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     OPINAMOS DE "NOSOTROS LOS MALDITOS"  (Pau Malvido ("Maragall"         

    NosotrosLosMalditos      

      Solo por la machaconería y la mirada nostálgica con la que se quiere ensalzar desde los “mass media” aquel tiempo de lastimosa superficialidad  y reeducación social que se llamó la “Movida madrileña” de los años 80, debería ponernos en guardia contra lo que pudo tener de mixtificación y de artimaña. Aún, hoy en día, treinta, treinta y cinco años después, nos vamos tropezando con programas, remembranzas, actos homenaje a esos años que, si acaso, solo fueron divertidos, (de una diversión permitida, fomentada, calculada, anestésica y, por tanto, mansa), e incluso, de cuando en cuando, todavía se atreven a rescatar de los baúles apolillados, para que nos vuelvan a cantar sus canciones, a un grupo de cincuentones canosos, calvos o barrigudos que en aquellos años tuvieron fama y prebendas –profusas y sustanciosas- por un par de cancioncillas pegadizas de ritmo pop, como si significara su vuelta a los escenarios lo que una resurrección conjunta de Platón, Leonardo y Tolstoi.

       He querido comenzar este comentario de Nosotros los Malditos con una referencia a la "Movida madrileña" por comparar dos épocas paradigmáticas de eclosión juvenil en la España del último tercio del siglo XX; dos etapas que serían prácticamente correlativas si no las separase una fina pero muy importante línea que supuso la transición política en España desde la Dictadura a la Democracia, esa que se tilda de “modélica”, aunque no lo fuera tanto porque tuvo su violencia –real y soterrada- sus felones, la imposición de un régimen monárquico borbónico, que nunca buscó –ni aún hoy en día lo ha hecho- desagravios debidos ni denunció las atrocidades del régimen de Franco y que legitimó en el poder a aquellos que las habían cometido.

Y las comparo para constatar las diferencias fundamentales que presentan, y que me serían indiferentes si no pensara que cuando pasen unas cuantas décadas, (la injusticia ya se está cometiendo) sea muy  posible que ambas queden como símbolo de la rebeldía y la contracultura de la juventud española contra los corsés políticos y sociales que las restringían. Y no. Ni mucho menos. Y será una más de las mentiras de la Historia.

Yo, desde luego, no viví los años que desmenuza Pau Malvido en Nosotros los malditos, pero leyendo el libro y por otras referencias –sí viví la transición y las pugnaces resistencias y luchas desiguales de muchos hombres y mujeres contra el Régimen-, me hago una buena idea de lo que se jugaban aquellos jóvenes de los años 60 y comienzos de los 70 por atreverse a renegar de lo que aquella gris sociedad les ofrecía y por ser temerarios, es decir, diferentes, valientes, rompedores, apóstatas –desarraigo familiar y social, detenciones, palizas, cárceles, escaseces, riesgos para su salud-; todo muy al contrario que nosotros, los jóvenes de los 80, que solo nos jugamos la posibilidad -¡tantos perdieron!- de caer en el pozo siniestro y mortal de la heroína, -que también en aquellos años, abundó libre y sospechosamente en los barrios obreros y en zonas potencialmente conflictivas (la permisividad y la distribución a paladas del caballo en el País Vasco, parece más que probable)-. Pero, por lo demás, nada nos jugábamos, incluso, hasta éramos jaleados desde las instituciones. Y si lo duda, es un ejemplo evidente aquel concierto –yo estuve allí- cuando “el viejo profesor”, entonces alcalde de Madrid, Enrique Tierno Galván, nos impelía a “estar al loro” y “a colocarnos”; y aunque algunas botellas volaron hacia el escenario desde donde nos adoctrinaba -y que no le gustaron demasiado-, fueron las menos, y salió por su propio pie y nosotros, finalmente, nos colocamos y estuvimos al loro para ver si esa noche también teníamos sexo –o lo teníamos ya de una puñetera vez-, que era lo que buscábamos en esencia. Sexo, drogas y rock and roll –en este caso, Pop, “Popito”, que para eso habíamos cambiado Víctor Jara, Quilapayun, Raymond, Pi de la Serra, Paco Ibáñez y Labordeta, por los Secretos, Rubí y los Casinos o Mermelada, por ejemplo, y nos habíamos desecho de las camisas proletarias, de las insignias de hoces y martillos o de puños cerrados o de Aes grandes, de las bufandas-estolas, de las melenas y barbas –quien las tuviera-, por chupas de cuero, botas de “chúpame la punta”, chapas de Bowie o de Mecano, peinados chulos y rayitas en los ojos-. Y no había mucho más en aquella “Movida”. Plástico, pose y diseño y en los cerebros, poca cosa digna de estudio. Cualquier pelado que soplara una trompeta o aporreara un teclado o se atreviera a vociferar, tenía su hueco en el tinglado; cualquier vacuo que pertrechara una “performance” barata nos la podía hacernos degustar en algunos de los muchos locales (hasta ayuntamientos, oiga) que para ello se ponían a su disposición, e insuflarnos de su post-modernidad sin esencia ni cuajo ni profundidad. Como dice uno de los pioneros de aquella “Movida” –Andrés Trapiello, de la que se escapó aberrado-, culturalmente, la Movida, solo nos ha dejado un par de canciones y un hacedor de sainetes (Almodóvar). Mucho ruido y mucho ensalzamiento para poca chicha. Es decir, ausencia completa de Arte, Filosofía, Idea o Estética perdurable.

  Y, sin embargo, muy poco se dice o se recuerda o se pondera de lo que sí significó social, cultural y políticamente aquella lucha a degüello que mantuvieron los jóvenes (y no tan jóvenes, también estaban los históricos luchadores de hierro) en España –el libro de Malvido se centra en Cataluña y Baleares- desde posiciones distintas una década antes. Unos desde posturas y luchas políticas, desde el Partido, desde la subversión y otros desde la contracultura, que también buscaba, como los jóvenes de la Movida, sexo, drogas y, luego, música, pero, muy al contrario que ésta, sí desde una perspectiva militante, agresiva a veces, revolucionaria en formas, horizontes y métodos; desde la búsqueda interior y colectiva de caminos radicalmente distintos a lo que les podía prometer la sociedad en que vivían. Y, aquí, Pau Malvido, que fue un protagonista activo de aquella época, se convierte también en su cronista exhaustivo. Escribió estas crónicas en los años 1976 y 1977 en forma de artículos que fueron saliendo a la luz en la magnífica revista Star. (Los que componen el libro, compendiados y publicados por Anagrama). Es posible que, para escribirlos, le guiara un deseo o un impulso personal, yo no lo sé, aunque parece que lo hizo más como una necesidad de contestación a lo que en esos años post-Franco, en alguna revista bandera de la contracultura –nos referimos a Ajoblanco-, se venía escribiendo de forma poco fidedigna, sobre los sucedidos y motivaciones que impulsaron a los jóvenes de los 60 y primeros años de los 70 a hacer lo que hicieron y cómo lo hicieron; sobre qué los guiaba y qué perseguían. Malvido dice en algún punto de sus artículos que ellos, que fueron los protagonistas, no dijeron ni escribieron nada de aquellos tiempos y que, sin embargo, sí los intentaban contar y explicar aquellos que no participaron del todo.

 El texto de Malvido, es elocuente y rotundo y prolijo. Nos habla de las bandas barriales, de la introducción de la grifa y el hachis en España, de los primeros frikys, de los hippys españoles, de los primeros conciertos masivos, de los locales, revistas y artistas que fueron surgiendo rompiendo los moldes… En fin, un auténtico documento social para conocer aquellos tiempos que algo de épicos sí tuvieron.

El verdadero apellido de Pau Malvido era Maragall y era hermano del entonces Presidente de la Generalitat de Catalunya. Su forma de vivir y de sentir ya habían provocado algunos disgustos y problemas para la familia Maragall y sus rivales políticos se servían de ello de forma rastrera para atacarla. En el año 1985, Pau ya había sido detenido por presunto tráfico drogas y, muy probablemente, ya estaba muy enfermo de adicción (Artículo de "El País", 27 de Febrero de 1985). Su muerte ocurrió por una sobredosis de heroína en 1994. Posiblemente una sobredosis autoprovocada, quizás inducida… que de todo se puede leer (aunque poco, como si hubiera un velo de silencio o misterio en todo este desagradable asunto). Le encontraron muerto en un banco cerca de Las Ramblas. Estaba de guardia ese día un juez tristemente famoso por sus imputaciones en casos de prevaricación continuada y corrupción… Este es el texto literal publicado por el diario digital eldiario.es el día 11 de Junio de 2012 y firmado por Félix Martínez:

 

“Por último, el hallazgo del cadáver de Pau Maragall, hermano del entonces alcalde de Barcelona, Pasqual Maragall, se produjo un día que Estevill estaba de guardia. Una patrulla de la Guardia Urbana halló el cadáver de Pau Maragall en un banco próximo a las Ramblas de Barcelona. Había salido de la consulta de su psiquiatra en el Centro Pere Camps, pero una sobredosis acabó con su vida. Los urbanos reconocieron el cadáver y avisaron a Pascual y Ernest Maragall en el Ayuntamiento, que pidieron al psiquiatra de Pau que firmara el certificado de defunción para poder disponer de los restos mortales. Estevill, que siempre había manifestado un profundo odio por los socialistas catalanes, en general, y por la familia Maragall, en particular, montó un escándalo. El juez consideró la retirada del cadáver del hermano de Maragall como una afrenta al juez de guardia. Ordenó la detención del médico y se incautó del cuerpo sin vida de Pau Maragall, que fue remitido al Instituto Anatómico Forense. Pasqual Maragall, desesperado, llegó a enviar un fax –era 1994– al juez, en el que sólo figuraba una frase manuscrita, "¡Déjenos enterrar a mi hermano en paz!" y la firma del alcalde. Lejos de disuadir al juez, la reacción de Pascual Maragall parecía complacerlo, así que el alcalde recurrió a su amigo personal Miquel Roca para solucionar el problema a través de Macià Alavedra. La condición de Estevill y Alavedra a Roca fue que propusiera al primero como vocal del CGPJ y se garantizase el apoyo del PSOE. Con el del PP, el juez corrupto ya contaba. Tapándose la nariz, el PSOE aceptó.”

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