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Fragmentos de libros. EL RETRATO DE DORIAN GREY de Oscar Wilde  Comienzo II: 

Acceso/Volver al COMIENZO I de este libro: EncinaBatuecas83
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... Los que hallan significados bellos en cosas bellas son los cultivados. Para estos hay esperanza..

Aquellos para quienes las cosas bellas significan únicamente Belleza son los elegidos.

No hay libros morales o inmorales. Solo hay libros bien o mal escritos, nada más..

 CalibanLa aversión del siglo XIX al Realismo es la furia de Calibán, al ver su propio rostro en el espejo.

La aversión del siglo XIX al Romanticismo es la furia de Calibán al no ver su propio rostro en el espejo.

La vida moral del hombre forma parte de los temas del artista, pero la moralidad del arte consiste en el empleo perfecto de un medio imperfecto.

Ningún artista desea demostrar nada. Incluso las cosas que son verdad se pueden ser demostradas.

Ningún artista tiene simpatías éticas. En un artista, una simpatía ética es un imperdonable amaneramiento del estilo.

Ningún artista es morboso, jamás. El artista puede expresarlo todo.

Pensamiento y lenguaje son al artista los instrumentos de su arte.

Vicio y la virtud son al artista materiales para un arte.

Desde el punto de vista de la forma, el modelo de todas las artes es el arte del músico. Desde el punto de vista del sentimiento, el oficio del actor es el modelo. 

Todo arte es a la vez superficie y símbolo.

Los que van más allá de la superficie, lo hacen por su cuenta y riesgo.

Los que leen el símbolo, lo hacen por su cuenta y riesgo.

Es el espectador, y no la vida, lo que el arte realmente refleja.

La diversidad de opiniones sobre una obra de arte muestra que esa obra es nueva, compleja y vital.

Cuando los críticos están en desacuerdo, el artista está de acuerdo consigo mismo.

Se le puede perdonar un hombre que haga una cosa útil, siempre que no lo admire. La única excusa para hacer una cosa inútil es admirarla infinitamente.

Todo arte es completamente inútil.

            OSCAR WILDE

    

CAPÍTULO I

El olor exuberante de las rosas inundaba el estudio y, cuando la brisa estival se agitaba entre los árboles del jardín, llagaba a través de la puerta abierta el aroma denso de las lilas o el perfume más delicado del espino de flores rosas.

Laburnum alpinumLord Henry Wotton estaba en un rincón, tendido en el diván tapizado de alfombras (“alforjas” en esta edición) persas y fumando, como era su costumbre, innumerables cigarrillos; desde allí podía divisar el destello aterciopelado de las flores del color de la miel de un laburno, cuyas ramas temblorosas parecían soportar con esfuerzo la carga de una belleza llameante como la suya; de vez en cuando las sombras fantásticas de los pájaros en vuelo salpicaban las largas cortinas de seda de tusor echadas en el ventanal, produciendo un especie de pasajero efecto japonés, y haciéndole pensar en esos pintores de Tokio de rostro pálido como el jade que, a través de un arte necesariamente inmóvil, buscan transmitir la sensación de rapidez y movimiento. El murmullo obcecado de las abejas abriéndose paso entre la hierba crecida, o volando con monótona insistencia alrededor de los cuernos empolvados de oro de la madreselva enmarañada, parecía hacer más opresiva la quietud. El estrépito sordo de Londres era como el bordón de un órgano distante.

En el centro de la habitación, sujeto a un caballete vertical, se alzaba el retrato de cuerpo entero de un joven de extraordinaria belleza, y enfrente de él, a poca distancia, estaba sentado el artista, Basil Hallward, cuya repentina desaparición unos años atrás había causado un enorme revuelo público, y alimentado las conjeturas más extrañas.

Mientras el pintor observaba la forma llena de gracia y atractivo que con tanta habilidad había reflejado su arte, una sonrisa de placer pasó por su rostro y pareció querer demorarse en él. Pero de repente se levantó, y, cerrando los ojos, se puso los dedos en los párpados, como queriendo aprisionar dentro de su cabeza algún extraño sueño del que temiera despertar.

EdItaliana- Es tu mejor obra, Basil, lo mejor que has hecho nunca –dijo lord Henry, lánguidamente-. Deberías enviarlo sin falta el año que viene al Grosvenor. La Academia es demasiado grande y demasiado vulgar. Siempre que he ido, o había tanta gente que no he podido ver los cuadros, lo que es un espanto, o había tantos cuadros que no he podido ver a la gente, lo que es aún peor. El Grovesnor es verdaderamente el único sitio apropiado.

- No creo que lo envíe a ninguna parte –contestó el pintor, echando para atrás la cabeza de aquella curiosa manera que solía provocar las risas de sus compañeros en Oxford-. No, no lo enviaré a ninguna parte.

- ¿No lo enviarás a ninguna parte? Mi querido amigo, ¿por qué? ¿Tienes algún motivo? ¡Qué tipos tan raros sois vosotros los pintores! Hacéis cualquier cosa para ganaros una reputación, y tan pronto la tenéis, parecéis querer arrojarla por la borda. Eso es estúpido, pues solo hay una cosa en el mundo peor a que se hable de uno, y es que no se hable. Un retrato como este te situaría muy por encima de todos los jóvenes de Inglaterra, y sería la envida de los viejos, si es que los viejos son capaces de sentir emoción alguna.

- Sé que te vas a reír de mí –repuso el pintor-, pero no puedo exponerlo, de verdad. He puesto demasiado de mí mismo en él.

Lord Henri se acostó en el diván y se echó a reír.

-  Si, sabía que te ibas a réir, pero es totalmente cierto, como lo oyes.

- ¡Demasiado de ti mismo en él! Palabra, Basil, no sabía que fueses tan vanidoso; de verdad que no puedo hallar parecido alguno entre un hombre como tú, con tu rostro de facciones duras y fuertes y tu pelo negro como el carbón, y este joven Adonis que parece estar hecho de marfil y pétalos de rosa. Él es un Narciso, mi querido Basil, y tú… Bueno, por supuesto, tú tienes una expresión intelectual y todo eso, pero la belleza, la verdadera belleza se acaba donde empieza una expresión intelectual. El  intelecto es en sí mismo una forma de exageración, destruye la armonía en cualquier rostro. En el preciso instante en que uno se sienta a pensar se vuelve todo nariz, o todo frente, y se convierte en algo horrendo. Fíjate en los hombres que triunfan en las profesiones que exigen estudio. ¡Qué espantosos son! A excepción de los que trabajan en la Iglesia, por supuesto, pero es que en la Iglesia no piensan: un obispo sigue diciendo a la edad de ochenta años lo que le enseñaron a decir cuando era un chico de dieciocho; en consecuencia y como es natural, su aspecto es siempre absolutamente delicioso. Tu joven y misteriosos amigo, cuyo nombre todavía no me has dicho, y cuyo retraryo verdaderamente me fascina, nunca piensa, estoy del todo seguro. Es un cabeza hueca, una bella criatura que siempre debería estár aquí en invierno, cuando no tenemos flores que mirar, y siempre aquí en verano, cuando necesitamos algo que refresque nuestra inteligencia. No te halagues a ti mismo, Basil, no te pareces en nada a él.

HenryYBasilComic- No me entiendes, Harry –repuso el artista-. Ya sé que no me parezco a él, lo sé muy bien. Es más: de parecerme a él lo lamentaría. ¿No me crees? Te estoy diciendo la verdad. Toda distinción física o intelectual comporta cierta fatalidad, la clase de fatalidad que parece perseguir a lo largo de la Historia los pasos indecisos de los reyes. Es mejor no destacar entre nuestros semejante. En este mundo, los feos y los estúpidos se llevan la mejor parte, se pueden sentar a sus anchas y asistir boquiabiertos a la función. No saben nada de la victoria, pero asimismo se les libra del conocimiento de la derrota. Viven como deberíamos vivir nosotros, imperturbables, indiferentes, sin inquietudes. Nunca causar la ruina de los demás, ni la sufren de manos ajenas. Tu posición y tu fortuna, Harry; mis pensamientos, sean los que sean, y mi arte en lo que valga; la bella apariencia de Dorian Grey… Deberemos sufrir por lo que los dioses nos han dado, Harry, sufriremos terriblemente.

- ¿Dorian Grey? ¿Es ése su nombre? –preguntó lord Henry; cruzando el estudio hacia Basil Hallward.

- Sí, ese es su nombre. No tenía intención de decírtelo.

- ¿Por qué no?

- Bueno, no sabría explicarlo. Cuando alguien me gusta mucho nunca digo su nombre a nadie, es como perder una parte de su persona.

Con el tiempo he aprendido a amar el secreto, parece ser la única cosa que puede convertir la vida moderna en algo maravilloso y lleno de misterio. La cosa más corriente se vuelve deliciosa solo con ocultarla. Cuando salgo de la ciudad nunca le digo a los míos adónde voy; si lo hiciera, arruinaría todo mi placer. Imagino que es una costumbre muy tonta, pero parece aportar a nuestras vidas una buena dosis de romanticismo. supongo que piensa que soy un completo estúpido.

- De ninguna manera –contestó lord Henry-, de ninguna manera, mi querido Basil. Pareces olvidar que estoy casado, y lo único que el matrimonio tiene de encantador es que convierte el engaño continuo en algo absolutamente necesario para ambas partes. Nunca sé dónde está mi esposa, y mi esposa nunca sabe qué ando yo haciendo. Cuando nos vemos, y nos vemos esporádicamente, solo si cenamos juntos fuera de casa o vamos a la del Duque, nos contamos el uno al otro las historias más absurdas con la mayor seriedad. En esto mi esposa es muy buena, mucho mejor que yo, de hecho. Nunca se equivoca con las fechas, y yo siempre lo hago. Aún así, cuando me descubre, no monta ningún escándalo. Algunas veces me gustaría que lo hiciera, pero se limita a reírse de mí.

- Detesto tu forma de hablar de tu vida conyugal, Harry –dijo Basil Hallward, caminando hacia la puerta que daba al jardín-. Creo que en realidad eres un marido excelente, pero te avergüenzas profundamente de tus propias virtudes. Eres un tipo extraordinario: nunca dices nada bueno y nunca haces nada malo. Tu cinismo no es más que una pose.

ThePictureDGrey- La naturalidad no es más que una pose, la pose más irritante que conozco –exclamó lord Henry, echándose a reír; y los dos jóvenes salieron juntos al jardín, y se sentaron en un amplio sillón de bambú a la sombra de un alto laurel. La luz del sol resbalaba sobre las hojas brillantes, y las margaritas blancas radiaban en la hierba.

Después de un silencio, lord Henry sacó su reloj.

- Me temo que debo marcharme, Basil –murmuró-. Pero antes de irme insisto en que contestes a la pregunta que te hice antes.

- ¿A qué pregunta te refieres? –dijo el pintor, sin levantar los ojos del suelo.

- Lo sabes muy bien.

- No, no lo sé, Harry.

- Bien, te diré cuál es. Quiero que me expliques por qué no quieres exponer el retrato de Dorian Grey. Y quiero el verdadero motivo.

- Ya te he dado el verdadero motivo.

- No, no lo has hecho. Dijiste que era porque habías puesto demasiado de ti mismo en él. Vamos, eso es una chiquillada.

- Harry, dijo Basil Hallward, mirándole a los ojos-, si un retrato está pintado con sentimiento es un retrato del artista, no del modelo. El modelo no es más que el accidente, la ocasión. No es él quien es revelado por el pintor, es más bien el pintor quien se revela a sí mismo en el lienzo coloreado. La razón por la cual no voy a exponer ese retrato, es que tengo miedo de haber mostrado en él el secreto de mi alma.

Lord Henry se echó a reír.

-  ¿Y qué secreto es ése? –preguntó.

-  Te lo contaré -dijo Hallward, pero una expresión de perplejidad se a su rostro.

-  Soy todo oídos, Basil –continuó su compañero, lanzándole una mirada.

-  Oh, en realidad hay muy poco que contar, Harry –contestó el pintor-; y me temo que te va a costar entenderlo. Tal vez te cueste creerlo.

Lord Harry sonrió, y agachándose, arrancó de entre la hierba una manzanilla de pétalos rosas y la examinó.

- Estoy seguro de que lo entenderé -repuso, concentrado en el pequeño disco dorado con plumas blancas-, y en cuanto a creerlo, puedo creer cualquier cosa, con tal de que sea completamente increíble.

El viento desprendió algunas flores de los árboles, y los pesados ramos de lilas, con su panal de estrellas, se balancearon en el aire lánguido. En la tapia, un saltamontes comenzó a chirriar, y una libélula larga y fina pasó como un hilo azul enhebrado en alas de gasa marrón. Lord Henry tuvo la impresión de oír el corazón de Basil Hallward batiendo, y se pregunto qué iba a ocurrir.

- La historia es simplemente ésta –dijo el pintor al cabo de un momento-. Hace dos meses fui a una de esas fiestas llenas de gente en casa de lady Brandon. Ya sabes que nosotros, los pobres artistas, tenemos que mostrarnos en sociedad de cuando en cuando, aunque solo sea para recordarle al público que no somos salvajes. Con traje de etiqueta y corbata blanca, como me dijiste una vez, cualquiera, incluso un agente de bolsa, puede pasar por un ser civilizado. Bien, cuando llevaba unos diez minutos en el salón, departiendo con viudas grandonas y emperifolladas y con académicos tediosos, tuve la impresión repentina de que alguien me estaba mirando. Me di media vuelta y vi por primera vez a Dorian Grey. Cuando nuestras miradas se encontraron, sentí palidecer. Una curiosa sensación de terror se apoderó de mí. Sabía que acababa de encontrarme cara a cara con alguien de personalidad tan fascinante que, si me dejaba hacer, absorbería toda mi naturaleza, toda mi alma, incluso mi arte. Yo no quería ninguna influencia externar en mi vida, sabes muy bien, Harry, lo independiente que soy por naturaleza. He sido siempre mi propio dueño, o por lo menos lo había sido hasta que conocí a Dorian Grey. Entonces… No sé explicártelo. Algo pareció decirme que mi vida se hallaba al borde de una crisis terrible. Tuve el extraño presentimiento de que el Destino me reservaba alegrías exquisitas, y aflicciones también exquisitas. Tuve miedo, y m di la vuelta para abandonar la sala. No fue la conciencia lo que me hizo actuar así: fue una especie de cobardía. No estoy orgulloso de haber intentado escapar.

- La conciencia y la cobardía son en realidad la misma cosa, Basil. «Conciencia» es el nombre comercial que le damos a la mercancía. Eso es todo.

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