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Fragmentos de libros. EL ELIXIR DEL REVERENDO PADRE GAUCHER de Alphonse Daudet  Cuento II:

    
Acceso/Volver a Cuento I de "El exilir del padre Gaucher": El elixir...
 
 
Algunas de las imágenes que complementan este texto son fotogramas de la película de 1954 "Les lettres de mon moulin" del director francés Marcel Pagnol.
(Continua)   (Se muestra alguna información de las imágenes al sobreponer el ratón sobre ellas) 

    ...

    ... Hace ahora veinte años, los Premonstratenses o, por mejor decir, los Padres Blancos, según los llamaban nuestros provenzales, habían caído en una gran miseria. Si hubiese usted visto la casa de esos pobres frailes entonces, le habría dado lástima.

     La pared maestra, la torre Pâcome se caían a pedazos. Todo alrededor del claustro lleno de hierbas, se rajaban las columnas, y las esculturas de piedra se derrumbaban en sus hornacinas. No había vidriera sana, ni puerta que se Mistralmantuviera en buen estado. En los claustros, en las capillas, el viento del Ródano soplaba lo mismo que en Camarga, apagando las velas, rompiendo el pomo de las vidrieras, desparramando las pilas del agua bendita. Pero lo más triste de todo era el campanario del convento, silencioso como un palomar vacío, y los Padres, a falta de recursos para comprar una campana, se veían obligados a tocar maitines con tejuelos de madera de almendro.

   ¡Pobres Padres Blancos! Todavía me parece verlos en la procesión del Corpus desfilar tristemente, envueltos en sus capas remendadas, pálidos, flacos, como alimentados con citres [calabazas] y sandías, y trás ellos monseñor el Prior, que andaba con la cabeza baja, avergonzado de mostrar a la luz del sol su báculo desdorado y su mitra de lana blanca apolillada. Las damas de la cofradía lloraban de compasión en filas, y los gordos postaestandartes bromeaban entre sí, señalando a los pobres frailes:

   - Los estorninos van descarnados cuando van en bandada.

   ParejaEstorninosDe hecho, los mismos desventurados Padres habían llegado a preguntarse si no les sería más conveniente emprender el vuelo por esos mundos, y buscarse cada cual el necesario alimento.

    Pues, señor, cierto día en que estaban tratando esta grave cuestión en el capítulo, vinieron a anunciar al prior que el hermano Gaucher solicitaba ser oído en consejo.... Sabrá para su gobierno, que este hermano Gaucher era un boyero del convento; es decir, que se pasaba los días dando vueltas en el claustro desde una arcada a otra arcada, llevando dos vacas éticas que buscaban hierbas en las hendeduras de las losas. Criado hasta los de doce años por una vieja medio loca de la comarca de Baux, a quien llamaban la tía Bégon; recogido después en el convento por los frailes, el infeliz fraile nunca había aprendido cosa alguna que no fuese guiar sus vacas y rezar un Pater noster; y aun eso lo decía en provenzal, porque el pobre era duro de mollera, y el ingenio fino como una daga de plomo. Cristiano ferviente, si bien un poco visionario, llevaba el cilicio con fe, y se disciplinaba con robusta convicción y brazo fuerte.

    Cuando se le vio entrar en la sala del capítulo, torpe y palurdo, saludando a la asamblea con la pierna hacia atrás, el prior, los canónigos, el tesorero, todos se echaron a reír. Siempre producía aquel efecto cuando se presentaba en alguna parte, su cara de buen hombre entrecana con su barba de cabra, y sus ojos medio alocados; por esto el padre Gaucher no se turbó.

   - Reverendos -dijo con tono bonachón y retorciendo su rosario de huesos de aceitunas-, tienen mucha razón los que dicen que los toneles vacíos son los que mejor suenan. Figuraos que a fuerza de romperme mi pobre cabeza, ya bastante rota de por sí, creo haber encontrado el medio de sacarnos a todos de apuros.

      Elixir MulaVeréis cómo. ¿Os acordáis de la tía Bégon, aquella buena mujer que me cuidaba cuando de pequeño? (¡Que Dios tenga en su gloria el alma de es vieja picara!; cantaba unas canciones muy feas después de haber bebido.) Pues quiero deciros, mis Reverendos Padres, que la tía Bégon, cuando estaba viva, era tan conocedora de las hierbas de las montañas como sacristán viejo de Córcega, o más todavía. ¡Vaya! como que había compuesto al final de sus días un elíxir incomparable mezclando cinco o seis especies de hierbas que ella y yo íbamos a recoger a los Alpillos. Desde entonces han pasado ya muchos años, ya lo creo; pero tengo esperanzas de que con el auxilio de San Agustín y la licencia de nuestro Padre Prior, podría ya, buscándola bien, volver a dar con la composición de ese elíxir asombroso. Entonces no tendríamos más que embotellarlo y venderlo un poco caro, lo que permitiría a la comunidad enriquecerse poquito a poco, como hicieron nuestros hermanos de la Trapa y de la Gran Cartuja.

     No tuvo tiempo de concluir. El prior se  había levantado para echarle al cuello los brazos. Los canónigos le estrechaban las manos. El tesorero, más conmovido todavía que los demás, besaba con respeto el borde deshilachado de su cogulla... Luego cada cual volvió a su sitio para deliberar y, acto seguido, el capítulo determinó que fuesen confiadas las vacas al hermano Thrasybule, para que el hermano Gaucher pudiera consagrarse por completo a la confección del elíxir.

 

     Elixir Pere Gaucher¿Cómo consiguió el buen hermano Gaucher encontrar de nuevo la receta de la tía Bégon? ¿A precio de qué esfuerzos? ¿A precio de cuántos desvelos? La historia no lo dice. Lo únicamente seguro es que, al cabo de seis meses, era ya muy popular el elíxir de los Padres Blancos. En el Condado, en toda la comarca de Arles, no había un mas, ni una granja, que en el fondo de cuya despensa no tuviera, entre las botellas de vino rancio y las tinajas de aceitunas aliñadas, un frasquito de barro oscuro, lacrado y sellado con las armas de la Provenza, con un fraile en éxtasis, pintado sobre una faja plateada. Merced al éxito de su elíxir, el convento de los Premonstratenses se enriqueció con rapidez. Se reedificó la torre de Pâcome. El prior tuvo una mitra nueva; la iglesia hermosas vidrieras labradas; y en el fino encaje del campanario, toda una compañía completa de campanas y de campanillas se lanzó al viento en una hermosa mañana de Pascua tañendo y repicando a vuelo.

    Por lo que respeta al hermano Gaucher, aquel pobre hermano lego, cuya tosquedad divertía a todo el capítulo, no se habló más de ello. Desde aquella fecha no se conoció más que al Reverendo Padre Gaucher, hombre de talento y de mucho saber, que vivía completamente al margen de las ocupaciones múltiples y monótonas del claustro, y se encerraba todo el día en su destilería, mientras que treinta frailes recorrían el campo para buscarle hierbas aromáticas... Aquella destilería, donde nadie, ni aun el mismo Prior, tenía derecho a entrar, era una capilla antigua abandonada, situada en el extremo del jardín de los canónigos. La sencillez de aquellos Padres candorosos había hecho de ello algo misterioso y formidable, y si, por acaso, un frailecillo atrevido y curioso, encaramándose por alguna parra, llegaba hasta el rosetón de la portada, muy pronto se dejaba caer espantado por haber visto al Padre Gaucher con su barba de nigromante, inclinado sobre sus hornillos, con el pesalicores en la mano, luego, a su alrededor, retortas de gres rosa, alambiques gigantescos, serpentines de vidrio, en amontonamiento extraño, que resplandecía como cosa de magia bajo el rojo resplandor de las vidrieras.

     AElixir Sombrasl caer la tarde, cuando se oía el toque de oración, la puerta de este recinto del misterio se abría discretamente, y el Reverendo se dirigía a la iglesia para asistir a los oficios de la noche. ¡Había que ver cómo era recibido cuando atravesaba el monasterio! Los hermanos se abrían en dos filas para dejarle paso. Decían:

      - ¡Chist!.... Tiene el secreto...

   El tesorero le seguía y le hablaba con la cabeza baja. En medio de estas adulaciones, el Padre se alejaba enjugándose el sudor de la frente, con su tricornio de anchas alas echado hacia atrás como una aureola, mirando alrededor con aire de complacencia los grandes patios plantados de naranjos, los techos azulados en que giraban veletas nuevas, y en el claustro, resplandeciente de blancura -entre las columnas elegantes y limpias-, los canónigos con trajes nuevos desfilaban de dos en dos con semblantes tranquilos.

    - "¡Todo esto me lo deben a mí", se decía a sí mismo el Padre Gaucher, y cada vez que lo pensaba subía a su cabeza una ráfaga de orgullo.

    El pobre hombre recibió muy pronto el castigo. Va usted a verlo.

    Elixir Pere Gaucher4Sucedió que una noche, durante los oficios, llegó a la iglesia el Padre Gaucher presa de una agitación extraordinaria; encendido, jadeante, con la capucha de través y de tal modo turbado, que para tomar agua bendita mojó sus mangas hasta el codo. Al principio, pensaron que se debía a la emoción por el retraso con que llegaba; pero cuando le vieron hacer reverencias repetidas al órgano, a las tribunas, en lugar de dirigir su saludo al altar mayor, atravesar la iglesia como un huracán, errar por el coro durante cinco minutos para buscar su sillón, y después de sentado inclinarse a derecha y a izquierda, sonriéndose con su aire de beatitud, un murmullo de asombro circuló por las tres naves. Cuchicheaban de breviario a breviario:

    - ¿Qué le pasará a nuestro Padre Gaucher? ¿Qué le pasará a nuestro Padre Gaucher?

   Por dos veces el prior, impacientándose, golpeó con su cruz las losas del pavimento para imponer silencio.... Allá, en el fondo del coro, los salmos seguían ien, pero los responsos carecían de entusiasmo.

     AveRerumDe pronto, en medio del Ave verum, he aquí que el Padre Gaucher se recuesta en su sillón, y entona con voz estridente:

        En París hay un Padre blanco...
        Y patatín, patatán, tarabín, tarabán...

    Consternación general. Todos se levantan. Exclaman algunos:

    -¡Llevénselo...!, !Está poseído!

Los canónigos se santiguan. El báculo de Monseñor se agita con violencia. Pero el Padre Gaucher no ve nada, no escucha nada; y dos frailes vigorosos se ven precisados a llevárselo casi arrastrado por la puertecilla del coro, mientras el se debate como un exorcizado y sigue cada vez con más fuerza sus patatín y sus tarabán.

   Al amanecer del día siguiente, hallábase el desventurado de rodillas en el oratorio del Prior y se confesaba derramando torrentes de lágrimas.

   - Es el elíxir, Monseñor, es el elíxir el que me ha sorprendido -exclamaba Gaucher, dándose golpes de pecho.

      Y de verle tan arrepentido, tan contrito, el buen prior estaba también muy emocionado.

   - Vamos, vamos, Padre Gaucher, cálmese; todo eso desaparecerá como desaparece el rocío a los rayos del sol. Al fin y al cabo, el escándalo no ha sido tan grande como cree. Es cierto que la canción era un poco.... un poco... un poco.... En fin, es preciso creer que los novicios no la habrán oído. Ahora, veamos: dígame cómo le ha ocurrido esa desgracia. ¿Ha sido catando el elíxir, no es verdad? Se le fue un poco la mano... Sí, sí, lo comprendo. Lo mismo le sucedió al hermano BertholdSchwarzSchwartz, el inventor de la pólvora: habrá sido víctima de su invento... Ahora, dígame, mi buen amigo: ¿es absolutamente necesario que sea usted mismo quien pruebe ese terrible elíxir?

    - Desgraciadamente sí, monseñor.... La probeta me da con exactitud la fuerza y el grado del alcohol; pero para el gusto, para la suavidad, no puedo confiar sino en mi lengua.

    - iAh! Muy bien... Pero mire usted una cosa, ¿Cuando prueba así ese licor por necesidad, le parece bueno? ¿Lo saborea con gusto?

     - ¡Ay! sí, monseñor -respondió el desventurado padre ruborizándose-. Desde hace dos noches que le encuentro un “bouquet”, un aroma… Seguramente el demonio me ha jugado esa mala pasada.... Por eso estoy decidido de ahora en adelante a no utilizar más que la probeta. Tanto peor si el líquido no es tan fino, si no tiene toque....

   - Líbrese muy bien de hacer eso -interrumpió el prior con vivacidad- No conviene exponerse a disgustar a nuestra clientela Lo único que debe hacer ahora ya que está prevenido es tomar precauciones. Vamos a ver. ¿Cuánto necesita para una cata completa? Quince o veinte gotas, ¿no es eso? Pongamos veinte gotas. Muy diestro ha de ser el demonio, padre, si por veinte gotas logra atraparle. Además, para prevenir todo accidente, yo le dispenso de aquí en adelante de asistir a la iglesia. Dirá el oficio de la noche en la destilería. Ahora, vaya en paz, reverendo padre; vaya en paz, y, sobre todo, cuente bien las gotas.

    iAy! En vano fue que el pobre Reverendo contase las gotas.... El demonio se había apoderado de él, y no le soltó.

     ¡La destilería, sí, oyó extraños oficios!

   ProvenzaLavandaTodavía durante el día todo iba bien. El Padre estaba bastante tranquilo; preparaba sus hornillos, sus alambiques, escogía cuidadosamente sus hierbas, todas de Provenza, delicadas, grises, lanceoladas, quemadas de perfume y de sol. Pero por la noche, cuando los siemprevivas estaban en infusión y el elixir se templaba en grandes barreños de cobre rojo, comenzaba el martirio del pobre hombre.

     - “Dieciséis... diecisiete... dieciocho... diecinueve.... veinte..."

    Las gotas caían al cubilete de cobre dorado. Estas veinte, el Padre se las tragaba de tirón, casi sin paladear. Solamente le apetecía la veintiuna. ¡Oh, esa vigesimoprimera gota! Entonces, para librarse de la tentación, iba el pobre al extremo del laboratorio, poníase de rodillas, y se abismaba en sus padres nuestros. Pero del licor tibio todavía. subía un vaho saturado de hierbas aromáticas que iban a rondar a su alrededor, y a pesar suyo le arrastraba otra vez hacia sus barreños. El licor era de un precioso verde dorado.... Inclinado hacia él, dilatadas sus narices, el Padre lo movía suavemente con el cuentagotas y en las burbujitas brillantes que removía la ola de color esmeralda, parecíale ver los ojos de la tía Bégon que se reían y brillaban y le miraban.

   Pere Gaucher - ¡Vamos! ¡Una gotita más!

   Y gota a gota, el infeliz acababa el cubilete lleno hasta los bordes. Entonces, agotadas sus fuerzas, dejábase caer en un gran sillón, y allí, abandonado el cuerpo, los párpados medio cerrados, saboreaba su pecado a pequeños sorbos diciendose en voz muy baja con un remordimiento delicioso:

    - ¡Ah! Me estoy condenando... Me estoy condenando...

   Lo más terrible es que en el fondo de aquel elixir diabólico volvía a encontrar por no sé qué sortilegio las pecaminosas canciones de la tía Bégon: Son tres pequeñas  comadres que hablan de dar un banquete o Bergerette del maese Andrés se va al bosque solita .... y siempre la famosa de los Padres Blancos: Patatín y patatán.

     Puede imaginarse que confusión cuando al día siguiente sus vecinos de celda le decían con aire malicioso: 

     -¡Eh! ¡Eh! Padre Gaucher, ayer por la noche, al acostarse tenía usted cigarras en la cabeza. 

     Entonces eran lágrimas, desesperanzas y el ayuno y el cilicio y a la disciplina. Pero nada podía contra el demonio del elíxir, y todas las noches a la misma hora, volvía a sentirse poseído.

    Elixir PortadaMientras tanto llovían los encargos sobre la Abadía y, de verdad, era una bendición. Venían de Nîmes, Aix, Avignon, Marsella.... Cada día que pasaba, el convento iba tomando el aspecto de establecimiento manufacturero. Había hermanos embaladores; hermanos encargados de poner las etiquetas, otros para escribirlas, otros para el transporte en camiones; el servicio de Dios perdía aquí y allá unas campanadas, pero las pobres gentes  del país no perdían nada, se lo aseguro.

     Así pues, un domingo por la mañana, mientras el tesorero leía ante el capítulo en pleno su balance de fin de año y los buenos canónigos le escuchaban con los ojos brillantes y con la sonrisa en los labios, he aquí al Padre Gaucher que se precipita en medio del consejo gritando:

   - Se acabó.... Ya no haré más.... Devuélvanme mis vacas.

   - Pues ¿qué ocurre, Padre Gaucher?-preguntó el Prior, que algo sospechaba sobre lo que ocurría.

   - ¿Qué qué ocurre, Monseñor?.... Pues ocurre que estoy en camino de prepararme una hermosa eternidad de llamas y de tenedorazos. Ocurre que bebo, y bebo, y bebo como un miserable.

   - Pero si le dije que contara las gotas.

  - ¡Ah, sí, pues sí! ¡contar las gotas! Ahora sería preciso que contase por cubiletes. Sí, sí, Reverendos, a esto he llegado. Tres frascos por noche. Comprendan que esto no puede seguir así. Por eso, que manden hacer el elíxir a quien les parezca… ¡Que me abrase el fuego de Dios si vuelvo a meter mi cuchara en ello!

    NoHagoMasAhora el capítulo ya no reía.

    - ¡Pero, desgraciado, ¡nos va a arruinar! -gritó el tesorero agitando su gran libro.

    - ¿Prefiere usted que me condene?

    Entonces el prior se levantó.

   - Reverendos -dijo extendiendo su hermosa mano blanca donde relucía el anillo pastoral-, hay una manera de arreglarlo todo.... ¿Es por la noche, no es eso, hijo mío, cuando el diablo le tienta?

   - Sí, Reverendo, regularmente todas las noches… Por eso, cuando veo que la noche llega, me entran, con perdón, unos sudores como al burro de Capitou cuando veía acercarse la albarda.

   - Pues mire, tranquilícese. De ahora en adelante, todas las noches, durante el oficio, recitaremos todos a su intención la plegaria de San Agustín, a la que va unida indulgencia plenaria. Con esto, ocurra lo que ocurra, padre, está a cubierto. Es la absolución durante el pecado.

    - ¡Oh, pues gracias, Reverendo!

   Y sin pedir más, el Padre Gaucher volvió a sus alambiques tan ligero como una alondra.

    En efecto: desde aquel día, todas las noches al final de las completas, el oficiante nunca dejaba de decir:

   EnElCapítulo- Oremos por nuestro Padre Gaucher, que sacrifica su alma a los intereses de la comunidad… Oremus, Domine... 

    Y mientras que sobre todas estas capuchas blancas, prostradas en la sombra de las naves, la oración corría estremeciéndose como un pequeño cierzo en la nieve, allá, en la otra parte del convento, detrás de la vidriera iluminada de la destilería, oíase al Padre Gaucher, que cantaba a voz en grito:

 En París hay un Padre blanco
y patatín, patatán, tarabín, tarabán...
En París hay un Padre blanco
que hace bailar a las monjitas,
trin, trin, trin, en un jardín,
que hace bailar a…

… Aquí, el pobre cura se paró lleno de espanto:

- ¡Misericordia! ¡Si me oyeran mis feligreses.

 

 
NOTA FRALIB:  De "Cartas desde mi molino" hemos elegido para su transcipción tres cuentos/relatos. Además de este, "El elixir del reverendo padre Gaucher", incorporamos otros dos de los más célebres: "La cabra del señor Seguin" y "Las tres misas rezadas". Por comodidad y espacio, los tres relatos están incluídos en módulos independientes, pero a los que se puede acceder desde aquí con enlaces directos como una continuación.
    

        De "Cartas desde mi molino", también:   

Principal de "Cartas desde mi molino":RetrospectivaArlanza177

Las tres misas rezadas: RapeGula177

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