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Fragmentos de libros. LAS COSAS MÁS EXTRAÑAS de Andrés Trapiello  Final II:

Acceso/Volver al FINAL I de este libro: TuyaEsJehova177
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... Pareció de pronto despertarse de sus lucubraciones, que despejó con una pequeña sacudida de cabeza, y siguió leyendo. Yo sé a qué se refería. Es mejor que todo esto haya sucedido. Hace un año no sabía qué iba a pasar con mi novela. Pero todo ha vuelto a ser lo mismo que antes. A eso se refería. Las vidas se hacen siempre de una manera rara. Entonces fui yo quien levanté la vista de llibro y me quedé mirando los leños. Me había distraído. Y pensaba. En cierto modo en mí mismo. Creo que otro habría vivido las cosas que he tenido que vivir de otra manera, y en el fondo a mí me habría gustado vivirlas de otro modo. Espera uno absurdamente que le den un mejor papel en la comedia, se lo dan, sale a escena LeñosArdiendoy entonces dice su papel sin convicción, sin tono, sin apariencia. Eso creo que me ha ocurrido a mí. Las cosas que hace uno ha de crecérselas, porque si no todo el mundo termina disgustado. Pero por otro lado es mejor que no sucedan.

Yo creo que si tuviese garantizado un fuego como el de ayer por la noche, no viviría en la ansiedad perpetua. Pero piensa uno que las cosas siempre están a tiempo de ir un poco peor.

Pensaba también, y era lo fundamental, si yo era ayer un poco mejor que hacía un año, si sabía más de mí y del mundo. Creo que sí. No sé qué, pero creo que sí, que soy algo mejor. Muchas veces he llegado a pensar que el carácter se me estaba agriando un poco, pero de pronto me he vuelto a ver con cierto buen humor. El humor, ya lo ha dicho uno muchas veces, no es muy literario para la literatura de nuestro tiempo, que lo encuentra superficial y, sobre todo, inconveniente, con anguitatantas hecatombes como hay y tantos Julio Anguitas. Si lo pienso bien, durante el año ha sido objeto uno de algunos vejámenes y agravios. Algunos los habrán hecho de manera premeditada, pero otros no. Sin embargo, me parece que, al final, me los he tomado con deportividad, quizás porque, por una vez en mi vida, sabía que aunque no tuviese trabajo el siguiente mes, podríamos vivir. a uno le gustaría ser más franciscano y llegar a la alegría de los gorriones, pero para eso creo que me van a tener que conceder una vida muy larga y entonces, tal vez, cuando sea octogenario, pueda llegar a ser un hombre de un humor magnífico sin saber lo que hay dispuesto de cena ese día ni si va a haberla.

   

Mi vida, en lo que sea, está contada en estos cuadernos. Podría seguramente ser de otra manera, aunque no creo, pero en lo que es, está contenida aquí. No quiero vivir la vida de mis contemporáneos, ni siquiera la de mis vecinos, sino la mía, la de mi mujer, la de mis hijos, y la de mis libros tejiéndose entre ellos.

Es verdad que no ha desaparecido ninguno de esos fantasmas que nos harán desdichados siempre. Si me asalta la idea de la muerte, y es algo que sucede cada noche, me apena y asusta. A veces M. me sorprende tiritando y me abrazo, me dice, pobre, y yo quiero llorar de gratitud, pero el temor agudo no desaparece y si termina borrándose es con el sueño. O Cuadernome encuentro solo en casa, escribiendo. Uno escribe para celebrar la vida y la belleza de las cosas, pero eso no siempre es fácil de alcanzar, y poco a poco se apodera de uno el desánimo. Al final del día, cuando M. vuelve de su trabajo, no me parece justo recibirla con el guardapolvos del desaliento, de manera que me lo quito, pero termina descubriendo la anomalía, y a uno le desalienta todavía más que vayan pasando los años y no se encuentre uno aún a salvo de las mareas negras.

Todos los hombres que han inmolado sus vidas en el menester del arte, al menos los que a uno le interesan más, han buscado para sus humores melancólicos una salida. Unos la han encontrado y otros no, otros se han vuelto locos antes, o se han quitado de en medio o han hecho desdichados a los que tenían alrededor. De manera que a la vez que uno escribe una simple cuartilla está con el continuo temor de volverse loco o muerto o un hombre malvado.

Supongo que la única manera de ponerse a salvo de todo eso, de aspirar a ser feliz, será cuando nada de lo de uno nos concierna demasiado. Ah, me digo, si pudiera ser un pobre de espíritu. Es lo más que se puede ser en esta vida, y el escribir diarios es un signo de inmadurez, de eso no hay la menor duda, porque va uno acumulando cosas sobre uno mismo, como el acaparador o el especulador.

PajaritaTrapielloNo ha sido un mal año. Me han pasado más cosas que ningún otro año, pero si quiere uno ser un pobre de espíritu habría que ir desprendiéndose de todas ellas. En el fondo quiero creer que es lo que hago ahora, tirarlas por la borda.

Eran ya las doce y media de la noche, pero no le participé ninguna de estas cosas, porque además hemos hablado de ellas mil veces. A uno le da ya incluso un poco de vergüenza hablar de uno mismo. Los yoes corren ese peligro siempre del gigantismo. De manera que solo al irnos a dormir, mientras abrazaba su espalda, le dije que las cosas estaban mejor ahora. Quería decir así, después de haber sucedido, pero lejos de ellas. Aunque creo que no me oyó toda la frase porque cayó en el sueño, y a los pocos minutos la seguí.

¿Por qué habría de aparecer como no soy? Son cuatro las estaciones. Que nadie te juzgue solo por tu invierno, solo por tu verano. Uno es con o sin hojas, con y sin ellas. Acéptate en lo que eres, ni en más ni en menos. La mayor parte de los árboles ni siquiera tendrían interés de no venir a posarse en sus ramas un pájaro solitario.

Soledad«¿Morir será volver allá, a la vida de antes de la vida? ¿Será vivir de nuevo esa vida prenatal en que reposo y movimiento, día y noche, tiempo y eternidad, dejan de oponerse? ¿Morir será dejar de ser y, definitivamente, estar? ¿Quizá la muerte sea la vida verdadera? ¿Quizá nacer sea morir y morir, nacer? Nada sabemos.»

Imaginé sobre cada una de estas palabras de X, publicadas hoy en un suplemento que se dedicaba al «problema» de la soledad, un palito también.

Pero en medio de todos los lugares comunes, en las antípodas de esos pensamientos de manubrio, de pianola, de rollos que se meten y suenan siempre igual, estas otras líneas, tan diferentes: «Todo aquello que vamos logrando ser se lo arrancamos muy penosamente a la soledad. La soledad no nos da nada (y no por avarienta, sino porque ella misma no dispone de nada ni es nadie); la soledad está ahí, sin más, quieta, fija fidelísima, sordomuda, permitiéndonos ser nosotros mismos».(Del artículo de Ramón Gaya "EN TORNO A LA SOLEDAD, ABC Cultural, Madrid 31-12-1992, pag.16 -Nota de fragmentos de libros-)

Y es así como termino yo también el año. En la soledad propia de uno. Es San Silvestre, arden los fuegos y no hay estrellas.

CaraboAfuera cantaba un cárabo, dentro los niños montaban las figuritas del belén, discutiendo el emplazamiento de los Reyes Magos, que uno quería poner más cerca del portal y otro más lejos, como Israel sus fronteras.

Si dejo de escribir sobre el cuaderno y hago un silencio total a mi alrededor, podría incluso oír el ruido que hace la helada al posarse sobre la yerba del monte. ¿Lo oís? ¿Y al cárabo? Esta mañana vimos unas abejas libando sobre tres rosas que han resistido el mal tiempo y ahora puede oírse su eco aquí, dentro de mí, colmena en la que sin darnos cuenta se fabrica la miel, porque el invierno será largo, y viviremos siempre una noche de San Silvestre.

***

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