca convicción, puramente idealista, de que todo es materia, o se puede reducir a la materia. Ante cualquier cosa que examinara en su aparato, el holandés quedaba sorprendido por la belleza, por las formas, por el resplandor de los colores: infusorios, cabellos, ojos de insecto, mucosas aterciopeladas, estambres y pistilos y polen, gotas de rocío, cristales de nieve y silicatos, diminutos huevos de araña, plumas de oca, todo hablaba a sus ojos de un Creador, un Artista, un Esteta inagotable, infinitamente inventivo, un músico de las combinaciones; aquel Creador de las sustancias también era para Lorgion una sustancia.

A nadie se le permite en este mundo ser totalmente original, a partir del momento en que todo o casi todo ya ha sido dicho por un griego. Reducida a su esencia, la teoría de Lorgion era, en cualquier caso, un desafío al mandamiento de Occam de no multiplicar inútilmente los entes. Lo que para otro habría sido un prisma de espato de Islandia, para el médico de Emmen era una aleación o combinación de calcitas y eumorfina: el mineral en sí era una masa informe, la eumorfina lo hacía prismático, transparente, incoloro, brillante, birrefringente, en suma: bello. Calentadas a temperatura suficiente, es posible que las dos sustancias llegaran a separarse, y, en efecto, en el crisol siempre era posible reducir el cristal a una masa amorfa; pero Lorgion no disponía todavía del instrumental necesario para recoger una eumorfina tan evaporada.

                           OrugaDePapilio  PapMac

Había probado con el alambique, calcinando mariposas; pero de setenta y cinco Papilio Machaon sólo había conseguido obtener media gota de agua, un agua densa y turbia, como la de los lagos alquitranados, desprovista evidentemente de eumorfina. Había probado a dejar herméticamente cerrado dentro de un globo de cristal un tulipán, y, extrañamente, el tulipán se había mantenido intacto durante mucho tiempo; al final, se había derrumbado reducido a polvo. Tal vez su belleza se había condensado en la superficie interna de la esfera. Lorgion rompió el globo pero no encontró en su interior nada concreto.

Dichos experimentos, y una plausible explicación de su parcial fracaso, están descritos en el extenso informe publicado en Utrecht en 1847, con el sencillo pero no menos enigmático título de Eumorphion (enigmático porque era preciso leer el libro para entender su título). El volumen está dividido en 237 breves capítulos, cada uno de los cuales está dedicado a un experimento diferente. De las 237 pruebas, al menos nueve, por lo que afirma el autor, dieron un resultado tangible y positivo: en total, siete gotas de eumorfina, cuidadosamente conservadas durante casi un siglo en una redomita del Museo Cívico de Emmen. Ochenta y dos bombas alemanas destruyeron en 1940 redomitas y Museo; en cuanto al extracto de belleza que contenían, habrá vuelto a la naturaleza, al ser la belleza, según Lorgion, indestructible.

   Después de la aparición del libro —que no tuvo mucho éxito, entre otras cosas porque Emmen parecía entonces muy alejada del mundo científico—   prosiguió tenazmente su investigación. En 1851 fue condenado, primero a morir ahorcado, después a reclusión perpetua en un manicomio, por haber calcinado en una adecuada caldera de cobre a un jovencito de catorce años, ordeñador de oficio.

   

131 - XXXII

NIKLAUS ODELIUS

Durante cierto tiempo, hacia 1890, los enemigos del darwinismo, que entonces amenazaba con arrastrar a Europa a una nueva herejía, tan atractiva que atraía incluso a las Iglesias militantes, se sintieron tentados de apuntarse a las teorías de Odelius, profesor de zoología de Bergen y corresponsal del Real Instituto de las Ciencias de Könisberg; la tentación fue tan efímera como la teoría.

Como otros muchos estudiosos de su siglo, Odelius había llegado a la conclusión de que el relato de la creación del mundo que nos había dejado Moisés debía ser totalmente revisado. No ya porque la historia del Génesis no hubiera sido inspirada por el propio Dios, sino porque la expresión escrita de dicha inspiración había sido Genesisconfiada a la lengua hebraica. Ahora bien, es característico de dicha escritura el hecho de aparecer invertida, o en cualquier caso en la dirección que el mundo unánimemente considera invertida, o sea de derecha a izquierda. Era una manera como otra, entre las muchas imaginadas por Dios, aquel eterno burlón, de dar a entender a los lectores que también los hechos descritos estaban invertidos. Generaciones de hombres se habían preguntado cómo era posible que Dios hubiese separado en un día la luz de las tinieblas, y algunos días después creado el sol y las estrellas, que constituyen la única fuente conocida de luz; la respuesta de Niklaus Odelius era simplemente que el sol había sido creado antes que la luz, y el hombre antes que los animales. Eso implicaba curiosas consecuencias.

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Como todos los naturalistas de su tiempo, Odelius era evolucionista; fue el único entre sus contemporáneos, en cambio, que seguía sosteniendo, como muchos habían sostenido en los siglos XVII y XVIII, que esta evolución suponía una decadencia; no sólo de un estado de perfección original, cerciorable en mayor o menor medida en las diferentes especies tanto desaparecidas como existentes, sino decadencia también a lo largo de la escala biológica, de especie a especie, de la más antigua y suprema invención de Dios, que es el hombre, hasta los más modernos protozoos. El hombre aquejado por el pecado original se había convertido en mono (no todos, sin embargo, porque quedaban todavía algunos en el estado originario, para testimoniar la Gloria del Creador), el mono en veso, el veso en ballena y así sucesivamente: los lagartos en peces, los peces en calamares, las hidras en amebas; desde sus orígenes el mundo había tomado el camino de un franco descenso.

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Niklaus Odelius, zoólogo, supuso que algo parecido debía haber ocurrido con las plantas; pero dejó a los botánicos ese aspecto del problema. Reconocía que la escritura de la creación era en ocasiones decididamente bustrofédica, es decir, que determinadas cosas habían ocurrido después, y otras antes, con respecto a como habían sido narradas, o bien testimoniadas por la historia fósil; en cualquier caso, los detalles no le incumbían, lo que le interesaba sobre todo era la gran síntesis, la idea conductora, la genial intuición que no sólo hacía morder el polvo a toda una ralea petulante de darwinistas, sino que arrojaba una luz insólita sobre los milenios alterados de lo creado, este degenerar de Adán en babuino, en perro, en elefante, en ptedoráctilo, en serpiente. Eva, en cambio, había degenerado, sugería Odelius, en animalitos amables y femeninos, suaves castores, suntuosos pájaros, preciosas tortugas. La idea de que la tortuga sea un animal precioso, comparable por tanto a la mujer, puede parecer arbitraria actualmente, pero estaba muy difundida a fines del siglo pasado, cuando era usada (la tortuga) para fabricar peines, anteojos y tabaqueras.

MicrobioUn estudioso capaz de afirmar que los camellos descienden de los árabes, tal vez hubiese podido mantenerse a flote en la Edad Media; pero hace ochenta años, como científico, su fama estaba condenada a una rápida extinción. La ciencia oficial es una fortaleza, en cuyos túneles en ocasiones, tal vez siempre, reina una lucha encendida, pero sus puertas no se abren al primero que llama a ellas. Del Génesis al microbio(1887), la obra en la que Odelius expresa más articuladamente su teoría de la progresiva estultificación de las especies, habría podido ser acogida con curiosidad, con escepticismo, con repugnancia, con hilaridad; en cambio no fue acogida en absoluto. Nadie se tomó el trabajo de refutarla, lo que es la máxima señal del desprecio científico. No por ello el autor se quitó la vida; en la soledad de la obstinación, vivió el suficiente tiempo como para que le fuera permitido contemplar la llegada de los nazis a Bergen, como confirmación a su jamás repudiada teoría.

OTROS RETRATOS  DE LA SINAGOGA DE LOS ICONOCLASTAS (FRAGMENTOS). 

TheTempleOfIconoclasts

57 -XII

De  CARLO OLGIATI.

… Como sucede con frecuencia, hasta las dudas del Maestro se convierten en dogma para los discípulos.

La teoría prevé, o mejor dicho postula, la inevitable victoria final de los donantes universales, o grupo O; paradójicamente, esa certidumbre ha hecho que los más obstinados olgiatistas se reclutaran entre los miembros de los otros grupos. Siendo inevitable, en efecto, la victoria de los donantes universales, no se acaba de entender porqué éstos debieran preocuparse, trabajar y sufrir para provocar un acontecimiento que en cualquier caso tiene que suceder. En cuanto al motivo que lleva y llevaba a los AB a adoptar con tanto ardor una causa ajena, varias hipótesis, pero ninguna de ellas totalmente satisfactoria, han sido avanzadas por la escuela psiquiátrica turinesa. La romana sostiene, en cambio, que se trata de pura y simple analidad, es decir, tendencia a exhibir u ofrecer el ano, con fines cómicos o educativos. En los B, la analidad pasa a ser con mucha mayor frecuencia oral. 

Difícil resumir en pocas palabras la gran mole conceptual olgiatiana, contenida en los densos volúmenes del texto clásico de 1931…

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98 -XXIII

De A. DE PANIAGUA

    A Sinagoga Dos IconoclastasDiscípulo de Elisée Reclus y amigo de Onésime Reclus, A. de Paniagua escribió La civilización neolítica para demostrar que la raza francesa es negra de origen y procede de la India meridional; lo que no excluye que más antiguamente proviniera de Australia, dados los vínculos lingüísticos que según Trombetti comunican al dravídico con el australiano primitivo. Esos negros eran propensos a constantes migraciones; su primer tótem era el perro, como indica la raíz «kur», y por ello se llamaban kuretos. Al haber viajado por todas partes, en casi todos los nombres de lugares del mundo se encuentra la raíz «kur»: Kurlandia, Courmayeur, Kurdistán, Courbevoie, Curinga de Calabria y las islas Kuriles. Su segundo tótem era el gallo, como indica la raíz «kor», y por ello se llamaban coribantes. Nombres de lugares que comienzan con «kor» o «cor» -Corea, Córdoba, Kordofan, Cortina, Korca, Corato, Corfú, Corleone, Cork, Cornualles y Cornigliano Ligure— se encuentran también en todo el mundo, por doquier hayan pasado los antepasados de los franceses.

    Semejante pasión migratoria se explica en parte por el hecho, según parece demostrado, de que a cualquier sitio que llegaran kuretos y coribantes, se tratara de la Esciria o de Escocia (evidentemente la misma palabra), Japón o América, ellos se convertían en blancos; y en ocasiones, en amarillos. Los franceses primigenios se dividían, pues, en dos grandes grupos: los kur, que eran los perros propiamente dichos, y los kor, que eran los gallos. Estos últimos son frecuentemente confundidos por los etnólogos con los perros: el espíritu reductivo tiende, desgraciadamente, a empobrecer la historia, observa Paniagua.

    Perros y gallos recorren las estepas del Asia Central, el Sahara, la Selva Negra, Irlanda. Son ruidosos, alegres, inteligentes, son franceses. Dos grandes impulsos cósmicos mueven a kuretos y coribantes: ir a ver de dónde sale el sol e ir a ver dónde se pone el sol. Guiados por esos dos impulsos opuestos e irrefrenables, acaban, sin darse cuenta, por dar la vuelta al mundo.

    Se alejan hacia Oriente haciendo diabluras plantando menhires a lo largo del camino…

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107 - XXVII

De  LUIS FUENTECILLA HERRERA

   LeeuwenhoekEn 1702 el microscopista Anton von Leeuwenhock comunicó a la Royal Society de Londres su curioso descubrimiento. En el agua de lluvia estancada en los tejados había encontrado algunos animalitos, los cuales se desecaban según se iba evaporando el agua, pero después, introducidos de nuevo en el agua, retornaban a la vida: «Descubrí que, una vez agotado el líquido, el animalito se contraía en forma de minúsculo huevecillo y así permanecía inmóvil y sin vida hasta que no lo recubría de agua como antes. Media hora después las bestezuelas habían recuperado su aspecto primitivo y se las veía nadar bajo el cristal como si nada hubiese ocurrido.»

Este fenómeno de vida latente, obvio en las semillas y en las esporas, pero más visible en los rotíferos, nematodos y tardígrados, fascinó a los pensadores ochocentistas que vieron en él una confirmación de la extrema vaguedad, de la extremadamente deseable vaguedad, de la frontera entre la vida y la muerte. Lenard H. Chisholm sostuvo, en Are these Animals Alive? (¿Estos animales están vivos?, 1853), que en cierto modo todos nosotros hemos nacido de una espora y que incumbe a la ciencia encontrar el sistema para reducirnos de nuevo a la espora original, en cuyo estado se nos podría conservar cómodamente durante uno o dos milenios y finalmente devolver a la vida dentro de una bañera.

En 1862, Edmond About publicó su novela El hombre de la oreja rota, cuyo protagonista es un soldado de Napoleón desecado, embalado y finalmente hecho revivir, gracias a una inmersión acuática, cincuenta años después, exactamente como era en el momento de la desecación, a excepción de una oreja que se había roto durante el letargo...

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134 - XXXIV

De LLORENÇ RIBER

Casa Batllo GaudiLlorenç Riber tuvo la fortuna singular de nacer en una de las casas de pisos construidas por Gaudí en Barcelona; su padre decía que parecía una conejera. Este fue su primer contacto con el arte y con los conejos; ello explica que en materia de arte se convirtiera en un iconoclasta; y en materia de conejos, en un entendido. De la convicción de que él mismo era un conejo sacó tal vez el ímpetu que no tardó en convertirlo en una de las fuerzas más poderosas del teatro contemporáneo; arte al cual supo dar, desde su primera y elástica juventud, tal impulso, que convendrá preguntarse si alguna conseguirá levantarse del lugar donde lo ha enviado dicho impulso. A partir de Riber, nada se ha producido en el escenario que ya no hubiese sido hecho por él.

De la colección de artículos y ensayos Hommage à Ll. Riber (Plon, 1959), compilada con motivo del aniversario de la muerte del director (el cual, como se sabe, fue devorado por un león en las proximidades de Fort Lamy, en el Chad, el 23 de septiembre de 1958, en circunstancias que hasta ahora permanecen ignoradas) transcribimos en primer lugar esta descripción de su persona, tal como fue presentada en 1935 por el critico Enrique Martínez de la Hoz en un diario barcelonés.

El director era entonces extremadamente joven y el crítico no menos hostil, pero el testimonio queda:

«Llorenç Riber llega como un ángel, ligero, casi de puntillas, los brazos abiertos en cruz, las manos que revolotean armoniosamente siguiendo los desplazamientos a derecha o izquierda de los largos cabellos rubios, limpios y lacios. Es muy joven, pero ya ha conseguido hacerse un nombre entre los peores directores de España. En lugar de llevar el jersey debajo de la chaqueta lo lleva al cuello, como un boa, y cada vez que salta de impaciencia ante la incomprensión y la estupidez del mundo, se echa hacia atrás una manga de lana sobre el hombro, irritado, viperinamente amenazador.»…

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169 -XXXVI

De  FELICIEN RAEGGE

 HelvetiusYendo por las calles desiertas de Ginebra, Félicien Raegge tuvo la intuición de la naturaleza invertible del tiempo; le proporcionó la clave una frase de Helvetius, que no tenía nada de original: «Los antiguos somos nosotros.» Que por tácita convención casi todos los pensadores y estudiosos estuvieran de acuerdo en llamar antiguos a los primeros hombres —paleóntropos a los primerísimos— y nuevos a los polvorientos y decrépitos contemporáneos, quería decir obviamente una cosa: que el tiempo de la tierra, o sea el tiempo de la raza humana, corre al revés de cómo pretende hacer creer la lengua popular. O sea, del presente al pasado, del futuro al presenté.

El inglés Dunn, el español Unamuno, el bohemio Kerça, ya habían insinuado dicha inversión: Unamuno, para limitarse a sacar de ella una buena metáfora en un soneto; Kerça, una comedia que comienza por el final y acaba con el comienzo; Dunn, la idea por otra parte implícita en la oniromancia de que los sueños son en realidad recuerdos de un futuro ya sucedido…

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